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  • 27 Feb 2023
  • 17:02
  • SPR Informa 6 min

El país de los intocables

El país de los intocables

Por Jorge Hernández Aguilera

Había una vez un país donde la plutocracia se negaba a perder sus privilegios.

Aquel país había sido explotado durante treinta y seis años bajo un esquema denominado modelo neoliberal. El citado modelo consistía en deshumanizar al individuo, dotándole de aspiraciones vanas relacionadas exclusivamente a la adquisición monetaria; sin importar el origen de las riquezas económicas, la única valía residía en acrecentar posesiones. 

Para desarrollar a la máxima capacidad el esquema de negocios, la mafia del poder cooptó los espacios de la administración pública. El poder económico se unificó con el poder político de tal forma que se volvieron indivisibles. Era imposible identificar a los agentes que pertenecían a la clase económica entre los gerentes de la clase política. Resultaba tan complejo como diferenciar a un cerdo de un marrano.

Eventualmente se materializó una revolución popular operada por la vía pacífica, en la naturaleza del sistema electoral vigente. El pueblo venció al sistema y se dio inicio a la posibilidad de un país diferente y nuevo. El combate a la corrupción fue el mantra que inspiraba toda acción gubernamental. 

El ahorro producto de dicho combate a la corrupción sería integrado al amplio presupuesto generado para la atención de los sectores más vulnerables; quienes fueron segregados históricamente por la dinámica neoliberal. El clasismo marginal les objetaba que eran pobres porque querían; porque no buscaban un progreso. 

El gobierno transformador (aquel que separaba al poder político del poder económico), buscó reformar el costosísimo sistema electoral; mismo que era el más caro en todo el mundo. Era inverosímil que, a cargo del erario público, los funcionarios del Instituto Electoral tuvieran sueldos estratosféricos, equivalentes a treinta veces el ingreso de un docente. 

Se buscaba reformar al instituto para generar ahorros en el arca pública, mismos que serían destinados al despliegue de los programas sociales. En vísperas de la disminución hasta el mínimo de sus privilegios; el sector conservador decidió protestar y salir a las calles.

Salieron entonces a protestar. Gritaban al unísono: ¡El INE no se toca! Tácitamente pedían que sus intereses no fueran trastocados. En el absurdo buscaban graficar su marcha como una acción ciudadana, sin impulso ideológico o partidista. Lo cierto es que la movilización fue coordinada y encabezada por los dirigentes del PRIAN; lo que queda del PRD y las asociaciones ligadas a Claudio X. González. Una marcha ciudadana oxigenada por intereses políticos.

Pedían que no se atentara contra la democracia; como si la democracia fuera aquel instituto añejo, corrupto y promotor de los fraudes electorales. Para los conservadores los años 1988 y 2006 habían sido muestra implacable de que las instituciones nacionales estaban por encima de cualquier amenaza populista. 

¡Llenamos el zócalo!, gritaban; como si fuera un mérito irrealizable. No se enteraron que la izquierda llevaba más de treinta años llenándolo, a diferencia de ellos, la izquierda exigiendo justicia. 

Poco a poco, los asistentes vaciaron el zócalo. Llevando consigo el aroma a Dior; volviendo a sus casas montanos en Suburbans prietas y no en el metro como lo suelen hacer los históricos manifestantes del Zócalo. Se fueron de ahí con sus playeras rosas, tomando a sorbos el Berry Yogurt Frappuccino de Starbucks. 

Se fueron pensando que habían ganado la revolución y producto de ese evento mantendrían sus privilegios.

Se fueron sonrientes.

Se fueron.

Y jamás volvieron.