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  • hace 5 días
  • 19:04
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Ultraderechistas: las víctimas de una historia mal contada

Ultraderechistas: las víctimas de una historia mal contada

Por Valeria Herrera

Una tarde, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México, me topé con un joven con el rostro cubierto que llevaba decenas de pines de esvásticas y otros símbolos del nazismo en su mochila. Dado que estábamos en un lugar público, supe que no podía hacer mucho al respecto, no sólo porque podía poner mi integridad física en peligro, sino porque existía la posibilidad de que la gente a mi alrededor lo defendiera. Y es que, ante el avance de la ultraderecha en el mundo, personas como este sujeto se han convertido en las víctimas de una historia mal contada.

Hace algunos días, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, calificó la inhabilitación política de la ultraderechista francesa Marine Le Pen como una "caza de brujas" por parte de "izquierdistas europeos que utilizan la guerra legal para silenciar la libertad de expresión y censurar a sus oponentes políticos". Esto, después de que un tribunal penal la declaró culpable de malversación de fondos, por lo que tiene prohibido postularse a un cargo público durante los próximos cinco años.

Le Pen no solo se consideró una víctima de persecución política, sino que se atrevió a comparar su “lucha” con la de Martin Luther King, uno de los más emblemáticos defensores de los derechos de la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Sí… una mujer blanca y conservadora instrumentalizando una comunidad a la que no pertenece para victimizarse. Sin embargo, no es la primera vez, pues Le Pen también se ha comparado a sí misma con Alexei Navalny, un líder de la oposición rusa que murió en prisión en 2024.

Este discurso, cimentado en la victimización, no tiene nada de novedoso. El propio Trump lo ha utilizado para defenderse a sí mismo de los múltiples procesos penales que ha enfrentado desde el año 2020. En el último de ellos, Trump fue declarado culpable de 34 cargos de falsificación de registros comerciales, para encubrir el pago de 130 mil dólares que hizo a Stormy Daniels, una estrella de cine para adultos, para evitar que hiciera público un encuentro sexual entre ambos.

Ante las declaraciones de Trump sobre Le Pen, miles se han manifestado en Europa bajo la consigna “No al trumpismo en Francia”. Sin embargo, la política estadounidense ha demostrado que este discurso puede trascender ideologías cuando el poder se ve amenazado, como cuando el exsenador demócrata Bob Menéndez dijo que su juicio había sido “muy injusto” y que “Trump tenía razón” acerca de los procesos judiciales contra figuras políticas, tras ser sentenciado a 11 años de prisión por corrupción, el pasado 29 de enero.

La victimización tampoco se limita a este tipo de procesos, sino que es una piedra angular para la ultraderecha de nuestros días: ahí tenemos, por ejemplo, al presidente de Argentina, Javier Milei, culpando al “wokismo” y el “feminismo radical” de todos los males del mundo; o a la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, poniendo cara de lástima mientras le da la palabra a quienes llama “angel moms”, madres estadounidenses cuyos hijos fueron asesinados por personas migrantes, utilizando estos casos aislados para esparcir el odio hacia dicha comunidad.

Este papel de “nosotros somos los buenos” ha llegado a puntos ridículos: desde Trump responsabilizando a México de la crisis por consumo de fentanilo que atraviesa su país, hasta las autoridades israelíes que llevan décadas argumentando que el desplazamiento y exterminio del pueblo palestino es “en defensa propia”. O más descarado aún: Trump asegurando que “necesita Groenlandia para la paz mundial”, en un intento burdo de esconder sus planes expansionistas.

La ultraderecha no murió: se transformó. Al darse cuenta de que la nueva tendencia internacional era la defensa de los derechos humanos, tuvieron que construir una narrativa en la que nosotros, “los zurdos”, somos los villanos. Un supuesto en el que ser de derecha “ya no es seguir al status quo”, sino que es “ser revolucionario”, es “atreverse a decir lo políticamente incorrecto”.  Pero, por más trucos mediáticos y maromas discursivas que hagan, los hilos de las marionetas siguen visibles para el mundo entero… y vamos a cortarlas.