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  • hace 4 días
  • 17:06
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Trump se fue, Sheinbaum llegó

Trump se fue, Sheinbaum llegó

Por Arlin Medrano

Hay gestos que no son protocolo, sino estrategia. La asistencia de la presidenta Claudia Sheinbaum a la cumbre del G7 —celebrada en Canadá los días 16 y 17 de junio— no es solo un hito histórico por ser la primera mujer en representar a México y América del Norte en ese foro, ni la única mandataria que llegó en avión comercial. Es un movimiento político audaz y cuidadosamente calculado, donde México asume un rol que no había tomado antes: en medio de una crisis global y frente a un vecino del norte volátil, la presidenta se planta en el centro del poder mundial.

Este foro, creado en 1975 por iniciativa de Francia para hacer frente a la primera crisis del petróleo, está integrado por las siete potencias industriales del mundo occidental. Durante décadas ha funcionado como la mesa directiva del orden neoliberal. Las grandes decisiones sobre deuda, comercio, seguridad y cambio climático se han tomado sin la presencia ni la voz de los países que cargan con sus consecuencias.

Hoy, aunque la agenda es diversa, la mayoría de las problemáticas recaen en un eje transversal, resultado de las decisiones de un solo personaje: Donald Trump. Su regreso trajo consigo una agenda de discriminación, supremacismo y confrontación. La ultraderecha —que nunca desapareció— ha retomado un espacio central en el tablero del poder mundial, extendiendo su ola conservadora por Europa y América. Por ello, resulta simbólico —aunque el motivo oficial haya sido la guerra Israel-Irán— que Trump haya sido el único mandatario en retirarse del G7, justo cuando tenía mucho que decir sobre el desequilibrio global que sus decisiones han provocado.

La comentocracia, en su ignorancia, ha caído en la mentira de que esto debilita a Sheinbaum, incluso afirmando que el mandatario la dejó plantada. No entender la política es el precio de quienes reducen todo a escándalos superficiales. Pues no comprenden que, precisamente en ese contexto, Sheinbaum hace su jugada: su presencia en el G7 se convierte en una afirmación soberana que fortalece vínculos más allá del país vecino. Se presenta como una lideresa con legitimidad democrática —con niveles de aprobación superiores a los propios integrantes del G7—, con una visión progresista y la capacidad de negociar desde el diálogo, una habilidad que ha manejado con Donald Trump como ningún otro mandatario, y que la ha beneficiado para estar en posición de igualdad frente a las potencias mundiales. En lugar de aislarse o replegarse ante los señalamientos del gobierno estadounidense, México posiciona su voz en el corazón de la discusión global. Se va Trump, toma la palabra Sheinbaum.

El G7, tradicional símbolo de hegemonía occidental, busca en este momento renovar su papel como árbitro global. Pero su legitimidad está en disputa tras el fortalecimiento de China y Rusia. Hoy, ante una crisis sistémica, sus miembros reconocen que no pueden resolver los problemas del mundo sin la participación activa de América Latina. Por eso, los dos países invitados de Latinoamérica son Brasil, con Lula da Silva, y México, con Claudia Sheinbaum. Esta cumbre simboliza la incorporación de una nueva voz al núcleo del poder.

El momento es particularmente delicado. Las tensiones con Estados Unidos en temas migratorios, tráfico de armas y guerra arancelaria exigen una postura clara, firme y diplomáticamente inteligente. Y frente al Mundial 2026 —que se realizará en México, Estados Unidos y Canadá— y a vísperas de la renegociación del tratado comercial entre las tres naciones, la presidenta Sheinbaum ha optado por una vía audaz: en lugar de reaccionar con confrontación, internacionaliza la dignidad de México, cobijándose ante las naciones.

Los analistas que se burlan o minimizan este viaje no comprenden que la política internacional también es escenario de poder simbólico. Así como Trump usó el G7 para dinamitar la cooperación, Sheinbaum lo usa para tender puentes. Se va Trump, llega Sheinbaum.

No estamos ante un acto de relaciones públicas, como acostumbraron los gobiernos neoliberales. Estamos ante una jugada de alta política. Y en ese tablero, que la primera presidenta de México y de América del Norte haya decidido presentarse con fuerza y serenidad en el G7, no es solo valiente. Es necesario.

Que su palabra irrumpa donde nunca nos escucharon. Que su voz sea paz para las naciones, y que la fuerza ancestral nos siga guiando.