A menos de dos meses de que Donald Trump asuma su segunda administración, la política exterior de Estados Unidos parece estar tomando un giro especialmente arriesgado. Esto por el reciente anuncio del presidente Joe Biden, permitiendo que Ucrania utilice armamento estadounidense para atacar territorio ruso, lo cual, no solo desafía las reglas tácitas de la contención en conflictos internacionales, sino que también parece un intento deliberado de desestabilizar cualquier posibilidad de paz futura entre Rusia y Occidente.
Desde el inicio de la guerra, la narrativa de Washington se ha centrado en respaldar a Ucrania como un acto defensivo y ético, alineado con los valores democráticos. Sin embargo, esta decisión transforma el conflicto en una confrontación directa entre Estados Unidos y Rusia, algo que no se veía desde los momentos más tensos de la invasión. ¿Es este el legado que Biden quiere dejar antes de que su administración llegue a su fin?
A pesar de los esfuerzos estadounidenses por aislar diplomáticamente a Rusia e imponer sanciones económicas que debilitaran su capacidad bélica, los resultados han sido diametralmente opuestos. En lugar de un colapso, Rusia ha encontrado en el BRICS una plataforma para consolidar su influencia global. De hecho, según el FMI se espera que su economía crezca un 3.2% en 2024, un porcentaje mayor a lo que se espera que crecerá cualquier economía europea para el mismo periodo.
Asimismo, el BRICS, que ahora incluye a nuevos socios estratégicos como Arabia Saudita e Irán, abarca más territorio y población que cualquier otro bloque económico en el mundo; características esenciales para potenciar el desarrollo. Además, su enfoque en desarrollar mecanismos financieros independientes del dólar representa una amenaza tangible para la hegemonía económica de Occidente. Esta dinámica pareciera que tiene nervioso a Washington, quienes son conscientes de que el cambio de poder global va encaminado a Asia y que será un hecho cada vez más evidente.
La escalada como herramienta política
En este contexto, la decisión de Biden parece más una táctica política que una estrategia militar bien calculada. Al permitir que Ucrania utilice armas estadounidenses contra Rusia, no solo se busca inflamar un conflicto que ya ha costado miles de vidas, sino también entorpecer cualquier iniciativa de paz que pueda surgir bajo el liderazgo de Trump. La relación, al menos en apariencia, muy cordial entre Trump y Putin es bien conocida, y el establishment demócrata teme que un acercamiento entre ambos debilite aún más su posición política.
Por otro lado, no se puede descartar la posibilidad de que esta aparente provocación de Biden esté diseñada, en última instancia, para favorecer indirectamente a Trump. Aunque suena paradójico, al permitir que Ucrania utilice armamento estadounidense en ataques contra Rusia, Biden podría estar dotando a su sucesor de herramientas que le otorguen mayor peso en la mesa de negociaciones. Trump, conocido por su estilo de liderazgo transaccional, podría usar esta ventaja para posicionarse como el mediador definitivo. Bajo su mando, tendría la autoridad de revertir esta política y condicionar el uso de estas armas, forzando así a Rusia a tomar en serio un posible acuerdo de paz. Si bien es improbable que Trump resuelva el conflicto de manera inmediata, esta dinámica podría dar lugar a un escenario en el que ambos actores principales reconsideren sus posturas, temerosos de las implicaciones de una escalada que nadie parece realmente desear.
Sin embargo, el costo de esta maniobra recae sobre otros, principalmente los ucranianos, que están atrapados en una guerra de desgaste, y quienes son los que pagan el precio más alto. Asimismo, los europeos que colindan territorialmente con Rusia y las potencias como Alemania que parecieran haber dado su brazo a torcer, pues ya enfrentan crisis económicas y energéticas derivadas del conflicto, por lo que podrían verse aún más perjudicados si Rusia responde con mayor agresividad.
No obstante, las implicaciones de esta decisión pueden ir aún más allá de la política interna de EE.UU y de las implicaciones regionales. Vladimir Putin ha advertido repetidamente que ataques directos a territorio ruso con armamento extranjero serán considerados actos de guerra por parte de Occidente. Con la reciente llegada de tropas norcoreanas al frente ruso, sumada a la presencia de contratistas extranjeros en Ucrania, el conflicto ya involucra actores globales que podrían desatar en cualquier momento una espiral de escalada impredecible.
El uso de armas avanzadas bajo supervisión estadounidense también legitima el discurso del Kremlin de que esta es una guerra contra Occidente en su conjunto, lo que vuelve a abrir la posibilidad de un enfrentamiento nuclear, que no puede ser descartada en un contexto de tensiones tan extremas.
En este complejo escenario, el enfoque de Trump también podría inclinarse hacia una diplomacia pragmática que sea fiel a su estilo y con ello reducir tensiones, aunque el tiempo dirá si será suficiente para deshacer el daño causado por las decisiones de su predecesor.
Por otro lado, la administración Biden parece haber subestimado en todo momento el costo político y humano de sus acciones. Si bien la industria armamentista estadounidense puede beneficiarse a corto plazo, la credibilidad del liderazgo de Estados Unidos ya ha quedado en juego, especialmente si el conflicto se extiende más allá de las fronteras de Ucrania.
Existe la posibilidad también de que este sea anuncio un riesgo calculado que busca evaluar la respuesta rusa, pero lo cierto es que también es una declaración sobre las prioridades que ha tenido a lo largo de su periodo la actual administración demócrata y, por lo tanto, un intento desesperado de consolidar poder antes de su salida, a costa de la estabilidad global y de los mismos valores que dicen defender.