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  • 04 Jan 2024
  • 18:01
  • SPR Informa 6 min

Buenos Aires y la furia

Buenos Aires y la furia

Por Mónica Muñoz .

Buenos Aires, la ciudad de la furia y el miedo, en la que todo pasa violento y extremo, con una fuerza caótica que pugna por salir sin piedad, pero se detiene, como una serpiente acechando su territorio.

Así se mueven sus habitantes, que rebotan del cielo a la tierra, entre la melancolía y el enojo. Viven con una exageración dramática en la que creen estar envueltos. Sus días cotidianos transitan en una dimensión mucho más sensorial que material, porque saben, de alguna forma, que lo importante es la intensidad con la que perciben su mundo. Eso se distingue en la forma en que articulan frases, metaforizando lo que ven. Comparten siempre de manera arbitraria, eligen a quién darle mate o darle la espalda, es aleatorio igual que un capricho, injustificado. Y sino les parece, te dicen las cosas con una violencia que se hunde como una espada en el estómago, se dan la vuelta y se largan quién sabe dónde.

Luego caminan entre construcciones por demás simétricas y un tanto barrocas, del color de una piedra gris demasiado tallada. Así también desean que sean sus cuerpos: estéticos en todas sus formas, esbeltos y fuertes, llenos de cultura por dentro y por fuera. Lo quieren así para juntarse en cualquier momento con otros cuerpos y poder formar grandes esculturas con todos ellos agrupados. Y, por qué no, ofrecer grandes recitales entre ellos.

Sus habitantes porteños son el acto más elaborado de seducción de América, sus bailes de cortejo como el tango tienen mucho menos de primitivo que en cualquier otra parte del continente, danzan con pasos elegantes, con el miedo de que algo se desplome dentro. Por eso, toman con vehemencia el otro cuerpo y con esa misma determinación, se separan. Palpitan, desesperados, en un ir y venir seductor, sin dejarse llevar en su totalidad por sus instintos.

Las mujeres representan la vorágine inalcanzable, salen invencibles a defender cualquier causa. Se rebelan como si fueran una sinfonía de percusión escandalosa y precisa, con una fuerza desbocada para dejar hasta el último aliento por las causas justas, con una vibración que retumba entre cacerolas y flores.

La ciudad es caprichosa, impiadosa, como los tambores de una danza sin identidad, de otro continente, pero con la furia de mujeres moviendo sus cuerpos hacia adelante y hacia los lados, vibrando en movimientos violentos y enérgicos, queriendo revelarse y exhibirse al mismo tiempo, como una revolución llena de cultura y arte, copiada de algún otro lugar del mundo, de otra historia que no se siente como suya, pero que abraza su presencia.

La inflexibilidad gastronómica también se impone, con harinas refinadas y la determinación que tienen en el consumo radical del dulce de leche, extremo como todas sus formas.

Y la manifestación de la amargura no se da en el lenguaje, se toma a sorbos con el mate, que cae caliente y severo en la garganta, y debe uno desprenderse de cualquier hábito de ansiedad, en caso de querer morder la bombilla. Se debe ingerir lento pero con consciencia, porque el compañero en la rueda está esperando su turno para que caiga la amargura en el estómago y active ciertos conductos neuronales para quejarse de cualquier cosa o decirte que la bombilla no se va a ir, que no tiene uno porque agarrarse a ella, que no es un cordón umbilical ni mucho menos sos un bebé envolviendo un dedo.