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  • 31 May 2023
  • 09:05
  • SPR Informa 6 min

Réquiem al Grupo Atlacomulco (Segunda Parte)

Réquiem al Grupo Atlacomulco (Segunda Parte)

Por Jenaro Villamil Rodríguez

Los Del Mazo, Montiel y el Derrumbe de Peña Nieto

El profesor Carlos Hank González falleció en 2001, pero las amenazas de que el PRI y el Grupo Atlacomulco perdieran el control político del Estado de México surgieron 13 años antes, en las polémicas elecciones presidenciales de 1988. 

El candidato presidencial priista Carlos Salinas de Gortari tuvo menos votos en la entidad más poblada del país que su contendiente el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien protagonizó la ruptura al interior del PRI con la Corriente Democrática y encabezó el Frente Democrático Nacional.

¿Qué ocurrió en la década de los ochenta para que el poder inamovible de las dinastías políticas del Estado de México se vieran amenazadas por la ola democrática del 88?

Una serie de factores se combinaron para que se prendieran los focos rojos:

1.-En primer lugar, la tragedia de San Juanico y la pésima gestión del gobernador Alfredo del Mazo González, hijo del ex gobernador Del Mazo Vélez y padre del actual mandatario, Alfredo del Mazo Maza.

Del Mazo González llegó en 1981 a la gubernatura mexiquense arropado por el poder de Fidel Velázquez, en la CTM, y por su amistad con el futuro presidente de la República, Miguel de la Madrid, quien buscaba desplazar el enorme poder acumulado por Hank González a nivel estatal y nacional.

Del Mazo era un junior, con escasa trayectoria política en el escalafón de la meritocracia priista. Gobernó con dos figuras provinientes del entorno del profesor Hank González: Emilio Chuayfett, y Mario Ruiz de Chávez, ajenos a las dinastías de Atlacomulco.

El 19 de noviembre de 1984, en la población de San Juan Ixhuatepec, en Tlaneplantla, explotaron unos ductos de gas de Pemex que provocaron más de 500 muertos, 2 mil desaparecidos y un delicado conflicto social.

La tragedia de San Juanico sintetizó el estilo peculiar del Grupo Atlacomulco de enfrentar las protestas ciudadanas y criminalizar a sus dirigentes. Algo similar ocurriría 22 años después, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, con el movimiento de San Salvador Atenco, que se opuso a la expropiación de sus tierras y a la construcción del aeropuerto de Texcoco.

2.-A la negligencia gubernamental le siguió el mal tino político. El PRI nombró como candidato a gobernador en 1987 a Mario Ramón Beteta, nada más y nada menos que el ex director de Pemex durante la tragedia de San Juanico, y ajeno al entramado de grupos políticos, negocios y corrupción del Grupo Atlacomulco.

La derrota del PRI en las elecciones federales de 1988 llevó a nombrar a un gobernador interino en 1989 con la clara consigna de recuperar políticamente la entidad y negociar con los grupos opositores. El responsable de esta tarea fue Ignacio Pichardo Pagaza, paradójicamente, uno de los mejores gobernadores mexiquenses, a pesar de no ser electo.
Pichardo, personaje vinculado al hankismo, revivió la política de los “cuarteles” y operó hábilmente para restablecer la alianza con otras familias políticas como las de Alfredo del Mazo, los grupos de Toluca y del Valle de México, y permitió el ascenso de otra figura que llegó a la gubernatura en 1993: Emilio Chuayfett.

3.-Chuayfett tomó el poder estatal con apenas 42 años de edad. Llegó con un aura de político reformador y operador de la recuperación electoral del PRI en 1991. Fue el primer director general del recién Instituto Federal Electoral (IFE), creado durante el salinismo para darle credibilidad a los comicios. Su estrella en ascenso le permitió llegar en 1995, en plena crisis de gobernabilidad y económica del zedillismo, a la Secretaría de Gobernación. A Chuayfett lo sustituyó como gobernador interino César Camacho Quiroz, uno de los padrinos políticos de la actual candidata priista a la gubernatura, Alejandra del Moral.

