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  • 25 Apr 2025
  • 14:04
  • SPR Informa 6 min

Las trampas de la imagen carismática

Las trampas de la imagen carismática

Por Juan Javier Córdova

La muerte del Papa Francisco ha sacudido al mundo, no solo al interior de la Iglesia, sino también en el amplio espectro de lo simbólico y lo político. La sucesión papal que se avecina no es simplemente una cuestión de teología o de tradición eclesiástica: es también un fenómeno comunicativo, una operación semiótica de gran escala. El mundo—tanto creyente como laico—espera no solo un nuevo pontífice, sino la continuidad de una imagen: la de Francisco, el papa que caminó con la gente, que abrazó la periferia, que no temió hablar de migración, medioambiente, ni del papel de la mujer dentro de la Iglesia.

Y, sin embargo, esa expectativa es profundamente injusta.

Francisco no solo fue un líder espiritual, fue una figura política con una carga simbólica descomunal. Su estilo sobrio, sus gestos cargados de humildad, sus discursos directos y profunamente humanistas construyeron una imagen carismática difícil de igualar. Pero esa imagen fue única porque surgió en un contexto único. Pretender que el próximo Papa sea "otro Francisco" no solo desconoce la singularidad del pontífice argentino, sino que condena al sucesor a una comparación perpetua y desigual.

Umberto Eco, en su célebre novela El nombre de la rosa, advierte sobre los peligros de la interpretación excesiva: "El problema no es la verdad, sino el sentido". En la figura del Papa, lo que el mundo busca no es solo una continuidad doctrinal, sino la permanencia de un "sentido" específico, construido desde los gestos, los silencios, las imágenes, incluso los símbolos más triviales: un papamóvil sencillo, una sotana sin adornos, una mirada compasiva. Todo ello compone un sistema de signos que ha sido interiorizado como ideal. Pero el sentido, como enseñó Eco, siempre se desliza, siempre se transforma.

Este fenómeno no es exclusivo del Vaticano. En México, la sucesión presidencial ofrece un espejo curioso de esta lógica. Tras un sexenio dominado por la figura de Andrés Manuel López Obrador, con su gran carisma, su discurso directo y su presencia mediática constante, buena parte de la ciudadanía proyectó sobre la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, su sucesora, una expectativa errónea de continuidad. Querían una copia calcada, una reproducción de la imagen, no solo del proyecto político.

Aquí es donde Borges entra en escena, con su ironía lúcida. En su cuento Pierre Menard, autor del Quijote, plantea el absurdo de querer reproducir un texto idéntico, palabra por palabra, pero en otro tiempo y por otra pluma. El resultado, aunque textual, sería radicalmente distinto en su sentido. Lo mismo sucede con la política: querer que la Presidenta "escriba" el mismo gobierno que AMLO o que el próximo Papa "repita" el pontificado de Francisco, es no comprender que todo gesto, toda palabra y todo símbolo son inseparables de su tiempo, de su emisor, de su contexto.

Es importante recordar que toda figura pública es también una construcción simbólica. Pero no todas las construcciones pueden sostenerse indefinidamente. Francisco, como López Obrador, marcaron época precisamente porque rompieron moldes, porque ofrecieron una narrativa distinta. Querer congelar esa narrativa en el tiempo y exigir su repetición exacta es condenar al futuro a ser una fotocopia sin alma.

El próximo Papa no será Francisco. Claudia Sheinbaum no es AMLO. Y eso está bien. Lo justo es permitirles construir sus propias imágenes, con sus propios formas, gestos y silencios. Porque si algo nos enseñaron quienes los precedieron, es que la fuerza del liderazgo auténtico está en ser, no en parecer.