La contaminación por plásticos es, sin duda, una de las mayores amenazas ambientales que enfrentamos hoy. Su producción se ha disparado en las últimas décadas, con una previsión de triplicarse para 2060 si no se toman medidas drásticas que reviertan esta tendencia. Se estima que aproximadamente el 10% de la contaminación total de los océanos proviene de residuos plásticos, lo que equivale a cerca de 300 millones de toneladas producidas anualmente, de las cuales una fracción considerable termina en estos ecosistemas marinos. Por otro lado, en el suelo, se calcula que entre el 20% y el 40% de los residuos plásticos se acumulan, afectando la calidad del suelo y la salud de los ecosistemas terrestres.
Sin embargo, hoy día queda claro que la clave para mitigar el impacto del plástico no radica tanto en los hábitos de consumo individuales, como se ha intentado hacernos creer a través de un discurso ecologista que conviene a los grandes intereses económicos. Durante décadas, los medios y las políticas internacionales han promovido la idea de que pequeños cambios personales serían suficientes para combatir la crisis ambiental, mientras las industrias que producen toneladas de plásticos desechables siguen operando casi sin restricciones. Es en la transformación de estas actividades empresariales e industriales, responsables de la mayor parte de la contaminación, donde verdaderamente se puede enfrentar el problema.
Para entender cómo hemos llegado a este punto, es crucial revisar cómo el plástico revolucionó industrias enteras desde su invención a principios del siglo XX. Su versatilidad, bajo costo y facilidad de producción lo convirtieron rápidamente en el material preferido para fabricar productos de todo tipo, desde envases hasta dispositivos tecnológicos.
En sectores como el embalaje y la manufactura de productos desechables ya se buscan alternativas, no obstante hay áreas donde el plástico sigue siendo difícil de reemplazar. En la industria médica y farmacéutica, por ejemplo, su uso es esencial debido a sus propiedades higiénicas y la capacidad de garantizar la seguridad en equipos médicos, dispositivos y envases farmacéuticos. Del mismo modo, la aeronáutica y la automoción dependen de plásticos avanzados que permiten la reducción de peso sin comprometer la resistencia de los materiales. No obstante, este éxito tiene un elevado costo ambiental: más del 90% del plástico no se recicla y gran parte de él termina en océanos y vertederos. Esto ha desencadenado una crisis ambiental sin precedentes que exige una intervención global urgente, la cual debe abordarse desde un enfoque multidisciplinario que involucre tanto a gobiernos como a industrias.
En este contexto, la ONU ha tomado la iniciativa de liderar la creación del primer tratado global vinculante sobre la contaminación plástica. El pasado domingo 22 de septiembre Inger Andersen, directora del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, mencionó que ‘hay una convergencia’ creciente entre los países para crear normas globales sobre la producción y reciclaje de plásticos, y que las negociaciones finales están previstas para noviembre de este año. Entre los puntos más discutidos están los límites a la producción, la gestión de los desechos y la creación de mecanismos que regulen tanto la contaminación heredada como la futura.
¿Qué solución es más efectiva: dejar de producir, reciclar o imponer impuestos?
Aunque la discusión sobre prohibir ciertos tipos de plástico sigue en curso, también hay propuestas para imponer impuestos al plástico como una medida para reducir su uso. Sin embargo, la solución más viable parece estar en una combinación de estrategias. Por un lado, es urgente reducir la producción innecesaria de plásticos, especialmente los de un solo uso. Pero eso no será suficiente si no se mejora la infraestructura global de reciclaje, actualmente incapaz de manejar el volumen de desechos generados. Los impuestos podrían servir como un incentivo para que las empresas innoven en materiales alternativos y más sostenibles, aunque implementar esto a nivel global será un reto(
Por otra parte, a pesar de los esfuerzos por desarrollar materiales biodegradables o plásticos alternativos, el reemplazo total del plástico sigue siendo un desafío monumental. No obstante, la ciencia avanza en la creación de bioplásticos y en la optimización de métodos de reciclaje, lo que podría ofrecer soluciones en el mediano y largo plazo. Pero mientras esto ocurre, es crucial que los gobiernos y la industria colaboren para reducir la producción de plásticos tradicionales y limiten su impacto ambiental.
Hoy, esa narrativa ha sido desmontada, pues se ha reconocido el hecho de que el verdadero problema radica en la irracionalidad de este sistema y en las empresas que lo perpetúan. Por lo tanto, la solución no puede quedarse en manos de los individuos, sino que debe provenir de las grandes decisiones políticas e industriales. La creación de un tratado global sobre plásticos es un paso significativo, pero para tener un impacto real, se requiere que los gobiernos y las corporaciones asuman una responsabilidad colectiva firme, enfocada en la regulación de la producción, el reciclaje efectivo y sanciones económicas contundentes. Solo así se podrá detener una crisis de la cual, ellos son los principales responsables.