La tragedia también persiguió y frustró las ambiciones políticas presidenciales de Chuayfett. El 22 de diciembre de 1997, en la comunidad indígena de Acteal, Chiapas, 45 hombres, mujeres y niños fueron masacrados por grupos paramilitares locales. El crimen le costó el cargo a Chuayfett.

4.-La crisis del PRI en el zedillismo, la defenestración de Chuayfett y la muerte de Hank González en 2001 dejó el espacio vacío para que surgiera un nuevo “jefe” del Grupo Atlacomulco. 

Y ese jefe fue el gobernador en turno, Arturo Montiel, originario del municipio que le dio nombre a la dinastía mexiquense, y personaje que potenció la fusión de negocios, poder político y poder mediático que lo transformaron en uno de los personajes más singulares de la cleptocracia mexicana.

Con Montiel surgió una nueva generación de políticos jóvenes, ambiciosos, aldeanos en sus tradiciones, educados en escuelas privadas, conservadores en lo moral e inescrupulosos en sus prácticas políticas, pero ajenos a las prácticas democráticas y mucho menos a la lucha contra la corrupción.

Fueron los Golden Boys. Y el personaje más importante de esta nueva generación fue el joven administrador de Arturo Montiel, también originario de Atlacomulco, quien se convertiría en 2005 en gobernador de la entidad y en 2012 en candidato presidencial del PRI, por obra y gracia de una inversión multimillonaria para tomar por asalto la presidencia de la República: Enrique Peña Nieto.

El Peñismo

El peñismo potenció las prácticas y las herencias del Grupo Atlacomulco, pero muy pronto, para sobrevivir, sacrificó políticamente a su padrino inmediato, Arturo Montiel, quien vio frustrada su carrera a la presidencia de la República en 2006. 

Peña Nieto fue la fusión no sólo del poder económico con el poder político, sino la subordinación de ambos al poder mediático que se concentraba en el auténtico laboratorio de presidenciables durante la era de la alternancia panista: Televisa.

El ascenso de Peña Nieto se fue construyendo desde octubre de 2005, meses antes de que llegara a la gubernatura, y se consolidó durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa. Mientras el país entraba en una de las guerras más cruentas y crueles, el Estado de México fue hipnotizado por un reality interminable: la historia del ascenso de su gobernador a la presidencia de la República, como si fuera la telenovela costumbrisma de la era de los Golden Boys. Peña Nieto representaba la entronización del estilo Luis Miguel en la política milenial.

Disciplinado, Peña Nieto hizo todo lo que le recomendaron sus tres grandes padrinos: Grupo Televisa, Carlos Salinas de Gortari y Luis Videgaray, el verdadero “cerebro” estratégico del ascenso y descenso del peñismo.

Firmó un contrato multimillonario con Grupo Televisa para convertirse en personaje constante de los noticieros, de la farándula ( su noviazgo con la estrella de telenovelas de ese momento, Angélica Rivera, lo metió al circuito publicitario del espectáculo), de los intelectuales” de pantalla. La hegemonía de Televisa llevó a comparar a Peña Nieto con una especie de marioneta, aunque en realidad se trató de un matrimonio de conveniencia y con miles de millones de pesos de por medio.

Carlos Salinas de Gortari, quien retornó a los círculos políticos y económicos del país con la llegada del foxismo, apoyó a Peña Nieto por una razón de elemental trascendencia de sus negocios y de su influencia. A diferencia de Hank González, Peña Nieto no era cabeza de una poderosa e intrincada red de intereses nacionales, trasnacionales y criminales. El ex presidente Salinas sí. Y su impronta se vio reflejada en la integración del primer gabinete presidencial peñista y en el impulso del Pacto por México, el segundo intento del salinismo por preservar su herencia neoliberal en el sexenio de 2012 a 2018.

El tercer personaje, Luis Videgaray, ha sido una influencia decisiva en el ascenso, descenso e intento de recuperar el control político del Estado de México, a través de Alejandra del Moral.

Videgaray llegó en 2004 al Estado de México, como integrante de la poderosa consultora Protego, del ex secretario de Hacienda, Pedro Aspe, a “renegociar” la abultada deuda del gobierno del Estado de México. La corrupción del montielismo y su prolongación en el peñismo tuvo un arquitecto financiero y articulador político: Luis Videgaray.

