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  • 03 Mar 2023
  • 18:03
  • SPR Informa 6 min

Las raíces económicas de la guerra proxy en Ucrania

Las raíces económicas de la guerra proxy en Ucrania

Por Emiliano Alfonse Vera Eddington

El 24 de febrero cumplimos un triste aniversario, un año desde la invasión rusa de Ucrania. Mientras esta fecha no marca el inicio del conflicto entre los dos países, que en verdad comenzó en febrero de 2014 con la crisis política entre facciones proeuropeos y prorrusos, la invasión del año pasado si marcó un preocupante incremento en la escala y la violencia del conflicto. Desde entonces ha crecido de un conflicto localizado en unas regiones fronterizas con Rusia en el este del país a una guerra abierta que ha causado destrucción en toda Ucrania y ha impulsado un enorme flujo de refugiados. 

La invasión fue condenada abiertamente por la gran mayoría de los países del mundo, incluso México, pero esta gran mayoría tampoco se ha ido más allá de los llamados hacia la paz, rechazando fuertemente el prospecto de unirse a la coalición antirrusa encabezada por los Estados Unidos y Europa. 

Este conflicto a menudo está explicado en términos geopolíticos como un choque entre las ambiciones territoriales de Rusia contra la expansión de la OTAN, o en términos étnicos centrado en las diferencias entre las zonas de habla ucraniano y las de habla ruso. Por supuesto, cada lado tiene también sus justificaciones propagandistas, desde la “operación especial de desnazificación” proclamada por los Rusos hasta la narrativa occidental que enmarca el conflicto como una batalla global de la “libertad y democracia” en contra del autoritarismo. Pero son pocos los análisis que consideran los factores económicos detrás de esta tragedia. Para entender cómo el mundo pueda buscar un fin del conflicto, es importante considerar todos los factores que han contribuido a su desarrollo, y el punto de vista económico revela procesos que no se hallan fácilmente en discursos puramente políticos, étnicos, o propagandísticos. 

Mirando hacia Ucrania desde el momento de su independencia en 1991, pareciera tener todas las necesidades para construir un estado moderno exitoso. La Ucrania soviética ya había desarrollado prósperos sectores de agricultura, minería, energía tanto nuclear como hidroeléctrica, industrias pesadas, y armamentos. Al contrario de muchos países denominados “en desarrollo”, Ucrania tenía una fuerte historia de institucionalidad política, y como en todos los países comunistas, el estado aseguró un nivel de vida básico para sus ciudadanos con acceso gratuito o altamente subsidiado a alimentos, vivienda, combustibles, electricidad, transporte, educación, y salud, con pleno empleo. 

Al contrario, la nuevamente independiente Ucrania experimentó una de las peores recesiones en tiempos de paz en la historia del mundo. Lejos de ser un accidente, las políticas que llevaron Ucrania a la recesión fueron minuciosamente desarrolladas e implementadas bajo la vista de economistas occidentales encabezado por Jeffery Sachs, siguiendo la teoría de “la doctrina de choque” para repentinamente reestructurar la nación en una economía capitalista de mercado. Su producción industrial cayó por casi la mitad, el valor de los salarios cayó aún más, y la hiperinflación destruyó los ahorros. Un rescate económico del FMI en 1994 conllevó un requisito de más recortes al presupuesto estatal, causando de un día a otro un aumento de 300% en el precio del pan, 600% para la electricidad, y 900% para combustibles. La hiperinflación llegó a su pico, alcanzando 10,000%, el nivel más alto en la historia para un país en tiempos de paz. La economía se estancó durante más de una década debido a las reformas neoliberales impuestas por los gobiernos e instituciones de occidente. 

A pesar de la lógica triunfalista de los librecambistas que la democracia vendría con el exitoso implementación del capitalismo, Ucrania se estancó políticamente también, nunca ranqueado más que una “democracia defectuosa” por las mismas ONG´s occidentales como Freedom House que habían participado en su transición. Mientras que fue el primer país exsovietico de lograr un cambio pacifico de poder tras elecciones libres, su política ha sido marcada por partidos débiles que son más bien proyectos personales de tal o cual oligarca que se enriqueció en el saqueo de los años de la privatización de los noventas. Las elecciones entonces solo han dado al pueblo ucraniana la opción de cual oligarca le dará la oportunidad de seguir el pillaje.

