La bala que iba a matar a Donald Trump en su mitin de Pensilvania terminó por pegar más fuerte contra el presidente Joe Biden. El evento trágico del 13 de julio se transformó en un acto mágico para la mayoría de los simpatizantes de Trump: emergió como un “iluminado”, protegido por “la mano de Dios” y otros tantos argumentos de milagrería que se transformaron en una delirante “cargada” a favor del magnate en la Convención Nacional Republicana de la semana pasada. Por otro lado, el intento de homicidio a Trump terminó por derrotar a Joe Biden, el principal aspirante presidencial de los demócratas, cuyos problemas de senilidad fueron cruelmente registrados por todos los medios de comunicación, además de que muchos trumpistas lo consideran responsable del ataque del joven de 20 años que disparó su rifle AR-15 sin ninguna razón clara hasta ahora.
Biden se resistió hasta el límite. La realidad se impuso este domingo 21 de julio. Después de sus traspiés en la reunión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en una ronda de entrevistas que no debió realizar, el mandatario norteamericano anunció en su cuenta de la red social X que decidió bajarse de la contienda.
“Mientras ha sido mi intención buscar la reelección, creo que está en el mejor interés de mi partido y país que me haga a un lado y enfocarme sólo a cumplir con mis deberes como presidente por el resto de mi periodo”, afirmó Biden en su carta abierta.
Llama la atención que él no renunció a su intención, sino que fue resultado de las presiones y de la desinversión de los donantes que en la democracia al estilo americano se han convertido en las verdaderas “balas” que pueden aniquilar o apoyar a un aspirante presidencial. Versiones de la prensa norteamericana mencionaron que Biden y el Partido Demócrata perdieron 90 millones de dólares de los donantes tras su lamentable desempeño en el debate televisivo de CNN con Trump.
Biden orientó las baterías de sus simpatizantes y de los donantes hacia Kamala Harris, su vicepresidenta y figura destacada por su política a favor de una “migración ordenada” y su defensa a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, dinamita pura para el núcleo duro del trumpismo.
“Deseo ofrecer mi pleno apoyo y endoso a Kamala para ser la nominada de nuestro partido este año. Demócratas: es hora de unirnos y derrotar a Trump. Vamos a hacerlo”, afirmó el mandatario.
Las muestras de apoyo a Kamala Harris, de 59 años, exsenadora y exfiscal general de California, se sumaron en cascada durante este domingo: los Clinton (Bill y Hillary) mostraron su respaldo para la vicepresidente por “su extraordinaria carrera de servicio”, así como legisladores y figuras del espectáculo, cercanos al Partido Demócrata. Según información de este 22 de julio de The New York Times, en menos de 24 horas, Harris pudo comprometer 50 millones de dólares de donantes después de la declinación de Biden.
Esta situación la pone en clara ventaja frente a otras posibles figuras que abanderen al Partido Demócrata para la nominación a la Casa Blanca: la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer; el gobernador de California, Gavin Newson; el secretario de Transporte, Pete Buttigieg; el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro; y el gobernador de Illinois, JB Pritzker.
El inédito escenario electoral en Estados Unidos revivió la versión de que la exprimera dama, Michelle Obama, podría ser una figura más competitiva ante Donald Trump que Kamala Harris. Las especulaciones aumentaron ya que en su mensaje de apoyo a Biden, el expresidente Barak Obama destaca la trayectoria de Joe Biden como “un patriota del más alto nivel”, pero no adelantó su respaldo a Kamala Harris, a diferencia de los Clinton. Su esposa ya ha dicho en otras ocasiones que no le interesa participar como candidata a algún puesto de elección popular.
La bala que sacó a Biden de la contienda sólo le hizo daño a la oreja a Trump, pero simbólicamente fue una bala en el corazón de su retórica xenófoba, racista y antiinmigrante. Ni una sola reflexión o autocrítica de los trumpistas ha merecido el hecho de que su atacante no perteneciera a ninguno de los grupos sociales estigmatizados en el discurso delirante de Trump contra los migrantes, en especial, los mexicanos “que trafican drogas”, los salvadoreños “que escapan de la cárcel”, los venezolanos que “son violadores”, o de los asiáticos que asemejan a caníbales psicópatas como Hannibal Lecter.
A pesar de su avanzada edad, Trump a sus 78 años, también actúa con problemas de senilidad cercanas a la euforia mitómana. El sábado dedicó su discurso a insultar a los migrantes y a mofarse de que el gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador cedió en todo lo que le pidió durante su primer mandato. Insistió en la propuesta inviable de “cerrar la frontera”, insistió en combatir a China y a México, casi al mismo tiempo, y su solución pasa por una autarquía bélica que parece que dependerá sólo de la industria de las armas.
De esta manera, Trump respondió a la cautelosa propuesta de López Obrador, quien afirmó que le enviará una carta al expresidente norteamericano, de nuevo en campaña, ya que “está mal informado” sobre el papel de los migrantes. En su conferencia matutina de este lunes, le recordó a Trump que los millones de trabajadores migrantes mexicanos en Estados Unidos contribuyen a la economía norteamericana con 324 mil millones de dólares, superiores al Producto Interno Bruto de Colombia, y muy superior a los ingresos que genera la industria del narcotráfico.
Trump es experto en lanzar provocaciones para buscar la respuesta irascible de quien se vuelve su adversario. López Obrador y Claudia Sheinbaum han intentado no morder ese anzuelo, pero la principal adversidad para Trump no será la mentira monumental contra la sociedad comercial con México y contra la presencia de los trabajadores migrantes. Su principal adversidad es su falta de propuestas para la mitad del electorado norteamericano que no desea verlo otra vez en la Casa Blanca.
La bala que le dañó la oreja y lo transformó en imagen icónica se convertirá también en su peor enemiga. Trump rompió el halo de invencible. Trump es incapaz de hacer una mínima crítica a una sociedad adoradora de las armas.
Trump eligió como compañero de fórmula, no a un complemento, sino a un clon joven, radicalizado y sin ninguna experiencia en estas contiendas, como J. D. Vance. El corazón de su discurso está herido. Y quien suceda a Biden puede fácilmente demostrar, a pesar de la infodemia mediática que domina la industria de los medios norteamericana, que la gran mentira del aspirante republicano radica, no en sus odios, sino en sus innombrables aliados y financiadores.