Andrés Manuel López Obrador es un gran presidente. El único político en condiciones de quitarle a la izquierda organizada el enorme complejo de inferioridad causado por un régimen político, que desde el año de 1940 hasta el año de 2018 ocupó, decidió y dominó todo en el país desde una visión monolítica y en beneficio de una minoría social y política.
Como líder, ha sido el único gran personaje del México contemporáneo. En seis años convirtió al país en envidia de muchos otros países del continente y fuera de él. Es el único político que ha hecho comprender que gobernar no significa corrupción ni privilegios. No le correspondía a él hacerse responsable de las transgresiones históricas del Estado y, sin embargo, lo hizo: indios yaquis, guerra sucia o Ayotzinapa.
Durante su mandato, la nación se desarrolló como nunca. En lugar de desmantelarse como lo presagiaban todos sus adversarios reales y de pacotilla entre ellos, algunos empresarios, políticos, periodistas e intelectuales. El riesgo al llegar al poder era convertirse en un presidente cínico. No fue el caso.
Hubiere podido ser un presidente más y no lo hizo. Como todos los anteriores pudo ser solo una caja de resonancia. Con fuerza y enorme convicción se expresó siempre con mucha claridad contra las intromisiones del poderoso vecino del norte y contra la hipocresía, vaguedad y falsedades de la oposición de la derecha mexicana. Este personaje tan criticado y vituperado a través de los medios de comunicación tradicionales ha servido a los marginados y demás grupos sociales del país mejor que cualquier otro gobernante. Siempre con una postura definida.
En condiciones más favorables (dos años de pandemia) se hubiesen alcanzado más logros en su gobierno. Si se comparan las condiciones en que el pueblo vivía hace seis años y los que vive ahora, se llega fácilmente a la conclusión de que buena parte de la siempre postergada estabilidad económica ya se ha conseguido.
Lo que queda por hacer a partir del inicio de la nueva legislatura del poder legislativo federal y de un nuevo gobierno es el empeño permanente por consolidar la transformación democrática impulsada por AMLO. Lo cual debe ser un compromiso permanente en los próximos años.
El gobierno que termina su ciclo histórico representa un modelo político que no se parece en nada a sus antecesores: nunca doblegó con presiones o amenazas a nadie. Nunca intentó cooptar a los opositores tradicionales partidistas con amenazas de practicarles fraudes electorales para debilitarlos. El Estado mexicano dejó de ejercer la manipulación e intervención en los comicios locales y federales.
Acusado de ser férreo nacionalista fue todo lo contrario a la claudicación en defender a una industria eléctrica y nunca oponerse con vigor al modelo de expoliación neoliberal.
La descalificación que hacen de él algunas plumas prianistas de adjetivarlo como dictador o presidente autoritario a quien no aceptó negociar las leyes o los principios, por suponerse que están fuera del marco constitucional de componendas no es nueva y mostró a lo largo de estos años la falta de inteligencia y escrúpulos que tiene la oposición partidaria e intelectual.
Las plumas del prianismo se siguieron equivocando al considerar que el movimiento de transformación actual es producto de una deriva autoritaria o una próxima monarquía (sic). La claridad de la organización gubernamental, la fidelidad a respetar las bases de la democracia está ahí para demostrarles su error, aunque les cueste entenderlo.
Las fuerzas políticas institucionales opositoras se oponen a toda movilización social que no pueden controlar. Siempre han terminado por combatir todo proyecto social o político que escape a su control y beneficio monetario.
No entienden que las verdaderas movilizaciones sociales actúan fuera del ámbito de los partidos. Los resultados electorales del sexenio favorables al movimiento autodenominado 4T dejaron constancia de que los mexicanos saben que los principales adversarios son los políticos y empresarios de derecha, que con una falta absoluta de patriotismo abonaron por décadas a la desigualdad social y destrucción de las instituciones nacionales, y por ello sufragaron con toda simpatía a favor de los partidos políticos del movimiento transformador.
El tiempo puso las cosas en su sitio, los resultados gubernamentales exhiben la mejor de las propuestas para el futuro y transformación de México.