La solidaridad estudiantil frente al genocidio en Gaza

El conflicto entre Israel y Palestina ha adquirido una dimensión política que inunda las calles de ciudades de todo el mundo con un clamor claro y contundente de: “No es guerra es genocidio”. Esta consigna no solo expresa un urgente llamado a la movilización colectiva, sino que también pone en tela de juicio el discurso predominante de guerra/terrorismo, y subraya la premura de una nueva comprensión y acción del conflicto armado de la región.

Gracias a la movilización comunitaria y al poder amplificador de las redes digitales, la opinión pública global es ahora testigo de la alarmante desproporción en el uso de la fuerza militar, armamentística, política e incluso mediática con la que ha jugado Israel. Los recientes acontecimientos padecidos en la Franja de Gaza —que incluyen la persecución, desplazamiento forzado, bombardeos sistemáticos, tortura, exterminio, violaciones sexuales— delinean un patrón que muchos identifican como genocidio. 

El aumento de las protestas a nivel mundial no solo refleja un descontento y oposición a esta destrucción bélica, sino también responde a la inacción de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Corte Penal Internacional (CPI) y diversos Estados, que no han tomado medidas efectivas y contundentes para poner fin a esta violencia impune que ha devastado comunidades enteras y ha terminado con la vida de miles de ciudadanas y ciudadanos palestinos.

En los últimos días las y los estudiantes universitarios han extendido las protestas Pro-Palestina y anti-genocidio al interior de las instituciones educativas, estableciendo campamentos de solidaridad en todo el mundo, y notablemente en los Estados Unidos.

En el efervescente contexto de protestas y solidaridad, las fuerzas policiales de varios países se han encargado de reprimir y castigar a quienes han decidió participar en la denuncia del genocidio y en la exigencia al cese al fuego. Estas represiones no solo son un atentado a los derechos fundamentales de organización y libre expresión, si no también son un mensaje de complicidad tácita de estos Estados y de respaldo implícito a la barbarie israelí.

Estás acciones que atentan contra la libertad individual y colectiva, y que legitiman las políticas de desplazamiento y de muerte, deben ser el imperativo ético de la disputa por la paz, por la justicia y por el fin del genocidio.

Históricamente, los movimientos estudiantiles han sido catalizadores de cambios sociales y económicos significativos, desde su involucramiento para alcanzar derechos civiles, políticos, culturales, hasta sus antecedentes en movimientos por la paz, como las protestas durante la guerra estadounidense contra Vietnam. 

Sin recurrir al cliché de que las y los jóvenes son el futuro y que sobre sus hombros recae la responsabilidad de sostener las naciones, es crucial conocer que las universidades no solo son espacios de enseñanza y de adquisición de conocimientos, sino también, son laboratorios de ciudadanía activa y crítica, donde lo aprendido debe emplearse de manera ética y transformadora. 

Las protestas y la organización colectiva no solo son actos de expresión, sino también prácticas pedagógicas que posibilitan la conciencia global, el fortalecimiento de la democracia popular, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la paz. Es esencial que las aulas, las escuelas y las calles se conviertan en espacios de pensamiento crítico. Descolonizar la educación y la ciencia implica crear y utilizar herramientas que faciliten el entendimiento de la violencia y el abuso del poder que se ejerce contra el pueblo palestino, además, desarrollar formas de oposición a la guerra que impacten en la sociedad globalizada de nuestros días.