• SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • SPR Informa
  • https://www.sprinforma.mx/noticia/el-azul-quema
  • 23 Oct 2025
  • 22:10
  • SPR Informa 6 min

El azul quema

El azul quema

Por Milo Montiel Romo

Hace muchos años me robé una estrella. La puse entre mis manos y la guardé haciendo un paquete poniendo una mano sobre otra, haciendo dos cuencos que se yuxtaponían al tiempo que se escapaba la luz entre los dedos. La tomé y hui a mi casa con las manos pegadas una con otra y con los codos en las costillas para usar toda mi fuerza en contener la gran fuerza que trataba de contener lo que provocó que no pudiera usar mis brazos para balancear mi carrera.

Recuerdo que aquella luz azul me quemaba. Era una huida con un hielo grande como una pelota de beisbol. Tenía entre las manos un calor helado que me forzaba a soltarlo para escapar a su lugar en la noche. Resistí.

Seguí corriendo, llegué al borde del techo de mi casa evitando caer con las tuberías del gas y del tinaco. Bajé con cuidado la escalera metálica que bajaba al patio. Reinicié mi carrera. Atravesé la sala vacía, entré a mi habitación y cerré la puerta jalándola con el pie. Me quedé parado esperando que el ruidoso portazo no hubiera llamado la atención de mi mamá. Nada.

El cuarto olía todavía al sueño encerrado de la mañana. Las camas de la litera aún estaban desechas, el suelo aún tenía ropa tirada y algunos zapatos, sin su par, estaban pegados a la pared, mostrando la suela a manera de una pequeña barricada. No había ventanas, era un hoyo de hormigón frio, sin yeso ni pintura. 

Estaba ahí, parado con mis manos pegadas, tratando de controlar mi respiración mientras veía como todo el cuarto se inundaba con aquella luz azul. Estaba sudando. Aún no entendía como me pude atrever a hacer aquel robo. Esperaba que ya todos se hubieran dado cuenta de que faltaba una estrella. Sin embargo, nada parecía moverse. Sólo se oía un radio que venía desde lejos y algunos autos que pasaban.

Me puse de rodillas y con una mano sostuve aquel astro y con la otra y apoyado en las rodillas, avancé a gatas hasta poder agacharme bajo la cama. Me arrastré haciendo equilibrio con mi mano izquierda, mientras sacaba una caja de tenis con la otra mano, la arrastré hasta donde yo estaba hincado. La abrí y la volteé para dejar caer aquel calzado deportivo blanco. Metí la estrella y la cerré.

Regresé la caja a su escondite bajo la cama y la sepulté bajo otras cajas de zapatos sin par. Me incorporé y me senté inmediatamente en la cama baja de la litera viendo hacia la puerta. Nada.

No entendí como no hubo un escándalo afuera. Cómo es que no notaron la falta de una estrella. Quizá en el campo o en las comunidades rurales, donde se ven millones de estrellas en noches despejadas como aquella noche no notarían la ausencia, pero en la ciudad donde yo vivía apenas se veían un par de decenas de aquellas lucecitas tan lejanas que sólo hizo falta estirar la mano y descolgar una. 

El hueco de luz provocado era grande que era difícil de ignorar. Pero nadie decía nada. El mundo, mi mundo estaba en silencio.

Mamá gritó:

  • ¿Javier, dónde andas?
  • ¡En mi cuarto! – respondí sin abrir la puerta.
  • ¿Ya hiciste la tarea? – arremetió.
  • ¡Ya!
  • ¡No seas mentiroso! A ver, tráela… 

No la había hecho y me apresuré a salir con la mochila escolar al hombro, la cual estaba tirada a los pies de un escritorio que servía de bodegón de papeles, libros de texto de otros años y juguetes que habían muerto en el olvido.

  • Es que no dejaron tarea… - dije tratando de justificar mi mentira.
  • Pásame el cuaderno – dijo con esa voz que exigía atención y silencio.

Rápidamente se fue a la última hoja y leyó en voz alta las tareas enumeradas.

  • ¿No que ya la habías hecho? ¿No que no te dejaron? 

Me senté y saqué el libro de historia y el cuaderno y clavé los ojos en ellos para evitar la mirada y el regaño de mi mamá el cual reciclaba cada vez que era necesario. Hablaba de que no tenía otras obligaciones; de mi futuro vendiendo chicles entre los carros; de sus esfuerzos para que Gaby y yo fuéramos a la escuela, etcétera, etcétera.

Yo veía el libro y arrastraba el lápiz y borroneaba mis garabatos, hasta que me dio un golpecillo con la mano abierta en la cabeza y se fue a su cuarto, no sin advertir:

  • ¡Vuélveme a tratar de engañar!... 

No me quejé, no me atreví a decir nada, yo seguía con la cara clavada en mis apuntes y pensaba en aquella estrella metida en una caja bajo mi cama. Pasado un rato llegó Gaby de la secundaria y yo estaba ahí, sin hacer nada, viendo mi libro y con el lápiz sujeto de forma vertical en una escritura paralizada en el tiempo.

