Lealtad al poder

“Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres.” Emiliano Zapata.

Jospeh Fouché (1759 – 1820), descrito por Stefan Zweig en su sublime biografía como “El Genio Tenebroso”, fue un político francés que se desarrolló durante la revolución francesa y el imperio napoleónico. Su impecable audacia le posibilitó salir avante de las partidas políticas ante figuras como Robespierre y el propio Napoleón Bonaparte. Su táctica en el ejercicio del poder debería ser estudiada detenidamente como ocurre con los postulados de Nicolás Maquiavelo. 

Quizá sin saberlo, generaciones de políticos mexicanos han replicado y hecho una regla de subsistencia la esencia de Fouché. Bajar del barco que está por tirar ancla y subirse al que está por zarpar. La supervivencia política ha sido esa, periodo tras periodo. La identidad primaria del sistema político es permanecer en el aura de los privilegios, por encima de cualquier ideario político.

Lo anterior ha provocado históricamente que la clase política sea la misma, sin producir alteración independientemente de quien ostente el poder. Las complicidades y falsas alternancias retumban en una simulación, ofertando al electorado los mismos sabores con distinto color.

La toma del poder popular encabezada por AMLO modificó parcialmente la dinámica descrita. Enfatizo en la parcialidad del cambio de paradigma puesto que, como es de conocimiento público, múltiples actores políticos que anteriormente fueron catalogados como parte de la poderosa mafia, ingresaron al Movimiento de Regeneración bajo la lógica de que era intrascendente su origen; lo importante era el destino próximo, el camino compartido a partir del 2018.

Una de las muestras diáfanas es la senadora Lily Tellez, quien bajo las siglas de morena accedió a su escaño en la cámara alta y posteriormente tuvo una metamorfosis demencial que asustaría a cualquier psiquiatra. 

El ejercicio del poder es así; volátil a conveniencia. La supervivencia individual en la detención del poder, priva cualquier acción de profundización en los procesos de transformación colectiva.

La acepción de política, descrita como una guerra diplomática, da sentido a las efímeras convicciones sociales. Las experiencias de los años 2006 y 2012, dieron fe en lo imprescindible que resultaba incorporar a agentes del mismo sistema para poder tomar el poder. Lo dice el presidente de México; política es optar entre inconvenientes.

La consolidación de la Cuarta Transformación implica impulsar a los mejores cuadros; capaces en lo político y en lo moral, rumbo a las contiendas electorales venideras. Ya saldada la transición definida por Gramsci donde “lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir”, es menester sean propuestas personas leales a los principios. Sólo así quedará abierta la puerta de apertura a un México diferente; cuya reconstrucción inició en el año 2018. 

Contrario a ello, se corre el riesgo de que se camine a contrasentido. De ser cooptado el partido y las posiciones políticas por entes de la clase política tradicional, el proceso de transformación habrá quedado inconcluso. 

Los nuevos tiempos requieren nuevas formas de hacer política. La responsabilidad de hacer válidos los espacios públicos que el pueblo otorgó al proyecto de nación recae en el auténtico Obradorismo. Los simuladores que replican mecánicamente los preceptos de no mentir; no robar y no traicionar, pero que se enriquecen y lucran a nombre de la revolución, deben ser relegados al basurero de la historia.

Oportunidades como la actual, de impulsar un cambio social; se presentan escasamente. Las definiciones de quienes representen el proyecto Obradorista en el año 2024 determinarán la profundidad del momento histórico. 

Al pueblo organizado le corresponderá llevar a las mejores hijas e hijos de México, hacia la trasformación de la nación.

Busquemos la lealtad al pueblo. Busquemos la lealtad en el amor.