“En la calle son el Che, en su casa Pinochet”, fue la primera frase que pasó por mi cabeza cuando supe de la denuncia por violencia física y psicológica que la periodista Fabiola Yáñez hizo contra el ex mandatario de Argentina, Alberto Fernández, con quien comparte un matrimonio.
Esta frase plantea una serie de cuestiones críticas que van más allá del ámbito individual y transcienden en un análisis más amplio sobre las relaciones desiguales de poder y las violencias de género contra las mujeres y niñas. Alberto Fernández tiene una imagen pública, en la que sostiene una agenda progresista y un discurso de compromiso con la igualdad de género, sin embargo, hoy sabemos que encarna una contradicción significativa en su realidad privada, pues mantiene prácticas conservadoras y machistas.
Se tiene la falsa suposición de que cuando un hombre se posiciona políticamente en contra de las desigualdades y en favor de los derechos de las mujeres, significa que es un hombre modelo y deconstruido de cualquier patrón machista en sus relaciones más próximas e interpersonales. El error de esta afirmación recae en que se piensa a la violencia como una relación íntima, aislada y personal, cuando su base se manifiesta en las estructuras históricas, económicas, culturales y políticas que existen en cada sociedad.
Es fundamental no desestimar el impacto de la violencia contra las mujeres, especialmente a la luz de las declaraciones de Fabiola Yáñez, quien describió su experiencia como una forma de “terrorismo psicológico”. Muchas veces escuchamos discursos que culpan y responsabilizan a las mujeres de las violencias que viven. Se cree que no salen de las relaciones de violencia “porque así les gusta vivir”, “porque algo hicieron” o se cuestiona el “¿por qué no hablaron antes?” o bien, se les castiga al denunciar con “¿Vas a denunciar al padre de tus hijos? Los vas a dejar sin papá”, “¿Para qué denuncias? Al rato lo vas a perdonar”
Pero hoy Fabiola pone en el foco de la discusión el carácter sistemático y persistente de la violencia de género en las relaciones de pareja, en donde los daños más graves son los provenientes de los abusos emocionales como las amenazas, manipulaciones, chantajes, desvalorizaciones personales, el aislamiento, el uso deliberado del miedo e intimidaciones, todas para someter y controlar a la víctima, e incluso crear ambientes de inseguridad y vulnerabilidad que minan el autoestima y la autonomía de las mujeres, además de desactivar sus capacidades y herramientas emocionales que condicionan su salida del círculo de la violencia.
Es urgente desafiar y transformar las relaciones tradicionales de género y promover roles masculinos que no sean individualistas y que solamente procuren la automejora, sino que cuestionen las relaciones políticas de poder sexista, que reflexionen los privilegios que viven a través de la subordinación y del maltrato a las mujeres, para que así pensemos en efectos colectivos y cambios estructurales. En términos de legislaciones y políticas públicas tenemos que pensar en acciones contundentes que verdaderamente procuren la prevención y erradicación de las violencias sistemáticas, y que atiendan las necesidades de justicia, reparación del daño y garantías de no repetición.
Si tú conoces a una mujer que vive una relación de violencia por parte de su pareja, no la juzgues, no la aísles, no la regañes y no la culpes, mejor ayúdala a recuperar su autonomía económica y personal. Apóyala en la búsqueda de sus redes de cuidado que la sostengan y que le posibiliten abandonar el circulo de la violencia, porque definitivamente, no es algo que puedan hacer sin nuestro apoyo, ya que la violencia no es individual, sino estructural.