El 24 de febrero de 2022, Rusia abrió un nuevo capítulo de la guerra ruso-ucraniana provocada por el Euromaidan de 2014. Lo que prometía ser una guerra relámpago que desarticularía al neonazismo eslavo personificado en el Batallón Azov y liberaría a la comunidad rusófila del Donbás de la hostilidades de Kiev, se convirtió en una guerra de desgaste que puso a Europa contra las cuerdas en lo político, económico y militar.
Ucrania pronto pasó de ser una víctima del expansionismo ruso al teatro de batalla para salvaguardar la identidad occidental, o al menos así fue expuesto por Europa y a Estados Unidos a través de Europa. Rápidamente la comunidad europea se alineó a la estrategia yankee para frenar a Rusia y bajo el manto del europeísmo se enroló en una debacle que amenaza el espíritu mismo del ser europeo.
La tibieza y la hipocresía ha sido el sello de una guerra híbrida que no se atreve a llamarse mundial aunque tiene implicaciones globales que involucra a actores diversos en operaciones variadas, como las sanciones económicas (que dinamitaron la economía europea), los ciberataques, el suministro de armas de alto nivel táctico, entrenamiento sofisticado, proliferación de tropas mercenarias provenientes de diferentes latitudes, conflictos proxy y, por supuesto, una intensa propaganda, pero en todo momento evitando la confrontación directa de los miembros de la OTAN con Rusia y sus aliados. Las presiones contra el Kremlin han sido tales que incluso deportistas y artistas de origen ruso han sido excluidos de la escena global como represalia por la intervención militar en Ucrania, por ejemplo, el veto de la delegaciones rusas en las justas olímpicas y la F1, o el festival Eurovision.
Aquí todo luce aparentemente congruente con los valores del europeísmo: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, estado de derecho y derechos humanos, hasta que el 7 de octubre de 2023, luego de un atentado de Hamás en territorio israelí, la máscara de Europa ha caído junto con las bombas que destrozan el suelo gazatí.
“Legítima defensa”, suena como música de fondo en el nado sincronizado del discurso político y la propaganda mediática occidental. “Israel tiene derecho a defenderse de Hamás y rescatar a los rehenes”, pero, ni se ha recuperado a los rehenes ni tampoco han destruido a Hamás. En su lugar, Netanyahu ha reconocido el beneplácito de Israel para financiar a Hamás con el fin de desestabilizar el pueblo palestino y romper a la OLP, una jugada audaz que ha cobrado la vida de unas 50 mil personas, entre civiles palestinos y personal humanitario de organizaciones como la ONU y la Luna Roja.
La brutalidad sionista tras 18 meses de genocidio (que no guerra, porque no hay ni siquiera resistencia) ha trascendido de la destrucción de infraestructura civil (hospitales, templos, casas, escuelas, refugios) y el desplazamiento forzado de inocentes, hasta el uso bélico del hambre y la enfermedad, incluso asesinando a sangre fría a civiles en las filas para recibir raciones de alimentos. La crueldad está a la vista, Israel comete crímenes de guerra sin que el mundo institucionalizado se inmute, incluída Europa. Peor aún, las voceras de la voluntad europea, Von Der Leyen y Kallas no se han ruborizado si quiera al manifestar su apoyo a Israel desde la plataforma de la Comisión Europea, aunque la segunda al menos a tratado de emitir tibios mensajes de reprobación a las violaciones de derechos humanos luego de ser vapuleada en el Parlamento Europeo.
Desde la tribuna europea hasta el mundo del espectáculo comienza a resonar un cuestionamiento que los altos mandos europeos no han sabido contestar, quizá porque no hay manera inteligente de hacerlo; ¿Por qué a Israel se le trata distinto que a Rusia, si ambos han puesto en peligro la paz y vulnerado los derechos de otros? Y ese debate evadido terminó por manchar la edición 2025 del festival Eurovision, donde se excluyó a Rusia pero si participó Israel sin ser miembro de Europa, en medio de un gran escándalo por el inusual apoyo masivo del televoto español que, extrañamente hundió a su representante (Melody) hasta el lugar 24 y sí llevó a la representante de Israel (Yuval Raphael) al segundo sitio, casualmente después de las manifestaciones de rechazo por parte de Pedro Sánchez y del canal RTVE a la beligerancia de Israel contra el pueblo palestino.
Las calles europeas se llenan de manifestaciones que demandan alto al genocidio, llevar a Netanyahu ante la justicia y hasta romper relaciones, mientras que algunos liderazgos políticos de Europa apenas pronuncian débiles declaraciones y acciones como Macron llamando a la solución de los dos estados, Reino Unido avisando de pausas comerciales con Israel, o España y Finlandia que piden romper el cerco a la ayuda humanitaria pero al mismo tiempo comercian armas con Israel.
La permisividad occidental le ha provisto al régimen sionista de una impunidad sin precedentes que le ha envalentonado al punto de animarse a atacar a Irán para arrastrar a Occidente a una escalada con sede en Medio Oriente. Consciente de la respuesta de Teherán, aprovecha para hacerse la víctima y distraer la atención de Gaza y Cisjordania ocupada, para volver el foco al enemigo de occidente, el mundo islámico.
La tibieza de Occidente en general y de Europa en particular no debería parecer extraordinaria, ya se vivió antes; dejar crecer a un desquiciado con la intención de contener al adversario mayor. La permisividad concedida a Israel para que desestabilice el mundo islámico y la permisividad que obtuvo el nacional-socialismo para contener al comunismo sigue la misma receta y conduce al mismo destino. Netanyahu es al Siglo XXI lo que Hitler al Siglo XX, un narcisista belicista con aires mesiánicos y una obsesión imperialista capaz de arrastrar al mundo a una guerra mundial.
La reacción del G7 era de esperarse, comparten con Israel intereses militares y por supuesto que apoyarán a Israel en una escalada con Irán, donde puede terminar envuelto Estados Unidos, con una respuesta al menos por ahora advertida de Pakistán, pudiendo llevar el conflicto a la escala nuclear. La aventura parece aceptable si se trata de apoderarse del enclave petrolero del Golfo Pérsico y particularmente del Estrecho de Ormuz, así como romper la barrera geopolítica que rodea lo que en otro tiempo fue la URSS, pero el precio a pagar es muy alto, hay vidas en juego, vidas que no importan a los poderosos del mundo.
El pináculo de la tragicomedia europea viene desde Alemania. Merz proclama un deber histórico en apoyar a Israel, quién “hace el trabajo sucio por nosotros”. Nada que agregar, está muy claro. Paradójicamente, la nación que alguna vez oprimió a los judíos y les recluyó en campos de concentración, ha consentido que la nación resultante de ellos siga los mismos pasos, convirtiendo a Gaza en el campo de concentración más grande del mundo, el exterminio racial bajo la sombra de una raza superior y que podría convertir sus ataques al suelo persa en la Polonia del Siglo XXI.
Los valores del europeísmo fueron desplazados por los intereses del eurosionismo, y en el camino, el manto de impunidad global ha convertido el viejo sionismo consumado a mediados del Siglo XX, en el sionazismo, nacido en toda su furia a principios del Siglo XXI.