Sembrar miedo, escupir odio

Lo dije y lo sostengo: en México tenemos una oposición profundamente irresponsable. En medio de tiempos convulsos para la humanidad, y ante su incapacidad para articular una idea o propuesta convincente, la clase política conservadora apela a dos sentimientos primitivos pero muy efectivos en el campo de la lucha por el poder: miedo y odio. 

Esta estrategia clásica de la derecha, que es genéticamente antidemocrática, ha permeado en un sector de la sociedad que, muchas veces mediáticamente manipulada, vive ahora y se manifiesta aterrada por la supuesta y falsa desaparición del órgano electoral de nuestro País. La aprobación en Cámaras del llamado “Plan B” en materia electoral del Presidente López Obrador, ha sido, sin duda, una de las iniciativas más desvirtuadas por la narrativa opositora.

Desde la izquierda, regularmente demócrata, muchxs apostamos por el encuentro con nuevas formas de hacer política; política justa, política social, política para las y los más jodidos, política desde el amor al otro, a nosotras mismas, las personas. Mientras que de este lado construimos con ideales fincados en la esperanza en el porvenir, del otro destruyen con base en la desesperanza y la apuesta por la solidificación en el imaginario colectivo sobre que, en política, todas y todos somos iguales. 

Así pues, el pasado jueves 23 de febrero, quienes por años hicimos política desde la marginalidad, esa que gozábamos desde el desdén institucional que nos ignoraba deliberadamente; nosotras, que padecimos represiones y presos políticos, y por lo que hoy nos resulta increíble el calificativo de “dictadura” a un gobierno que garantiza el derecho a la libertad de expresión y manifestación de quienes con bulos y saliva de lenguas que profesan odio ante la frustración del recuerdo de sus privilegios perdidos, ganamos una gran batalla.

32 años después, la celebración de los comunes llegó con la derogación de la antidemocrática y vertical #Ley4, la ahora sepultada ley orgánica de la Universidad de Sonora (Unison), la máxima casa de estudios superiores pública en nuestro estado. 

No entraré en detalles pues en mi columna pasada hablé un poco de los principales cambios que proponía la nueva ley que floreció como resultado del diálogo, la pluralidad de voces y que privilegió la democracia universitaria, pero lo que sí tengo que agregar es que esta nueva ley representa el fin de un oscuro episodio de una larga noche neoliberal en el modelo educativo de la Unison. 

Por último, y para poner en perspectiva las grandes diferencias de ambos momentos históricos, puntualizo: en 1991, la #Ley4 se aprobó en medio de una lucha de la comunidad universitaria contra el Gobierno del Estado encabezado por Beltrones. Hubo represión, presos políticos. El pasado jueves, estudiantes y sindicatos celebraban la aprobación de la nueva ley orgánica de la Unison en el Congreso Local que les permitirá tomar decisiones al interior de la universidad.

Los tiempos cambian, a veces la democracia avanza y también existen los momentos de justicia histórica para quienes en el pasado se jugaron la vida por la construcción de una sociedad y una universidad más justa. ¡Qué viva la Unison! ¡Qué viva la democracia universitaria! ¡Abajo la #Ley4! ¡Larga vida a la Universidad de Sonora!