Sin trayectoria política propia, ni arraigo en el Estado de México y mucho menos con lazos de parentesco con los clanes políticos mexiquenses, Luis Videgaray logró retener para el PRI la gubernatura en 2011, con Eruviel Avila como candidato, y en 2017, con Alfredo del Mazo Maza, primo de Peña Nieto y ex alcalde Huixquilucan.

Los Golden Boy peñistas olvidaron que la realidad es mucho más compleja que una ecuación económica-financiera. La ingobernabilidad en el Estado de México, el incremento de la violencia, en especial de los feminicidios, y la disputa de al menos tres cárteles de la droga por el control de las rutas y del lavado de dinero en la entidad crecieron con Peña Nieto como presidente de la República. El descontento social fue creciendo y el gobernador en turno, Eruviel Ávila, ex alcalde de Ecatepec, no pudo con el paquete. 

Delfina y Alejandra

En 2017, la maestra Delfina Gómez, ex alcaldesa de Texcoco, de origen humilde, directora en una escuela pública y privada, sin el sello de “Televisa” y menos sin el lenguaje rebuscado de la tecnocracia mexiquense puso en riesgo la continuidad del Grupo Atlacomulco.

Delfina fue una sorpresa política para el peñismo y una anticipación de la victoria de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales de 2018. Lo ocurrido tres décadas atrás, en 1988, se repitió en el escenario mexiquense, pero ya en condiciones muy diferentes. 

El Grupo Atlacomulco se puso nervioso ante el ascenso de Delfina Gómez. Una y otra vez subestimaron y menospreciaron la habilidad y la capacidad de este personaje para conectar con el electorado ignorado y defraudado durante décadas por la cleptocracia mexiquense.

El fraude electoral de 2017 fue abundante, escandaloso y repugnante. Se intimidaron a representantes de casillas, se arrojaron cabezas de cochinos en sus domicilios, se desviaron miles de millones de pesos a través de tarjetas eletrónicas bancarias, se “cayó” el sistema en el Instituto Electoral del Estado de México (organismo controlado por las fuerzas priistas), se compraron a candidatos de la oposición, se buscó fracturar al Grupo Texcoco, liderado desde años atrás por el profesor Higinio Martínez. Ni las peores prácticas aprendidas del hankismo ni el caudal de recursos para comprar espacios y menciones en las redes sociales y en los medios masivos pudo acallar el escándalo de aquellas elecciones desaseadas.

Seis años después, el enterrador del Grupo Atlacomulco podría ser Alfredo del Mazo Maza,  el nieto del primer gobernador surgido de la escuela de Isidro Fabela, pero en el PRI y entre los integrantes de la llamada “clase política” mexiquense, la responsabilidad se la adjudican al ex cerebro del peñismo, Luis Videgaray.

La candidata Alejandra del Moral fue impulsada por Videgaray desde que fue alcaldesa de Cuautitlán Izcalli (2009-2012). Fue nombrada por el ex secretario de Hacienda  como titular del Banco del Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi), entre 2012 y 2016. Y dejó varias irregularidades en Bansefi que se parecen mucho a otras que correspondieron al modus operandi de la Estafa Maestra: triangulación de recursos públicos, a través de depósitos inexistentes a adultos mayores, de acuerdo a investigaciones de la Condusef.

Del Moral retornó al Estado de México para ser secretaria del Trabajo en los últimos dos años del gobierno de Eruviel Avila. Perdió en 2018 la senaduría por su entidad ante Delfina Gómez, su actual contendiente a la gubernatura. Fue dirigente estatal del PRI y en 2021 se convirtió en diputada local. Estuvo sólo un año. Del Mazo la nombró secretaria de Desarrollo Social y su candidatura se fue perfilando, frente a otras figuras y liderazgos femeninos.

El último intento del peñismo por retornar al Estado de México a través de Alejandra del Moral quedará como el epitafio de una historia de surgimiento, auge y caída de la última gran dinastía de la política del viejo régimen: el Grupo Atlacomulco.

El desafío será remontar la herencia de una cultura política fuertemente acendrada en el Estado de México: la corrupción como pegamento y sustento del ascenso político a toda costa.

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