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  • 01 Mar 2024
  • 09:03
  • SPR Informa 6 min

¿En qué momento nos volvimos nuestros propios tiranos?

¿En qué momento nos volvimos nuestros propios tiranos?

Por Mónica Muñoz .

Ya desde Heggel se hablaba del amo y el esclavo, es decir, hay una persona que ejerce el poder y otro que obedece. Parece que nuestro sistema capitalista está regido para que haya una figura que manda y otra que ejecuta las órdenes. Pero, ¿qué pasa ahora que somos nuestros propios jefes?, ¿o que la figura de autoridad da tanta “libertad” para que decidamos cómo ocupar el tiempo para realizar las tareas solicitadas? Y aquí es cuando hay un quebrantamiento en la estructura, y los roles tienden a ajustarse. 

Ante la figura de emprendedor o de ser tu propio jefe, hay una exigencia por comandarnos a nosotros mismos para poder hacer crecer el negocio. Ya no estamos en el esquema de querer entrar a las grandes empresas, que se nos diga qué hacer y conformarse en todo momento con recibir indicaciones de terceros, ahora se busca idealmente gobernarnos a nosotros mismos, salir con lo que tengamos al mundo y ofrecerlo.

Resulta entonces, que, al tomar el rol del jefe o del amo, ya no se trata de una dominación que se exterioriza hacia otro individuo que por lo general se consideraba inferior, ahora el papel del dominador viene de nosotros mismos y para nosotros mismos. Nos dirigimos hacia nosotros dándonos indicaciones en todo momento que “debemos de”: dar más, ser mejores, ser más exitosos ya sea en nuestro propio emprendimiento o bien, trabajando para una organización.

Buy Chan Han explica este fenómeno en La sociedad del cansancio. Él explica que en la sociedad actual sufrimos de un exceso de positividad. Esto quiere decir, que en el sistema impositivo anterior (del amo y el esclavo) existían dos figuras: alguien que imponía las leyes y el otro, que las podía o no cumplir, lo cual creaba una sociedad que muchas veces acababa cometiendo crímenes, pues quería romper con el esquema de dominación.

Pero la tiranía ahora, como es introspectiva, hacia dentro de nosotros mismos, suele ir de la mano de frases como “querer es poder”, que nos llevan a una obligación de cumplir todo lo que nos viene a la mente. Frases tan positivas que se convierten en un mandato hacia nosotros mismos y nos vemos obligados a bloquear lo que nos dice nuestro cuerpo físico con tal de lograr las expectativas sociales, y ya no hablemos del bloqueo que provoca en nuestras emociones o en el alma. El bombardeo de estas obligaciones “dulces” y supuestamente con ánimo de empoderamiento, nos pueden causar una frustración enorme al vernos incapaces de lograr “todo” lo que imaginamos, y por supuesto, a una sensación de inconformidad y fracaso.

Con la pandemia este fenómeno se incrementó en el ámbito laboral. Ante el miedo de ser despedidos, muchos trabajadores se daban ciertas licencias en casa para hacer tareas domésticas como lavar ropa, pero el precio que pagaban era sumamente alto, quedándose a trabajar hasta altas horas de la madrugada. 

Antes pensábamos que la cultura laboral japonesa tenía las condiciones más deplorables para sus trabajadores, pues las consecuencias de suicidios llegaron a ser gravísimas: más de 55 personas se quitaban la vida por día, incluso se acuñó el vocablo Karoshi, que significa muerte por exceso de trabajo.

Sin embargo, hoy, me preocupa mucho más México. Resulta ser que está en los primeros tres lugares de los empleados que trabajan más horas al día a nivel mundial, y no por ello significa que haya más productividad.

Aunque se han aumentado significativamente las vacaciones, no es suficiente. Aún hay inconsistencias laborales, dentro y fuera del sistema. Conozco casos cercanos en empresas donde les piden trabajar más de ocho horas laborales sin ninguna remuneración extra y solo con la amenaza de despido. Sin embargo, es tan complejo conseguir un trabajo bien pagado, que los empleados permiten la situación, pero no por una cuestión de victimización sino de necesidad económica. 

Arendt dice que nos hemos convertido en “animal laborans” animales con capacidad de trabajar. Menciona que la modernidad nos ha llevado a ser menos animalizados, es decir, a tener menos movimiento físico y mucho menor instinto, debido a querer lograr cada vez más productividad, pero a la vez, nos hemos vuelto más hiperactivos y neuróticos, con muy poca capacidad de tener la mente tranquila.

Exigirnos más es aún más alarmante que las largas jornadas laborales. Hay una exigencia social ligada con el éxito en el que hay frases como “el que quiere puede” y un sinfín de mandatos que te dicen que tienes que dominarte a ti mismo levantándote a las cinco de la mañana, hacer ejercicio, tener todo listo, emprender un negocio, etcétera. ¿Pero qué pasa con nosotros, con nuestro cuerpo y nuestra mente?

Termina quemada.

Burn out, es el término en inglés, las personas pueden llegar a tener una sintomatología de agotamiento crónico. 

Y es que el cuerpo requiere de energía. La energía se acaba y hay que recargarla. El psicólogo Guillermo Vega explica que la energía es una fuente que se agota de manera muy veloz cuando hay un gasto de energía extremo provocado por la  hiperproductividad, es decir, por saturarnos de actividades con el fin de hacer algo productivo en nuestra vida. Al final, somos parte de un ciclo y necesitamos descanso para reabastecernos. 

Ese descanso no sólo significa dormir, sino buscar la forma de recargar esa energía vital por medio de pequeños descansos que nos den un tiempo placentero, como tocar la guitarra o el tambor, quedarnos un minuto con los ojos cerrados o ir a clases como danzoterapia, para danzar y soltar las emociones negativas.