Las violencias de género son una problemática que afecta de maneras muy diversas a la sociedad mexicana. El impacto de las desigualdades y discriminaciones basadas en el sexo y el género tienen un origen histórico justificado en la dualidad y las relaciones de poder entre lo masculino y lo femenino, y que se han implantado en todas las estructuras de la vida social: en lo económico, en lo cultural, en lo político y en lo simbólico.
Las normas de género establecen expectativas estrictas de que lo masculino (lo cual corresponde a los hombres) debe ser dominante, agresivo, fuerte y de control, pero sobre todo, no debe de ser ni tener nada de mujer, es decir, de “lo femenino”. Lo femenino se asocia a las mujeres y se vincula con la sumisión, la dependencia, la sensibilidad y la debilidad.
Lo preocupante de estas características y patrones de comportamiento, es la rigidez con la que se espera que las y los sujetos vivan, pues cuando estas expectativas no se cumplen se desencadenan violencias como formas de control de los cuerpos y de la reafirmación del poder, tradicionalmente atribuido a “lo masculino”, estigmatizando cualquier práctica o expresión de género que se aparte de las normas tradicionales. Siendo las mujeres y las personas de la comunidad LGBTTTIQ+, las principales víctimas.
Entre los intentos de restaurar el orden binario tradicional masculinidad/feminidad, surgen actitudes de extrema violencia contra las personas desafiantes a la heteronormatividad y al cisgénero, y que enfrentan discriminaciones por razones de género, mayormente afines a lo femenino. Mediante la estigmatización se les priva de sus derechos y libertades, y muchas veces hasta de la vida, en brutales crímenes de odio. Tan solo en los últimos cinco años, en México se tienen registrados 461 homicidios de personas de la comunidad LGBTTTIQ, donde las mujeres trans son las mayor afectadas, con 270 casos, seguidas por 143 hombres gay y 25 mujeres lesbianas.
Estos crímenes de odio contra las personas trans, no solamente son asesinatos aislados, pues se acompañan de violencias extremas a las identidades y a los cuerpos feminizados, como la tortura sexual, violencias físicas y la exposición de sus cuerpos en lugares públicos, rasgos compartidos con los feminicidios. En donde las marcas en los cuerpos y el abandono de los mismos, representan un mensaje a quienes desobedecen las normas hegemónicas del género y como un mensaje de la impunidad con la que se pueden cometer estos crímenes de género.
En días anteriores, el Congreso de la Ciudad de México aprobó la Ley Paola Buenrostro, en donde se acreditan las razones de género para tipificar el delito del transfeminicidio, y que por primera vez será reconocido y sancionado en México. Este logro no solamente refiere al tipo penal, sino también permite distinguir que la violencia de género contra las personas trans es una problemática social basada en el dominio de los valores patriarcales que siguen subordinando a los cuerpos “no masculinos”.
Con este paso se podrán documentar los casos y dar cuenta del impacto que la misoginia tiene contra las personas trans, lo que puede ayudar a generar estrategias para la prevención. De la misma manera, este planteamiento ante las instituciones del Estado, posibilita la lucha por el reconocimiento de las identidades trans, la sanción al rechazo y la resistencia a la necropolítica que califica cuáles vidas son más valiosas que otras, demostrando que las personas trans también importan y que el transfeminicidio es una de las muchas expresiones de la violencia de género.