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  • 19 Jun 2025
  • 16:06
  • SPR Informa 6 min

La crisis en Medio Oriente: el reflejo del declive del imperialismo estadounidense

La crisis en Medio Oriente: el reflejo del declive del imperialismo estadounidense

Por Enrique Cárdenas

Durante los últimos días, el mundo presencia con creciente alarma el intercambio de misiles entre Irán e Israel. Pero más allá del estruendo de los cohetes, lo que se asoma es una vieja verdad: detrás de cada impacto en Medio Oriente están los intereses injerencistas de un Estados Unidos hoy en crisis. Por ello, este nuevo capítulo no puede entenderse sin mirar hacia Washington.

La sombra de Estados Unidos —y su histórica costumbre de intervenir en los asuntos ajenos— vuelve a proyectarse con fuerza, ahora bajo el regreso de Donald Trump, un presidente que nunca ha ocultado su apetito por la confrontación ni su ambición de reordenar el tablero global a su medida.

Su retorno a la Casa Blanca no hace sino reforzar ese patrón, alentando a figuras autoritarias como Milei, Bukele o, en este caso, Netanyahu, quien ha sabido aprovechar el cobijo con barras y estrellas para profundizar una política de impunidad. Impunidad que ignora principios básicos del derecho internacional, respeto entre pueblos y soberanía de las naciones. Bajo la lógica del trumpismo, la diplomacia se subordina a los negocios, y la paz, al control político.

La tensión entre Irán e Israel no es una novedad. Es la consecuencia directa de décadas de sanciones selectivas, alianzas armadas y una narrativa que criminaliza a unos mientras blinda a otros. Mientras condena a ciertos gobiernos por lanzar misiles, Washington justifica o minimiza los crímenes de sus aliados. La defensa de los derechos humanos se convierte en discurso selectivo cuando lo que está en juego es petróleo, control marítimo o influencia regional.

Pero ¿por qué esta maquinaria mediática tan intensa en torno al conflicto? ¿Qué intereses mueve Estados Unidos detrás del telón?

La respuesta tiene dos dimensiones. En lo interno, Trump enfrenta un escenario adverso: protestas masivas, descontento social y una oposición creciente que no había enfrentado con tal fuerza en su primer mandato. Y en lo externo, el declive es innegable. Estados Unidos ya no lidera en sectores clave y pierde terreno ante el ascenso de economías como China, Japón o Taiwán.

Por otro lado, no es casual que, tras cada escalada en Medio Oriente, las acciones de empresas armamentistas en Wall Street repunten. La guerra no solo es geopolítica: también es un gran negocio. Y Estados Unidos ha hecho del complejo militar-industrial una fuente inagotable de poder y dominación global. El conflicto alimenta una economía de guerra que necesita perpetuar la inestabilidad para seguir funcionando.

Ante el horizonte del declive trumpista, el magnate no encuentra más salida que redirigir la presión: en lo doméstico, contra comunidades migrantes; en el plano internacional, hacia Medio Oriente, a través de su satélite (Israel), región históricamente utilizada para proyectar fuerza, imponer agendas y ahora, incluso, globalizar su vieja Doctrina Monroe: “El mundo para los americanos”.

Hay algo que no debemos olvidar: Estados Unidos no observa desde lejos. Interviene, inclina la balanza y luego simula sorpresa ante el caos que ayudó a desatar. Lo que hoy vivimos no es solo la amenaza de una guerra entre dos naciones. Es el reflejo de una potencia que, en nombre de su seguridad —y para ocultar sus propias fracturas internas— ha convertido al planeta en su campo de batalla, donde las vidas humanas se reducen a piezas en su juego de poder.