Días inciertos transcurrieron luego del último aliento de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, hombre de fe incómoda, de fe desafiante, de liosa visión que puso a una de las instituciones más añejas de nuestro mundo frente a una posición de carácter proto reformista. Oriundo de Flores, con raíces en los migrantes que huyeron del fascismo italiano, durante doce años condujo a la Iglesia Católica, una organización religiosa con una membresía que ronda los 1,400 millones de personas, bajo la consigna de una iglesia en salida, cercana y abierta a los históricamente despreciados y desplazados.
Reformular el papel de una institución que ha transitado milenios no es tarea sencilla, en especial si persisten posiciones tan anquilosadas, tanto en la liturgia, como en la doctrina, resistiendo los cambios sociales que afectan a propios y extraños a la profesión de fe. La postura provocadora, transformadora, urgente de reconfiguración de códigos y prácticas ha ganado amigos y enemigos por igual. El pontificado de Francisco no pasó libre de controversias, oposición y polémica, logró rivalizar las posiciones más conservadoras y las más progresistas dentro de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que se tendieron puentes con expresiones de fe históricamente distanciadas y confrontadas, como el protestantismo, a su vez que la agenda global fue observada por la sucesión de San Pedro Apóstol, tal es la reflexión teológica frente a fenómenos como el cambio climático y la destrucción de los ecosistemas, el racismo, la inmigración, el diálogo interreligioso y los extremismos ideológicos.
Durante el pontificado de Francisco fue posible observar un protagonismo de las periferias, un profundo debate sobre la costumbre, un gran activismo geopolítico y, por supuesto, un malestar desde el conservadurismo indispuesto a renunciar al statu quo de la Iglesia.
El fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio atrajo la atención más allá de la feligresía católica y la sucesión papal significó un episodio de mucha tensión dentro y fuera de la institución religiosa, algunos por el morbo pseudo profético, y entre los más prudentes, la incertidumbre ante el nombramiento de un nuevo Papa cercano a la línea de Francisco o totalmente contrario al progresismo de Francisco.
Como ya es vaticinado, el que entra papable al cónclave, sale cardenal, y así, la lista de favoritos no contó con el nombre del sucesor; ni el progresista Tagle, ni el conservador Sarah, ni siquiera un moderado Parolin de probada habilidad diplomática. Si de profecías se tratase, el vidente habría sido el humorista español José Mota y su “Papa Americano”. Por el balcón central del Vaticano salió Robert Francis Prevost Martínez, estadounidense (el primero) nacionalizado peruano; el pontificado se quedó en el continente que alberga el 15.8% de la población mundial (según Statista), pero donde habita el 47.8% de católicos del mundo (de acuerdo con Vatican News). Contrario a lo que se ha especulado en redes sociales, de que la asunción de Robert Prevost es un gesto de buena voluntad y sumisión a Donald Trump (de formación presbiteriana y actual confesión no denominacional), las razones geopolíticas-religiosas podrían ir más orientadas a un fenómeno que tanto el Pew Research Center como la encuesta de Gallup coinciden: en Estados Unidos está disminuyendo el cristianismo pero está creciendo el Catolicismo, y es que al momento la confesión no cristiana ya ronda el 40% de los estadounidenses, y aunque siendo una nación tradicionalmente protestante, al separarse la afiliación protestante por denominaciones, el catolicismo ya las rebasa uno a uno con un 19-20% de feligreses.
Visto lo anterior, podríamos deducir que las razones del cónclave para elegir a Prevost caminan, por un lado, en fortalecer la presencia del catolicismo en América. También se asoma la razón de encontrar un punto de equilibrio entre las alas conservadoras y progresistas, tomando distancia de los perfiles más protagónicos. Ya en las primeras acciones de Prevost como León XIV se puede observar el retorno de las formas, muy reclamadas por el ala conservadora, aunque también se observa la continuidad de las líneas fundamentales del pontificado de Francisco.
La hoja de ruta con la que arranca el pontificado de León XIV nos aproxima a lo que vendrá en adelante en el seno de la Iglesia Católica: por un lado, retomar la encíclica de Francisco “Evangelii Gaudium”, llamando a la iglesia a adoptar un perfil misionero, una iglesia en salida en una cultura de encuentro, una iglesia evangelizadora. Por otro lado, el legado de León XIII en “Rerum Novarum” como mandato eclesial para la justicia social, particularmente frente a una nueva revolución industrial impulsada por la Inteligencia Artificial y la automatización.
De tal forma que, a juzgar por los primeros momentos del pontificado de León XIV, la línea de la Iglesia Católica en esta nueva etapa pastoral seguirá caminando en la colegialidad y sinodalidad, teniendo presente un evangelio para los descartados, los hijos de las periferias, particularmente para los trabajadores y migrantes, un evangelio cimentado en el sermón del monte en medio de la voracidad del capitalismo más denigrante de la persona.
Y ahora que “habemus papam”, bien vale sumarse al llamado, sin importar credo o denominación, para poner un alto a la guerra en Ucrania y al genocidio en Gaza, “…buscando todos juntos la paz y la justicia”.