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  • 23 Jan 2024
  • 18:01
  • SPR Informa 6 min

La moda, una reproducción más de lo que somos

La moda, una reproducción más de lo que somos

Por Mónica Muñoz .

El imperio de la moda ha alcanzado casi todos los estratos sociales, principalmente a las ciudades. Pasó de ser un lujo a una necesidad, y no solo una necesidad estética, sino que puede provocar estados ansiosos, debido a la carga social que implica tener que estrenar ropa, cambiar de celular por uno de nueva generación o tener un mejor automóvil. Nos vemos orillados a comprar y ante ello, hay una recompensa social que nos hace reconocibles, tener un nombre dentro de la sociedad, estar en una mejor posición ante los demás.

La exigencia social del “dress code” sobrepasa el código de belleza al código de la personalidad. La ambición humana anudada al capitalismo, humaniza la ropa y todo lo demás que está de moda, la convierte en algo que te hace sentir bien, que te puede dar protección, seguridad y hasta estatus. Nos obliga a satisfacer nuestros intereses, pero también a ser más competitivos.

Para ello, hay un trabajo de venta exhaustiva y de campañas publicitarias. Nos adoctrinan ya no solo de la manera convencional con los anuncios, sino que se meten en la ficción como lo harían los españoles en los tiempos del adoctrinamiento católico con las obras de teatro. Y ahora nos aleccionan en series norteamericanas como la de Stranger Things. Todo un capítulo dedicado a que Once, la protagonista de la serie, busque su personalidad por medio de su “look” o la apariencia que quiere mostrar al mundo. Detallan cómo la adolescente se transforma mediante la ropa que se va probando y comprando en un centro comercial. 

El consumo se ha convertido en una imposición y apunta en dos sentidos. Por un lado, la presión social y por otro, la autoexigencia. Ambas posturas provocadas por un gran trabajo de venta que incita a un consumo más rápido, más voraz, más vertiginoso.

Esta imposición es muy sutil, como se hace pasar por libertad de elección, la exigencia obliga a ajustarse a cierto modelo de consumo. 

El consumo entonces, se hace obligatorio para poder tener una personalidad o diferenciarse de los demás, como dice Eduardo Galeano con respecto a la exclusividad de las cosas: “Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario”. 

Hay una ilusión en el modo que tenemos de concebir la vida de acuerdo a cuánto podemos consumir y mostrar, convirtiéndonos, como apunta Galeano en “fotocopias del consumidor ejemplar”.

Un fenómeno que resulta de la moda de ropa es el llamado Fast fashion. Se trata de la moda que cambia de manera acelerada y de acuerdo a las tendencias del momento. Hay, pues, una constante necesidad de innovación, la cual provoca, por un lado, un consumo sin remordimientos, pero también una producción en masa que es más grave de lo que parece: miles de toneladas de ropa que es consumida también es desechada.

En el desiero de Atacama ingresan 40 mil toneladas de ropa usada al año, llegan a  la zona franca proveniente de  Estados Unidos de América y Europa, de la cual solo el 15% se vende y lo demás afecta la estabilidad del suelo, contamina el desierto y las poblaciones aledañas habitan en basureros que emanan gases altamente dañinos, provocando infecciones pulmonares, aumento de presión arterial y enfermedades cerebro-vasculares.

Existe también una isla flotante de basura en el Océano Pacífico y la superficie oscila en los 1.7 millones de km2  . Si sumamos la extensión España, Francia, Alemania y Portugal tienen una superficie de 1.6 millones de km2. En dicha isla solo hay plástico y una gran parte de este material es generado por los textiles sintética de la ropa fast fashion. Este material es absorbido por los animales acuáticos, contaminando sus vías respiratorias. Algunos de estos peces mueren, otros son consumidos por aves o por el ser humano, quien consume todo el deshecho plástico que se encuentra en su sistema.

Este modelo de consumo rápido es una promesa de felicidad falsa, nos hacen creer que al estrenar ropa, supuestamente sin remordimientos, está ligada a un sentido de bienestar que se vuelve adictivo por lo efímero.

Como dice Zygmunt Bauman en su libro de la modernidad líquida, la sociedad pasa a ser una costra volcánica que se endurece, se funde y cambia deforma continuamente. Y aunque en apariencia haya una estabilidad, este movimiento tan rápido provoca fragilidad y también un desgarro constante.

El imperio de la moda se ha convertido en una reproducción más de cómo nos relacionamos con los otros, que, muchas veces, es a través del consumo, el cual nos mantiene atados a repetir una y otra vez el sistema de compra y de juzgar a quien no pertenezca a este círculo. Es, a fin de cuentas, una trampa que ignora lo que realmente importa y no está en cómo nos vestimos ni tampoco en la tecnología que traemos en la mano.