  • ¿Qué haces? – dijo. 
  • Tarea
  • ¿Y mi mamá?
  • Se fue a acostar
  • ¡Má, ya llegué! 

Y se siguió de largo hacia nuestro cuarto, el mismo donde estaba la estrella escondida. Aventó su mochila y se metió a la habitación contigua para saludar a mi mamá. Yo en silencio la seguía con los ojos esperando que no notara la luz azul de debajo de la cama.

Trataba de oír lo que platicaron pues quizá le contaría la noticia de que una estrella desapareció de la noche, pero nada. Salieron juntas un minuto después y mamá me preguntó si ya había acabado, yo dije que sí y ella, sin creerme me mandó recoger mis cosas de la escuela y a lavarme las manos para cenar. 

Envidiaba a mi hermana por ir en la tarde a la secundaria. Entraba a las dos y salía a las ocho de la noche. Cuando yo me iba a la escuela, ella seguía dormida, aunque mi mamá no le daba mucho tiempo de reposo, pues en la mañana tenía que ayudarla con el trabajo de casa. Yo tenía la sensación de que ella salía de la secu como si fuera adulta y fuera a trabajar. 

Nos sentamos a la mesa los tres. Desde que Gaby entró a la secundaria no esperábamos a que llegara mi papá del trabajo, pues entre el metro y el microbús, siempre llegaba pasadas las diez de la noche.

Gaby no se cambió el uniforme y con su suéter verde y su falda gris trajo las quesadillas hechas con tortillas de harina a la mesa. Mamá la alcanzó unos segundos después con un plato donde había otras tres o cuatro quesadillas más. Para entonces yo saqué platos y vasos y puse en la mesa la caja de la leche. Cenamos callados, un poco aturdidos por las voces que salían de la tele que mamá prendió en el momento que se sentó. 

Yo estaba expectante a la televisión, pues esperaba que interrumpieran la telenovela para anunciar la pérdida del astro, pero no, la historia fluyó entre comerciales para hacer sufrir a la pobre protagonista. Nada. El silencio me atormentaba. 

Tenía tantas ganas de correr a la habitación y sacar aquella caja para que vieran mi botín, pero no me atreví. Me quedé sentado y callado pues no quería enfrentar el regaño y que me obligaran a regresar mi tesoro.

Cuando terminamos de comer mamá ordenó a Gabriela que se fuera a quitar el uniforme y lo metiera a la lavadora porque no se secaría al día siguiente. Yo la seguí con la vista, pues estaba seguro de que iba a salir en cualquier momento asustada por el brillo azul frio de la estrella, pero todo siguió como todos los días, ella salió con un pantalón deportivo y una camiseta y se sentó a ver el resto de la telenovela.

Yo corrí al cuarto y lo cerré de un golpe y al estar dentro no entendí cómo no percibió el azul intenso que emanaba la estrella. Me lancé debajo de la cama y abrí la caja, el brillo me cegó un segundo, la tomé en mis manos y sentí nuevamente el calor helado que quemaba mis manos. Lloré ante la belleza de aquel sol diminuto que ahora era mío.

Lo dejé nuevamente en la caja y me acosté un segundo en la cama baja de la litera sabiendo que si entraba Gaby me gritaría, pues nunca le gustó que estuviera en su cama. No sabía que hacer con mi tesoro, ni cómo lograría conservarlo. 

Creía que en cualquier momento entraría el ejército por la puerta para recuperar aquella estrella y ponerla en el cielo, pues su ausencia podría romper algún equilibrio cósmico. Pero nada. La noche trascurría como siempre.

Llegó mi papá y nos saludo con ese cariño suave, frio y cansado de siempre. Trató de platicar con mamá, pero como siempre, empezó a dormitar con la taza de café en la mano. Nos mandaron a dormir.

Primero Gaby se ponía su pijama, yo podía entrar hasta que ella abriera la puerta, yo me cambiaba en el baño. Entraba a la habitación y sólo me subía a mi cama y ella apagaba la luz, pocas veces hablábamos antes de dormir. Esta vez, yo temía tuviera curiosidad de la luz azul que salía de debajo de su cama y la cual sería mucho más evidente al apagarse el único foco de la recámara, pero no pasó nada.

Esperaba ansioso a que ella durmiera, pero se quedó con una lamparita ojeando una revista. Yo me quedé dormido y no estoy seguro a qué hora desperté sobresaltado. Con cuidado bajé los escalones de la litera y saqué la caja de tenis de debajo de la cama. Crucé la sala y abrí lentamente la puerta. Hacía mucho afuera. Subí al techo de la casa y abrí la caja. El brillo salió y subió al cielo. Dejé ir mi estrella.

Mis papás nunca creyeron mi historia cuando salieron asustados y me encontraron descalzo en el techo en la madrugada gritándole a mi estrella que no me olvidara.