El mito del coyote, como otros mitos mazahuas, refleja la conexión entre los seres humanos, los animales y las deidades. En la cosmovisión mazahua, el coyote no es solo un animal, sino un personaje que tiene el poder de interactuar con lo divino y lo humano. Aunque en muchos relatos el coyote es presentado como el antagonista, en este mito desempeña un rol más complejo: representa tanto el peligro como la posibilidad de redención y conocimiento.
En la historia, el coyote es un ser astuto, pero también vulnerable. María, la figura femenina central del mito, que en la tradición mazahua simboliza tanto a la diosa lunar Ts'inana como a la Virgen María, se enfrenta al coyote para proteger a sus hijos. Sin embargo, el mito también contiene una enseñanza sobre la conexión entre lo humano, lo animal y lo divino, un espacio sin tiempo ni espacio físico donde los destinos se entrelazan.
El "cruce de caminos" que aparece en el relato es un símbolo clave en la cosmovisión mazahua: representa el umbral que conecta los mundos terrenal y espiritual. Es en este cruce donde María, al igual que otras figuras mitológicas, utiliza el pulque —una bebida sagrada vinculada al maguey— para engañar al coyote, llevándolo a cometer una serie de errores que lo alejan de su objetivo.
El pulque, según la tradición mazahua, tiene el poder de unir los tres mundos: el animal, el humano y el espiritual. A través de la embriaguez, el hombre puede transformarse en otro ser, como el conejo, un símbolo de fertilidad y conexión con lo divino. En el mito, el coyote es finalmente burlado por María, quien, con su astucia, lo redirige hacia otros destinos, como el guajolote, asegurando así que el coyote obtenga su alimento, pero no a costa de sus hijos.
¿Quiénes son los mazahuas?
Los mazahuas habitan una región montañosa que se extiende por el norte del Valle de Toluca y el Valle de Ixtlahuaca, en el Estado de México, y por parte de Michoacán. Esta región ha sido su hogar desde hace siglos, ocupada desde tiempos prehispánicos por grupos como los otomíes y los mazahuas, quienes se asentaron en el territorio del Antiplano Central. Según estudios antropológicos y lingüísticos, los mazahuas migraron hacia esta zona en el siglo XIII, desplazados por las tribus chichimecas y tultecas provenientes del Valle del Mezquital.
A lo largo de su historia, los mazahuas tuvieron una estrecha relación con las culturas vecinas, como los tarascos y los otomíes. Aunque fueron de los últimos en ser colonizados por los mexicas y, posteriormente, por los españoles, lograron mantener sus costumbres y su lengua, que aún se habla en la actualidad.
En términos sociales, la organización mazahua estaba basada en un sistema patriarcal, en el que el hombre, como proveedor, tenía un rol predominante en la comunidad, mientras que la mujer era encargada del hogar y la crianza de los hijos. Las actividades económicas de los mazahuas eran principalmente agrícolas, con un sistema de trabajo colectivo conocido como "faena", que unía a la comunidad para la realización de tareas comunes, como la construcción de caminos y la siembra de cultivos.
¿Hay una “moraleja” en este mito?
Este mito tiene un trasfondo moral y comunitario profundo. Al igual que otras historias de la tradición oral, cumple con la función de enseñar a la comunidad sobre la importancia de vivir en armonía con los demás seres, tanto humanos como no humanos. A través del engaño de María, se enseña la lección sobre el autocontrol y el exceso, en este caso, el peligro del exceso de pulque, que si no se maneja adecuadamente puede llevar a la desesperación, como la que experimenta el coyote.
Además, el mito subraya las estructuras sociales y de género propias de la comunidad mazahua: el padre como figura de autoridad y creador, y la madre como protectora del hogar. A pesar de la intervención de la figura masculina, es la madre quien tiene la última palabra y quien, con su astucia y sacrificio, asegura el bienestar de los suyos. Este rol maternal, protector e intercesor, refleja el lugar central de la mujer en la mitología mazahua, un papel que se ha transmitido a través de las generaciones.
De esta manera, el mito del coyote no solo explica la creación de este animal, sino que también refuerza los valores sociales, la cosmovisión y las creencias de un pueblo que ve el mundo como un espacio interconectado, donde todos los elementos —humanos, animales, y divinos— tienen un propósito y una relación. Así, el mito mazahua del coyote no es solo una historia sobre el engaño y la supervivencia, sino una enseñanza sobre la convivencia, el respeto y el equilibrio entre los mundos.