Al borde de concluir el primer cuarto del siglo XXI, resultaría notablemente extemporáneo que los médicos, para salvaguardar siempre nuestro comportamiento ético, lo tuviéramos que jurar por Hygia y Panacea, además de otros habitantes del Olimpo griego, que seguramente ya no habitan allí. Por esa razón en 1948, una reunión médica mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial, creó la Declaración de Ginebra, que propuso regular el comportamiento ético de los médicos en tiempos modernos. Esta declaración se actualizó en 2006, tomando en cuenta todas las circunstancias nuevas de no exclusión y de no discriminación.
Por su parte, el grupo de enfermería -otra rama muy importante para el control y tratamiento de los enfermos-, también cuenta con su juramento ético, basado en los principios de beneficencia, autonomía, justicia y equidad para hacer accesibles los servicios de salud y del cuidado de enfermería a todas las personas.
De esta manera, dos de los pilares de la atención médica cuentan con sus respectivas promesas de comportamiento ético, en donde, por supuesto, se pone al paciente en el centro de toda actividad médica y de enfermería.
Desafortunadamente con la llegada del neoliberalismo a nuestro país, en los años 80 (el siglo pasado), arribaron también al sector salud los llamados Indicadores Clave de Rendimiento (KPI, por sus siglas en inglés: Key Performance Indicators), en donde se les da más importancia a los criterios de eficiencia empresarial que a los de una relación humana, cálida, amable y profesional.
Así fueron creados modelos de eficacia, tiempos de espera, tiempos de consulta, interconsultas, estancia hospitalaria, ocupación de camas, rotación rápida de las camas y un sinfín de Indicadores Clave de Rendimiento. Pero principalmente, se acabó con la relación personal médico-paciente-enfermera, y nadie sabe quién puede y debe asignarse al paciente como propio y a quién hay que cuidar.
En cambio, se habla de millones de consultas médicas realizadas, ignorando en el momento cuál es el estado de la relación del médico o de la enfermera con el paciente. Los pacientes fueron cambiados por números, siempre buscando las mejores cifras que aseguren las ganancias económicas.
Ahora, no se pretende que las finanzas de las instituciones públicas de salud quiebren o que presenten sólo números rojos. El principio más básico de la Administración Pública necesita que esto no se presente. Pero de lo que se trata es que se vuelva a recuperar la relación médico-paciente, en una base de respeto, comprensión y profesionalismo.
Tampoco se trata de que el equipo de salud no tenga vida personal por dedicar todo su tiempo a los pacientes, o bien, que no gane el suficiente dinero para el manejo económico adecuado del profesionista y su familia. Se debe valorar quitar del centro del escenario de la salud pública a los KPI, así como retomar y fortalecer sin dudar, la relación y confianza del paciente con la persona que está al cuidado de su salud.
Por esta razón, es altamente gratificante observar que la Virtual Presidenta Electa, Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, haya empezado a desarrollar el “humanismo mexicano”, como el inicio de la construcción solidaria del país. Un México humanista, una nueva sociedad mexicana fraterna, solidaria y amorosa, en donde no se deje atrás a millones, sino que, por el contrario, que todos hagamos lo posible para que todos, enfermos y personal de salud, vayamos juntos, confiados y de la mano hacia un mejor futuro.
Confiemos en que conforme avance el “segundo piso” de la transformación del país en el sistema de salud público, se disminuya la preponderancia de los KPI y se reencuentre y refuerce la esencia de la relación médico-paciente. Es un cambio que necesita de todos. Hoy tenemos certeza de que bajo el liderazgo de la primera mujer Presidenta, se continuará la construcción de un modelo de salud mexicano.