La mañana del 2 de junio, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo se dirigió a la casilla correspondiente para emitir su sufragio. En la zona de San Andrés Totoltepec, acompañada de su esposo –Jesús María Tarriba- la dra. Sheinbaum se presentó a las urnas; las mismas urnas que horas después la decretarían como la primera mujer presidenta en la historia de México. Al ser abordada por la prensa, Sheinbaum declaró por quien había votado. Siguiendo la lógica del simbolismo en el sufragio, votó por la maestra Ifigenia Martínez.
Cuatro meses después, sería la propia Ifigenia Martínez quien, -como presidenta de la mesa directiva de la cámara de diputados- ungiría a través de la banda presidencial a la Dra. Sheinbaum como presidenta constitucional de México.
La maestra Ifigenia falleció la noche del pasado 5 de octubre; cuatro días después de la sesión del relevo presidencial. Sobre la edad que tenía al fallecer, dos versiones periodísticas se encontraron en la contradicción: 94 y 99 años de edad son las versiones sobre su posible edad.
La ex presidenta de la cámara de diputados es una mujer que se consagró desde hace mucho en las páginas de la historia. Tuvo una participación protagónica en las protestas del movimiento estudiantil de 1968 y fue también la primera mujer mexicana en graduarse de una maestría en economía por la Universidad de Harvard.
Hizo historia de principio fin. Hasta el último latido.
Los ojos de doña Ifigenia registraron la cronología de diversas luchas sociales en pro de la igualdad sustantivas. Luchas de escasos triunfos pero de cimentaciones inamovibles.
El México en el que creció Ifigenia no es el mismo al México que dejó. Tan sólo como dato gráfico la maestra nació en los años 20”s y fue hasta 1953 que el derecho al voto de la mujer fue legislado en nuestro país.
¿Cuántos sentimientos acumulados en balance de ese tránsito?
¿Cuántos años y momentos en retrospectiva fueron acumulados en los fragmentos de segundo que duró el tomar la banda de manos de López Obrador para entregarla a Claudia Sheinbaum?
Así se incrustan los momentos en la historia. La acumulación de décadas; de siglos; son cimentados en un solo segundo. En el hecho de tomar protesta a la primera presidenta de México.
Una serie de infamias y sentencias frívolas fueron desojándose por el estado de salud de la maestra Ifigenia en la toma de protesta. Pues, acompañada de una voluntad inquebrantable el oxígeno artificial destacaba en su rostro
¡Cuánto lucro con la imagen de Ifigenia! ¡Son unos irresponsables! – Fue lo mínimo que la oposición histriónica taladró de manera insensible- tuvieron que salir a declarar los nietos de doña Ifigenia que fue por deseo de la propia maestra su presencia en la histórica sesión. Pues el coordinador parlamentario de morena, Ricardo Monreal, estaba previendo la sustitución dado su estado de salud.
Ahí nace la reflexión: ¿los dirigentes sociales históricos, que esperan de la historia? Evidentemente, esperan tomarla; absorberse en ella. En el ocaso de la vida queda como aspiración privada morir como se vive. Enfrentando el porvenir. Haciendo lo que se sabe hacer; lo que se disfruta hacer.
Viene a mi mente un momento reciente de otro histórico de la izquierda mexicana: Porfirio Muñoz Ledo. Quien falleció a los 90 años de edad, después de haber culminado su último cargo público como legislador federal y presidente de la mesa de la cámara de diputados. También siendo parte de la unción al presidente López Obrador, pues al igual que Ifigenia fue el quien traspasó la banda presidencial al nuevo momento histórico.
En la vocación y compromiso con la convicción personal; es el espíritu quien se impone al corazón y le exhorta el suspiro del último latido.
Hasta siempre Ifigenia Martínez. Mujer de convicción, mujer que encarnó la historia.