Durante sus 88 años de vida Jorge Mario Bergoglio fue muchas cosas. Su primer “oficio” fue el de aficionado del San Lorenzo de Almagro, equipo de futbol de su barrio, el de Miraflores al oriente de Buenos Aires. En las gradas del Viejo Gasómetro, se hizo creyente de la religión del balón que no entiende de razones, pero que cada domingo moviliza a miles de personas hacia sus templos con la esperanza de que, desde el cielo, el divino ilumine a alguno de los 22 jugadores para que haga el milagro esperado: el gol. Las canchas argentinas se convirtieron en su mayor escuela de la fe, ahí cantó, gritó y seguramente insultó a algún jugador de Huracán rival clásico de los de Boedo, en alguno de esos partidos aprendió que a veces la fe no es suficiente, que a veces uno mismo debe buscar el cambio que se pide rezando. También fue el lugar donde conoció varios de los defectos más comunes de la humanidad: la envidia, la violencia y la codicia. Con el paso de los años llevaría las enseñanzas del balón a su segunda profesión como profesor de literatura en el colegio de la Inmaculada Concepción donde impartió clases a jóvenes de secundaria quienes lo recuerdan como alguien exigente pero comprensivo y que siempre buscaba el bien común. Algún estudiante llego a decir que los hacia pensar como Borges y debatir como Shakespeare. Durante el año que fue parte del plantel educativo no solo cumplía con sus horas de docente, ya que cuando sonaba la campana del receso solía sumarse a los partidos que organizaban estudiantes y seminaristas usando al futbol como herramienta de formación. En esas tardes de convivencia con sus alumnos, cuando alguien no soltaba la pelota y quería llevarse a todos en una jugada individual digna de Sívori o Artime (los ídolos argentinos de la época) solía soltar con contundencia: “el que no juega en equipo, pierde hasta el recreo”.
Cuatro años después de dejar su trabajo como maestro fue ordenado sacerdote en la capilla del Colegio Máximo de San José, eran tiempos complicados desde que comenzara la dictadura militar, varios de sus colegas fueron perseguidos por comunistas entre ellos los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Franciso Jalics de quienes existe un amplio debate sobre si fueron protegidos o entregados por Bergoglio al régimen militar.
Para 1986, la dictadura militar en Argentina ya había terminado, pero el país aún estaba en un proceso de reconstrucción social y política. La victoria de la selección nacional, bajo la dirección de Carlos Bilardo y de los pies de la magnífica actuación de Diego Maradona, representó un momento de orgullo y euforia para los argentinos, que por fin veían una victoria después de años de sufrimiento y represión. Bergoglio, que entonces ya se desempeñaba como provincial de los Jesuitas y se destacaba como líder religioso comprometido con la justicia social y con una postura crítica frente a la dictadura señaló años después que ese triunfo fue una de las mayores emociones que el deporte le dio en su vida por ello, siempre tuvo palabras de afecto para el capitán de esa selección:
“Maradona es un hombre que, como muchos, ha tenido sus debilidades y caídas, pero también ha tenido momentos de grandeza. Dios ve el corazón de las personas, y no hay que juzgar a nadie”.
En total, Bergoglio tuvo 12 oficios fuera y dentro de la iglesia católica antes de ser elegido Papa en 2013. Ya como sumo Pontífice, es probable que haya recordado sus días en la cancha del ciclón en los que empujaba a los jugadores desde la grada para ganaran los partidos, inspirado en ello, Durante su papado, Francisco impulsó reformas significativas que buscaban modernizar la Iglesia y acercarla a los problemas contemporáneos, pero muchas de ellas encontraron resistencia por parte de sectores tradicionales que preferían mantener el statu quo. Sus esfuerzos por promover una mayor transparencia financiera en el Vaticano y su lucha contra la corrupción dentro de la Curia Romana no fueron bien recibidos por aquellos que se beneficiaban de la opacidad del sistema. Pero la oposición de quienes querían que todo se mantuviera igual no lo detuvo y promovió la apertura hacia un mayor papel de las mujeres en la Iglesia y un cambio de enfoque en el que la iglesia se acercara mas a los pobres, denunciando la mala distribución de la riqueza generada por el neoliberalismo y la falta de disposición de los gobiernos para promover un cambio de paradigma. Por ello, no fue sorpresa de nadie, cuando en 2021 envió una carta al entonces presidente López Obrador en la que lo alentó a no cansarse y seguir adelante con su labor de transformación.
Jorge Mario Bergoglio terminó su vida siendo Francisco I, pero fue mucho más que un Papa, fue un hombre de transformación que no se conformó con lo que ya era sino que buscó un cambio. Hoy, ese hombre que aprendió en Boedo de solidaridad partió al cielo donde estará jugando el partido eterno, siempre a la ofensiva ya que como dijo alguna vez “hay que jugar siempre para adelante, pateen hacia adelante, porque así es como podremos construir un mundo mejor”.