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  • 15 May 2023
  • 10:05
  • SPR Informa 6 min

El cuerpo como mercancía

El cuerpo como mercancía

Por Anaís Pereda .

Había dejado de escucharla hace más de veinte minutos, ya se habían acabado la pizza y las esferas de parmesano y quedaban pocos tragos de su cerveza artesanal. No es que fuera especialmente aburrida, solo era aburrida a secas. Se preguntó si ella esperaría que él pagara la cuenta. No la veía con ganas de seguir la fiesta en su departamento, no parecía de ese tipo, debió imaginarlo con la descripción de su cuenta de Tinder: “Hopeless romantic. Life is an adventure”. ¿En qué momento le pareció buena idea dar swipe a la derecha? No era muy guapa, pero tampoco fea, nada que una cerveza más no pudiera arreglar. Damián meditaba sobre la ventaja de pedir otra cerveza y el hecho de que tomársela implicaría intentar prestarle atención durante otros quince minutos, cuando unas palabras le despertaron sus alertas internas:

—Como feminista me parecía de suma importancia acudir a la marcha. ¿No te parece fatal que mi jefa no me dejara ir? 

—Pésimo, fatal, terrible. ¿Dónde está su sororidad? 

—¡Exacto! Eso es lo que me daba ganas de preguntarle. 

Damián desechó la idea de otra cerveza. Como instinto de supervivencia, y por políticas de la institución donde trabajaba, había aprendido las cuestiones básicas de feminismo, pero sus ases bajo la manga no eran muchos. Esperó el tiempo prudente para que ella terminara de contar su historia y pidió la cuenta. 

—¡Claro! Hay que volver a quedar, ando con mil cosas de la oficina pero nos ponemos de acuerdo por whatsapp— “Qué mierda de cita, una pérdida de tiempo. Ya ni siquiera me da tiempo de buscar a alguien más para esta noche”, pensó mientras se dirigía a su coche. 

Con los muebles básicos, el departamento de Damián era el espacio perfecto para un soltero. No tenía mucho que limpiar ni recoger y tenía los electrodomésticos necesarios para no aburrirse. Estaba especialmente orgulloso de su pantalla de 75 pulgadas que todavía estaba pagando a crédito. Procuraba mantener su bar bien abastecido, por lo que nunca faltaban cervezas, tequila y ron. Abrió la puerta del refrigerador, sacó una bohemia negra, tomó su laptop y se recostó en la cama. 

—Otro viernes por la noche de mierda. Pinches viejas, seguro solo se meten a Tinder para encontrar quién les pague la cena. 

Damián abrió la carpeta de su computadora que tenía bien abastecida y actualizada para momentos como ese. No es que le requiriera mucho esfuerzo irla ampliando, cada vez que encontraba una foto en instagram que le excitara, le tomaba captura de pantallas y la guardaba. No tenía un sistema y ni siquiera perdía el tiempo nombrando las fotos. Captura de pantalla y directo a la carpeta. ¿Se le ve el trasero? A la carpeta. ¿Se le ven las tetas? A la carpeta. ¿Tiene pose sugerente? A la carpeta. Pasando de una foto a otra mientras, con crema y unos kleenex estratégicamente colocados al costado de la cama, se ocupaba de aliviarse y sacarse de encima la frustración de la noche. Cuando las fotos no bastaron, pasó a la siguiente opción: sus páginas pornográficas predilectas. 

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“El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía. El otro es sexualizado como objeto excitante. No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir”. (Byung Chul Han, La agonía del eros, 2014).