La aguda corrupción del país ha sido desafiado en movilizaciones masivas en 2004 (la llamada Revolución Naranja) y 2014 (la Revolución Euromaidán), pero los líderes que emergieron de estos movimientos populares también fueron oligarcas que aprovecharon del momento para romper con sus antiguos aliados y tomar el poder por sí mismo. En los dos casos, los movimientos fueron no sólo apoyados, sino planeados, financiados e implementados por agencias occidentales, especialmente estadounidenses, como la National Endowment for Democracy, con fuertes enlaces con el Departamento de Estado y la CIA. Por ejemplo, la jefa diplomática estadounidense de europa oriental Victoria Nuland fue grabada en una conversación secreta en la cual explicó las intenciones de su país de lograr un cambio de régimen en Ucrania, y nombró quien apoyaban para tomar poder tras el exitoso derrocamiento del presidente Victor Yanukovych, quien después de hecho llegó a ser designado el jefe del gobierno interino. El occidente hizo muy claro que no le importaba si Ucrania fue gobernada por oligarcas, pero que sean oligarcas leales a los intereses de sus corporaciones y no oligarcas que se acercaran demasiado a Rusia, o que tampoco intentaran independizarse demasiado.

Las consecuencias económicas de este forzado acercamiento a los intereses de los Estados Unidos y la Unión Europea no han sido positivas para la mayoría de los ucranianos. Mientras su economía industrial tanto como las necesidades del pueblo ya muy empobrecido tras décadas de neoliberalización dependían todavía en el barato y subsidiado gas natural importado de Rusia sin condiciones políticas, los tratados de comercio con Europa requerían más recortes presupuestarios y más privatizaciones, convirtiendo Ucrania de un centro industrial a un pasivo productor de materias primas y mano de obra barata. A partir de la Revolución Naranja, el balance de comercio con Europa, que había sido positivo hasta entonces, volvió rápidamente negativo, con el país convirtiéndose en un importador neto de productos europeos. 

Tampoco es que el occidente ha decidido compadecerse del país en su hora de crisis - de hecho, la masiva “donación” de armas para resistir a la invasión rusa ha llegado solo con graves condiciones económicas, requiriendo la privatización de las pocas industrias y servicios que se han mantenido en el sector público hasta ahora, junto con una casi completa desmantelación de los derechos sindicales, tanto las organizaciones obreras principales como los partidos políticos socialistas siendo declarado ilegales en el último año. 

Debido a la concentración de las industrias del país en el oriente, no es sorprendente que son estas mismas áreas que han sido las que más fuertemente han resistido este acercamiento que pone aún más en riesgo sus precarias condiciones económicas con consecuencias desindustrializadoras. Cierto, estas mismas regiones son las que tienen poblaciones más altas de personas de habla ruso, pero debemos de situar bien la polarización entre el occidente y oriente de este país en las condiciones económicas de base, y no en una imaginada intolerancia entre etnias que habían convivido durante décadas sino siglos antes de las reformas económicas de “integración” europea. 

Lo que ha resultado, no solo desde el año pasado, y tampoco desde el inicio de la intervención rusa en 2014, sino desde el momento de su independencia en 1991, ha sido una verdadera tragedia. Ucrania nunca ha logrado una verdadera independencia tanto política como económica, siendo que nunca recibió un chance de desarrollarse soberanamente sino ha sido una ficha entre la competencia de las grandes potencias en sus fronteras. Pero hay que ser muy claro - las raíces de la corrupción, inestabilidad, y pobreza que ha experimentado Ucrania a lo largo de estos 30 años están firmemente sembradas en el toxico suelo de las políticas neoliberales forzosamente impuestos en este joven país por “expertos” occidentales desde el momento de su independencia. Para que siembre una verdadera paz con justicia para el pueblo de Ucrania, la comunidad internacional no solo habrá que rechazar las maquinaciones rusas contra su territorio, sino también fundamentalmente rechazar las políticas de privatización, austeridad, y subordinación económica que, ya bien en América Latina sabemos, sólo dan frutos de muerte y sufrimiento.