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  • 23 Jan 2023
  • 10:01
  • SPR Informa 6 min

De grados y títulos

De grados y títulos

Por Anaís Pereda .

Estimados licenciados, maestros, doctores, ingenieros, señoras, señores y compañeros, sumándome al tema en boga del acontecer nacional, el debate provocado por la tesis de la ministra Yasmín Esquivel Mossa, me permito en esta ocasión hacer una breve reflexión en torno a los grados y títulos académicos. 

Alejándome de la discusión en torno al “alto índice de coincidencias” encontradas entre la tesis de la ministra Esquivel y la publicada un año anterior, y de las posibles consecuencias que deban determinar tanto la máxima casa de estudios como la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo cierto es que tras la revelación de una cadena de plagios ocurridos dentro de la UNAM desde hace más de dos décadas, la universidad de la nación se encuentra en una situación compleja. 

Ahora, más allá de la gravedad y reprochabilidad del acto de plagiar, me parece que esta situación debe llevarnos a preguntarnos el porqué. Al inscribirse en una licenciatura o posgrado, el alumno sabe que para obtener el título correspondiente será necesario cumplir con una serie de requisitos que suelen incluir la realización de un trabajo de investigación relacionado con su campo de conocimiento. Si no se está dispuesto a hacer este trabajo, ¿por qué inscribirse? 

Desde su creación y a lo largo de la historia, la educación universitaria ha representado un camino hacia la movilidad social. En la Edad Media, contar con estudios en derecho, medicina, teología o arte, permitía acceder a diferentes oportunidades laborales. Por ejemplo, contar con un título en teología calificaba a una persona para un puesto administrativo en el clero o en la propia universidad.

En el libro Profession, Vocation and Culture in Later Medieval England, se plantea que asistir a la universidad en la Edad Media, representaba una inversión en la cultura como un medio específico de avance social. Más allá de los conocimientos intelectuales adquiridos, el tránsito por la vida universitaria le permitía a los alumnos acceder a una serie de contactos que a menudo podían ser política o socialmente ventajosos. Según el historiador Cecil Clough, las actividades políticas y de otro tipo dentro de las propias universidades se consideraban importantes desde el exterior y podrían ganar el reconocimiento o la notoriedad de los estudiantes. Al sacrificar recursos y trabajo para enviar a un joven a la universidad, los alumnos, las familias y los patrocinadores decidían invertir en los estudios universitarios con el objetivo de mejorar el estatus social del alumno y beneficiarse de la nueva riqueza y poder del graduado.

Así, podemos ver que el deseo de movilidad social y la obtención de títulos académicos han estado intrínsecamente ligados con la educación universitaria desde su origen. Si a esto le aunamos que el sistema laboral ha ido incorporando, como requisitos de contratación, la presentación de estas credenciales, empezamos a vislumbrar el problema. Con el afán de escalar socialmente llevamos siglos sosteniendo un sistema que favorece al poseedor de un título, no así al poseedor de conocimiento. 

Pareciera que a falta de un sistema regido por títulos nobiliarios, hubiéramos necesitado establecer uno regido por el de los títulos académicos. Así, los estudios de grado y posgrado se realizan no por un deseo de investigación y profundización en un campo de conocimiento sino por el anhelo de crecimiento económico y social. En un mundo en donde si no eres licenciado, maestro o doctor, quedas fuera del juego, poco importa el método de obtención del título. El saber y las habilidades han pasado a un segundo plano.

Afortunadamente, los cambios tecnológicos y sociales recientes empiezan poco a poco a abrir una nueva posibilidad: la demostración de habilidades. Aclaro, no es que los títulos académicos dejen de importar, sino que ahora las empresas buscan perfiles de personas que puedan demostrar habilidades específicas. Esto se puede deber en gran medida al auge del Silicon Valley, regido por grandes empresas tecnológicas, cuyos principales fundadores y directores carecen de título académico. Es el caso de Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg. 

De esta manera, sin quitarle un ápice a la gravedad del plagio de cualquier trabajo, me parece que el debate actual en torno a los títulos y grados debería llevarnos a reflexionar más allá de un caso puntual y repensar nuestros sistemas educativo y laboral.