Llegamos veinte minutos tarde a la función. Los comerciales aún no habían terminado. La sala estaba sorprendentemente vacía. Fue la avalancha de memes que inundó mi feed la que me empujó a pagar un boleto en Cinemex. Famosos, colegas, amigos y familiares hablaban del tema, pero parece que soy de los pocos que vio la película.
Las canciones de Rosalía no son muy distintas a esta película. Son un producto fabricado meticulosamente para anunciarse a sí mismos y a otros productos, como un juego de espejos que solo muestran un reflejo infinito. Esto no es nuevo. Desde hace años, sabemos que el arte se convirtió en un mero vehículo para la comercialización. En el caso de Rosalía, de marcas como Louis Vuitton o Gucci; en el caso de la película de Mario Bros, de las consolas de Nintendo.
No obstante, algo es diferente. Mark Fisher, en su libro "Realismo Capitalista", nos advirtió del fracaso del neoliberalismo como "estalinismo de mercado". Una burocracia interminable de ejecutivos cuyo objetivo es proteger la legitimidad de la privatización de la vida pública. La descripción encaja perfectamente en el caso de Cinemex, que depende de la ilusión nostálgica de las salas, ahora vacías, y subsiste al encarecer los precios de las palomitas. Por otro lado, el concierto del Zócalo es un espectáculo sin intermediarios. No es necesario todo un aparato de empresas subordinadas para coordinar el acceso ineficiente y el encarecimiento artificial del concierto: el Estado proporciona el ágora y la logística. Todos tienen acceso.
Las críticas se pueden refutar fácilmente. La comparación que hacen entre el gasto del concierto y el presupuesto del Metro es absurda. No llega ni al uno por ciento. Muy distinto a la Estela de Luz, que representó una sexta parte del presupuesto del Metro durante el gobierno de Felipe Calderón. Otra crítica prototípica es que Rosalía es cultura de masas, una crítica emanada de los mismos propietarios de cadenas de televisión como Televisa, organizadores de conciertos o salas de cine.
En este contexto, el concierto de Rosalía se convierte en un acto de resistencia y reapropiación de la cultura y el espectáculo. Aquellos que ostentan el poder económico configuraron nuestra cultura como una cultura de la farándula y temen perder ese monopolio. Eliminar a intermediarios como Larrea o Azcárraga es un primer paso para resignificar el sentido de la cultura en el país.
¿Qué sigue? Solo hay que mirar a Iztapalapa. Debord comenta que el espectáculo es una relación humana mediada por imágenes, un consumo alienado de la realidad. Este no es el caso con el programa de murales de Iztapalapa, que resignifica la imagen como propiedad colectiva. Otro ejemplo son las escuelas de cine y música que se encuentran en las utopías, estos enormes complejos públicos.
Por el momento, nos queda disfrutar del concierto de Rosalía. Falta todavía tiempo para que recuperemos todas las ágoras de nuestra Ciudad, pero el Zócalo es un buen inicio. Al menos será un espacio lleno, no como las salas de cine.