Las dos primeras temporadas de la serie televisiva Narcos están centradas en las prácticas ilegales del tránsito de droga transfronterizo a manos de Pablo Escobar, un tipo que nació en uno de los barrios más pobres de Medellín.
Al contrario de Breaking Bad y muy al estilo norteamericano de superhéroe tenemos al narrador de la serie de Narcos Colombia quien nos cuenta en primera persona el tráfico de cocaína de Colombia a Estados Unidos.
Nos encontramos con dos detectives que buscan dar fin al acto inmoral e ilegal del tráfico de drogas, con sus ya estereotipadas características de eficiencia y radicalidad.
Y es así como conocemos a Pablo Escobar. Para nadie resulta sorprendente su carácter prepotente cuyos actos de criminalidad van creciendo desde Medellín hasta el cruce con Perú y grandes ciudades de Estados Unidos como Miami o Nueva York.
El drama moral de los gringos funciona como contrapeso a la historia mostrando diálogos que propician que los mismos “justicieros” se vean obligados a cometer actos en pro de ayudar a la captura de “los malos”. Sin que esto resulte realmente un dilema, ayuda a que la serie no se convierta en La ley y el orden.
La serie no está centrada en mostrar la cultura colombiana, sino un hecho histórico: cómo un personaje pasó de ser un traficante de droga a candidato a la presidencia de Colombia, suceso que le trajo consecuencias funestas a un país entero.
La secuencia está pensada para que el protagonista no sólo vaya avanzando en la ilegalidad sino en todo el entramado que teje con las autoridades pertinentes, desde los caminos en la carretera hasta que es detenido por tráfico de drogas.
A la par sucede también la investigación de la DEA y cómo es que el gobierno colombiano conduce esta persecución mediante la relación establecida con el gobierno de Estados Unidos de América.
Desde el primer momento, Pablo Escobar se presenta con su carácter arrogante y sus deseos de ser presidente de Colombia. Tras ser detenido por un retén policial nos damos cuenta que él maneja el departamento de Antioquía, y cuando los amenaza de muerte, los policías ceden a la presión y lo dejan ingresar el cargamento de drogas. A partir de esta escena se pone de manifiesto no sólo el carácter del protagonista sino también exige el involucramiento con las autoridades locales. Podemos ver una sociedad altamente corrompida. En los cuadros siguientes nos enteramos de cómo negocian el tránsito de mercancía exigiendo una especie de “aranceles” por el silencio, por el incumplimiento de la ley.
Más adelante hay una secuencia que describe la producción de drogas en el laboratorio, el transporte desde Perú hasta Colombia y las primeras estrategias de envío.
La elección del primer plano de la fotografía cuando apresan a Pablo Escobar, él, con una expresión cínica ocupa un papel primordial, por un lado juega con la incomodidad del espectador al llegar al extremo de la prepotencia y burla. Sin embargo, el narrador en primera persona ya nos advierte que este hecho traerá sufrimiento en el futuro.
La secuencia caerá justo sobre este elemento visual, la fotografía es la prueba con la que se denuncian los actos ilícitos de Pablo a unos días de ganar la campaña presidencial. Este evento es un parteaguas que marca, como en muchas otras series, el destino del personaje.
El diplomático Lara Bonilla lo acusa y le dice que no es bienvenido. El punto de tensión viene cuando la cámara apunta a Pablo Escobar, la escena se alarga para mostrar en un plano medio frontal su expresión. Se esperaría, por supuesto, un acto violento, por lo que la intriga se alarga cuando Pablo queda en silencio, sólo mira con odio a su acusador; giro que detona los actos de violencia provocados por su frustración de no haber llegado a tener el poder político de Colombia.
El arco narrativo nos mantiene a la expectativa de la captura de Pablo Escobar hasta que finalmente sucede. En el camino, el espectador queda atrapado por la persecución, pero también por saber hasta dónde las malas decisiones políticas pueden hacer que un país se desestabilice ante la amenaza y los asesinatos de un narcotraficante.
Las tensiones políticas crecen de manera absurda. Y es que este suceso pareciera un capítulo más de realismo mágico colombiano, un pueblo que como México está mal educado para tomar recursos de donde se pueda y cómo se pueda, como si las tranzas o darle la vuelta a la ley fueran la solución en todas las esferas sociales y políticas, y, cuando ya no hay para donde voltear, sólo queda rezar a los superhéroes para que vengan a nuestro rescate.