Reflexiones en Semana Santa sobre las elecciones en México

Recién pasados los días de asueto por la Semana Santa, nos quedan momentos de reflexión de cara a las elecciones presidenciales en México. Los tiempos cargados de polarización afectiva nos impide ver temas tan sustantivos en la problemática nacional como lo es la desigualdad social.

Desde tiempos inmemoriales, la división entre ricos y pobres ha marcado el desarrollo de las sociedades. Por lo que las analogías de los tiempos en los que vivió Jesús son de gran utilidad para reflexionar sobre las lecciones que podemos aplicar en el presente.

En el siglo I D.C., la sociedad en la región de Palestina –hoy en situación de guerra- estaba marcada por profundas divisiones sociales y económicas, incidiendo en la vida de las comunidades y las interacciones entre sus miembros. En aquellos días, bajo el dominio del vasto Imperio Romano, la sociedad estaba profundamente estratificada. Los ricos disfrutaban de lujos inimaginables, mientras que los pobres, los enfermos y los marginados luchaban día a día por la supervivencia.

Fue en este tiempo donde Jesús comenzó su ministerio, destacando como una figura espiritual y como un defensor de los desposeídos. Las enseñanzas de Jesús, como se registran en los Evangelios (analizados desde el contexto sociológico y no religioso), ofrecen múltiples referencias a su preocupación por los pobres y marginados.

Jesús caminó por un mundo donde las injusticias sociales eran la norma, desafiando abiertamente las estructuras de poder que perpetuaban la desigualdad. A través de sus enseñanzas, enfatizó la dignidad intrínseca de todos los seres humanos, independientemente de su estatus social o económico.

Sus actos de bondad, desde sanar a los enfermos hasta alimentar a los hambrientos, eran manifestaciones de un profundo compromiso con los menos afortunados. Más que palabras, sus acciones representaban un llamado a la compasión, el humanismo y la justicia, principios que siguen resonando a través de los milenios.

En este contexto, las elecciones presidenciales asumen una importancia particular. Son momentos definitorios de dos visiones diferentes de país: uno que ofrece la promesa de regresar al pasado que tanto daño le hizo a la igualdad social en nuestro país y por otro lado, el que nos brinda la posibilidad de continuar el curso hacia una mayor equidad social, cerrando la brecha de desigualdad entre ricos y pobres. Esta administración redujo en 9 millones de mexicanos (5.6%) la pobreza. Un gran avance no visto en décadas, pero que debe fortalecerse aún más.

Las candidatas a la presidencia de México buscan ganarse el corazón y la mente del electorado, prometiendo abordar la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿Podrán trascender las promesas electorales para convertirse en políticas efectivas que confronten la raíz de la desigualdad?

En su discurso y plataforma de la Dra. Claudia Sheinbaum es posible identificar elementos que resuenan con principios de compasión y humanismo, como es el enfoque en programas sociales destinados a mejorar el bienestar económico de las comunidades más vulnerables, elementos que buscan responder a los desafíos persistentes de la desigualdad social. El paralelismo de estos principios con los que enseñó Jesús en su tiempo, nos recuerda la relevancia de tales valores en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales actuales.

Así, al reflexionar sobre la Semana Santa y las elecciones presidenciales, las propuestas de la Dra. Sheinbaum abren una ventana de oportunidad para México. En este momento decisivo, recordemos las lecciones del pasado y las posibilidades del futuro, inspirándonos en figuras históricas y líderes contemporáneos, para moldear un México más inclusivo, justo y próspero.