Como especie, hemos enfrentado grandes desafíos a lo largo de nuestra historia: guerras, pandemias, hambrunas y una lista interminable de adversidades. Sin embargo, en este punto de nuestra evolución, nos encontramos ante lo que podría ser el mayor desafío de los últimos tiempos: el cambio climático. Sus efectos ya se hacen sentir, y su impacto en los próximos años podría superar todo lo que hemos enfrentado hasta ahora.
Por otra parte, estos cambios actuales, algunos drásticos y otros más sutiles, han generado una conciencia global sobre nuestra condición como entidades biológicas en un mundo donde los fenómenos climáticos atípicos ocurren ahora de manera generalizada. Esta conciencia colectiva nos ha impulsado a actuar simultáneamente en todo el mundo, puesto que nos enfrentamos a una realidad donde la compleja interacción entre la actividad humana y los sistemas naturales ha provocado transformaciones climáticas que desafían nuestra comprensión tradicional del entorno en el que habitamos.
Desde la revolución industrial, nuestras acciones han contribuido significativamente a estas alteraciones, manifestadas en la emisión masiva de gases de efecto invernadero y el consecuente calentamiento global, provocando así una serie de efectos que repercuten a escala mundial en los sistemas climáticos.
En particular, ciertos hitos han sido identificados como puntos críticos en el aumento de las emisiones de dióxido de carbono. La industrialización masiva de la producción agrícola y ganadera, así como el transporte y la dependencia de los combustibles fósiles en la generación de energía, han sido factores determinantes.
Del mismo modo lo ha sido la expansión acelerada de la urbanización y el consumo desmedido han sido otros factores que han contribuido significativamente a este problema. No obstante, estos cambios no solo han impactado en el aumento de las emisiones, sino que también han exacerbado otros problemas ambientales, como la deforestación y la degradación del suelo, creando un ciclo interconectado de desafíos que debemos abordar de manera urgente.
En el caso de México, país de contrastes geográficos y climáticos, los desafíos inherentes al cambio climático se manifiestan de manera cada vez más evidente y preocupante. Durante las últimas décadas, hemos sido testigos de un aumento notable en la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos, como huracanes devastadores, inundaciones repentinas y, quizás uno de los más desoladores, la sequía. Pero, ¿hasta qué punto somos víctimas pasivas de estos caprichos climáticos, y hasta qué punto somos responsables de desencadenarlos?
Esta es una pregunta compleja y sin una respuesta definitiva, pero la comunidad científica parece inclinarse a argumentar que somos en mayor medida responsables de nuestras propias calamidades. A través de muchísimos estudios y análisis de datos, los científicos han identificado una clara correlación entre el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, provocadas principalmente por la actividad industrial y la quema de combustibles fósiles, y el cambio climático observado en las últimas décadas. A pesar que es ampliamente sabido el hecho de que los fenómenos climáticos pueden tener cambios debido a ciertos ciclos naturales, la velocidad y la magnitud del cambio actual superan con creces cualquier variabilidad histórica conocida, lo que indica que estamos ante un fenómeno impulsado en gran medida por la actividad humana.
Esta reflexión cobra una relevancia sin precedentes en un momento en que el cambio climático se ha posicionado como uno de los principales desafíos para la humanidad. A diferencia de las ideologías políticas o los sistemas económicos, el clima es un factor que no entiende de fronteras ni de agendas.
Su influencia se extiende a todos los aspectos de nuestra realidad, desde la disponibilidad de recursos naturales hasta nuestra estabilidad económica y social. Si llegamos a un punto de no retorno en el cambio climático, ningún discurso podrá sobreponerse a los hechos, por lo que es crucial reconocer que el clima es un factor que determinará el curso de eventos económicos, políticos y sociales en el futuro. Por lo tanto, es necesario que abordemos este desafío con la seriedad y la urgencia que merece, ya que nuestro futuro colectivo depende en gran medida de nuestra capacidad para enfrentar estos cambios de manera efectiva y sostenible.
Por poner un ejemplo la reciente aparición de olas de calor excepcionalmente intensas en mayo ha sembrado preocupación en todo México. Con temperaturas que alcanzan sensaciones térmicas de hasta 50 grados Celsius en algunas regiones, esta situación es altamente atípica para esta época del año.
Las repercusiones de estas olas de calor son vastas y preocupantes. Además del impacto directo en la salud de la población, con riesgos aumentados de golpes de calor y deshidratación, las altas temperaturas amenazan la seguridad alimentaria y el suministro de agua, especialmente en comunidades rurales y áreas urbanas densamente pobladas, también se vuelven más frecuentes los incendios forestales, exacerbando aún más los impactos en los ecosistemas y la biodiversidad.
Otro factor a tomar en cuenta es el aumento de la demanda de energía para la refrigeración, lo que tiende a sobrecargar la infraestructura eléctrica, provocando cortes de energía y afectando a sectores críticos como la salud y la educación. Eventos de este tipo hacen ver la urgencia de abordar el cambio climático y tomar medidas significativas para mitigar sus consecuencias, antes de que se intensifiquen aún más y se vuelvan aún más frecuentes.
Otro de los impactos climáticos visibles está en el hecho de que la escasez de agua se ha extendido en casi todo el país, con un aumento significativo en los niveles de sequía. En la primera quincena de marzo de 2024, según un análisis de HR Ratings se registraron 163 municipios con sequía extraordinaria, una situación preocupante que contrasta drásticamente con la situación en 2016, cuando ningún municipio se encontraba en este nivel de sequía. Las entidades más afectadas por la sequía extrema y excepcional incluyen a Querétaro (100%), Chihuahua (94%), Sinaloa (77.8%), San Luis Potosí (77.6%) y Sonora (75%). Estas condiciones resaltan la importancia de abordar de manera urgente y eficaz el problema de la escasez de agua en México, antes de que sus repercusiones económicas y sociales se vuelvan irreversibles.
Sin embargo, abordar el cambio climático implica enfrentar una realidad incómoda: la necesidad de desmontar nuestro modelo de producción actual en pos de la sostenibilidad. Este desafío es monumental, ya que requiere repensar fundamentalmente la forma en que interactuamos con nuestro entorno. Significa abandonar prácticas industriales depredadoras y adoptar en su lugar procesos productivos más responsables y respetuosos con el medio ambiente. Requiere un cambio de paradigma en la manera en que concebimos el crecimiento económico, priorizando la sostenibilidad sobre la maximización de beneficios a corto plazo. Si bien puede ser un camino difícil y lleno de obstáculos, es crucial reconocer que esta transición hacia un modelo de producción sostenible es esencial para intentar darle un futuro habitable para las generaciones venideras.
En este contexto y a medida que avanzamos hacia el futuro, queda claro que los mayores desafíos que enfrentaremos no serán políticos, sociales o tecnológicos, sino más bien climáticos. El cambio climático se ha establecido como el factor determinante que moldeará nuestras vidas y el curso de la humanidad en las décadas venideras. Si bien los aspectos políticos, sociales y tecnológicos seguirán siendo importantes, su relevancia se verá eclipsada y determinada por la urgencia y la magnitud de los desafíos de una naturaleza que se vuelve cada vez más impredecible. Por ello se vuelve fundamental que reconozcamos esta realidad y tomemos medidas decisivas para reponer el abuso que hemos cometido contra la naturaleza y contra nosotros mismos, y así, quizás, revertir lo más posible, los efectos devastadores ya estamos viviendo.