Con la instalación de las nuevas legislaturas en ambas cámaras, somos testigos de la eterna disputa entre el bloque opositor y el oficialista. Sin embargo, parece que la oposición no captó el mensaje que la ciudadanía les envió en las urnas. Siguen aferrados al mismo discurso de siempre, donde el foco principal está en ellos mismos como partido político. Siguen repitiendo que ellos tienen la verdad absoluta, que sólo ellos saben cuál es el camino correcto y que sus soluciones son las únicas válidas.
Pero lo más desconcertante es que, en medio de la crisis que vivimos, en lugar de aprovechar la oportunidad para construir una narrativa enfocada en los problemas reales de la gente, deciden centrar su discurso en sus propios intereses como diputados, senadores o partidos. Parece que no se han dado cuenta de que la política, especialmente en estos tiempos, ya no gira en torno a los políticos, sino en torno a los ciudadanos. La comunicación política efectiva hoy en día tiene todo que ver con la gente: sus problemas, sus aspiraciones, sus miedos y sus deseos.
Es increíble que, teniendo frente a ellos una situación que les permite conectar con la ciudadanía de manera más profunda, sigan eligiendo el camino del egocentrismo. En lugar de ponerse en el lugar del ciudadano y demostrar cómo las decisiones políticas afectan directamente la vida cotidiana, prefieren mantenerse en su zona de confort. ¿Acaso no se han dado cuenta de que, mientras más se centran en ellos mismos, más se alejan de la gente?
La política actual demanda empatía, una palabra que parece ausente en el vocabulario de muchos actores políticos. El ciudadano ya no quiere escuchar sobre quién es más “puro” o quién tiene más años de experiencia en la política. Lo que el ciudadano quiere escuchar es cómo se va a resolver el problema del empleo, la inseguridad o el acceso a la salud. Y no sólo escucharlo, quiere verlo en acciones concretas. Lamentablemente, lo que vemos es una oposición más preocupada por ganar puntos ante la prensa y en las redes sociales que por presentar soluciones que conecten con la vida real de la gente.
Es aquí donde la oposición debe replantearse su rol. El hecho de estar en contra de las políticas del oficialismo no significa que su única tarea sea criticar. El papel de una oposición responsable es ser un contrapeso, sí, pero uno que construya y que ofrezca alternativas viables. Es un trabajo arduo, que implica dejar de lado las rivalidades partidistas para enfocarse en las soluciones. Es esencial que entiendan que el electorado ya no responde a los viejos clichés de la política tradicional. Lo que mueve a la ciudadanía hoy son las propuestas que ofrezcan un cambio tangible en sus vidas. Las ideologías pueden ser importantes, pero lo que realmente importa es si los políticos, ya sea desde el oficialismo o la oposición, son capaces de hacer una diferencia positiva.
¿Dónde está entonces la verdadera conexión con el ciudadano? ¿Dónde queda el compromiso con las problemáticas reales? La política no puede seguir tratándose de ganar una elección o acumular poder. La política debe transformarse en un ejercicio de servicio, donde los intereses de la comunidad estén por encima de los intereses partidarios. Y aquí es donde la oposición sigue fallando. No entienden que hoy en día no basta con estar en desacuerdo con el gobierno de turno; lo que se espera es que presenten soluciones claras, factibles y, sobre todo, centradas en la ciudadanía.
Además, es necesario recalcar que a nivel estratégico, incluso desde el punto de vista político, les convendría poner al ciudadano en el centro. ¿Por qué? Porque el ciudadano promedio ya no está dispuesto a seguir votando por alguien solo porque representa un partido histórico o porque tiene experiencia en cargos públicos. Hoy, el votante busca algo más: busca empatía, busca autenticidad, busca compromiso. Y si la oposición quiere tener una verdadera oportunidad de competir en el futuro, deberá cambiar su enfoque de inmediato.
Ya no se trata de ellos, ni de sus partidos, ni de su capacidad para criticar al oficialismo. Se trata de cómo logran que sus discursos y propuestas hablen de la vida real, de cómo afectan el día a día del ciudadano común. Porque en una era en la que la comunicación política ha dejado de ser unidireccional y ha pasado a ser un diálogo, aquellos que no escuchen a la gente están condenados a desaparecer del panorama político.
La lección para la oposición es clara: la ciudadanía no espera héroes ni salvadores. Espera políticos que entiendan su realidad, que se comprometan a solucionarla y que dejen de lado su ego para poner al ciudadano en el centro de todo. ¿Están dispuestos a hacerlo? El tiempo dirá, pero hasta ahora, no han demostrado que lo entiendan.