La figura de Ernesto "Che" Guevara ha quedado grabada en la historia como un símbolo de la lucha revolucionaria, la izquierda internacional y el antiimperialismo. Desde su participación decisiva en la Revolución Cubana hasta su trágica captura y ejecución en Bolivia, su legado sigue siendo objeto tanto de admiración como de controversia. Sin embargo, lo que realmente le ha otorgado el reconocimiento de “Guerrillero Heroico" no son solo sus logros militares, sino la coherencia entre su pensamiento y su forma de vida. El Che no solo promovía una ideología política, sino que la vivió con completa convicción moral hasta sus últimas consecuencias.
La trayectoria guerrillera del Che es uno de los aspectos más documentados y resaltados de su vida, así como también su participación en la Revolución Cubana es otro de sus logros más recordados. La famosa Batalla de Santa Clara, en la que Guevara lideró las fuerzas que tomaron la ciudad, fue un momento decisivo que marcó la victoria de los revolucionarios del movimiento 26 de julio y el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista.
Sin embargo, reducir su vida a su papel militar sería simplificar su legado, ya que es bien sabido que tras el triunfo en Cuba, Guevara dejó su posición privilegiada en el gobierno cubano, primero para promover la revolución en África y luego en Bolivia. A pesar de que esta última campaña acabó en su captura y muerte, su disposición a sacrificar su vida por sus ideales lo distingue como un revolucionario verdaderamente comprometido con sus causas, y como un individuo que no buscaba el poder personal, sino la transformación de todo un sistema.
En ese sentido, uno de los aspectos más fascinantes de la figura del Che es cómo da la sensación que este individuo logró borrar la frontera entre el "ser" y el "deber ser". Por ejemplo el hecho de que como líder y ministro en Cuba, adoptara una vida de trabajo físico y sacrificio personal, dice mucho de sus ideas. Se cuenta que, a pesar de ser Ministro de Industria, pasaba sus días trabajando en los cañaverales o en fábricas junto a los obreros cubanos, trabajando jornadas de hasta 36 horas. A través de estas acciones, el Che demostró una ética que resonaba con la esencia de la revolución, donde no había lugar para los privilegios de los líderes y la abolición de las clases sociales, era y debía ser algo completamente real, por lo que su vida cotidiana también reflejaba su visión de un socialismo donde el trabajo duro y el compromiso personal eran los pilares de una nueva sociedad.
De hecho, se consideraba a sí mismo "marxista" más que "comunista", señalando que la obra de Marx no debía limitarse únicamente a sus ideas políticas, sino que representaba una cosmovisión completa. Llegó a afirmar que ser marxista era lo natural en política, del mismo modo que un físico es, por naturaleza, newtoniano, y un biólogo, pasteuriano. Un acercamiento mínimamente interesante ya que, a diferencia de Fidel que se inclinaba al socialismo soviético, el Che lo hacía para con el maoísmo.
Por otra parte, también podría decirse que el Che practicaba una especie de "socialismo estoico" o en ocasiones “ascético”, en el que la renuncia a los lujos y la vida confortable eran una manifestación indiscutida de sus valores revolucionarios. Su comportamiento ejemplifica una especie de estoicismo político, donde la adversidad, la pobreza y situaciones como el bloqueo económico no eran más que pruebas a superar para alcanzar la promesa histórica de la dignidad colectiva. En este sentido, su discurso, junto al de Fidel, fue en gran parte una reivindicación de la dignidad ante las limitaciones impuestas por el embargo estadounidense, aunque esto implicara una vida materialmente austera y en eterna resistencia.
Revolución y Ética
El Che también destacó como un pensador de tono muy filosófico que gustaba de teorizar la revolución. A diferencia de otros líderes revolucionarios, Guevara no solo teorizaba sobre el socialismo, sino que lo integraba en su propia vida diaria. Su famoso concepto de "el hombre nuevo" que el mismo representaba, aspiraba a crear una sociedad donde cada individuo no solo trabajara por su propio beneficio, sino por el bien colectivo, promoviendo un sentido de responsabilidad social profundo.
Es significativo que, en lugar de limitarse a su rol político, el Che promoviera la idea de que los líderes debían predicar con el ejemplo. Sus incursiones en el trabajo manual y su esfuerzo constante por compartir las condiciones del pueblo con el que trabajaba lo alejan de las figuras revolucionarias que solo manejan la teoría desde un cómodo despacho. Esto lo hizo no solo un líder, sino un compañero más de los que buscaban la transformación social.
Del mismo modo, su liderazgo lo hizo ser constantemente perseguido por la CIA, quienes, en coordinación con militares, lograron su captura en Bolivia el 08 de Octubre en 1967, para ser fusilado al día siguiente. Motivo por el cual este día conmemoramos en Latinoamérica, el día del Guerrillero Heroico.
El constante acoso que sufrió a lo largo de su vida por parte del Departamento de Estado de los EE. UU. demuestra lo peligrosas que resultaban sus ideas para los Yanquiis. Esto porque el Che encarnaba una amenaza que iba más allá de las armas: representaba una visión del mundo que desafiaba los cimientos del capitalismo occidental y el imperialismo norteamericano y sus esfuerzos por propagar la revolución en América Latina y África eran verdaderamente vistos como una seria amenaza a los intereses imperialistas de EE.UU.
Al reflexionar sobre la figura del Che, naturalmente surge la cuestión que quizás su heroísmo radica precisamente en que, para él, el idealismo y el realismo eran una misma cosa. Es decir, estaba convencido de que la revolución no solo era necesaria, sino inevitable y su vida fue un acto de extrema coherencia con este pensamiento; creía que el cambio era posible y, por tanto, debía vivirse como si ya estuviera ocurriendo.
El Che se queda con la satisfacción que vivió como predicaba, y murió como vivió: luchando hasta el final por un mundo más justo. En su legado, queda claro que para él no había diferencia entre las ideas y la acción, siguiendo durante toda su vida la máxima de Marx, en su crítica a Feuerbach que decía que: “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, Sin embargo de lo que se trata es de transformarlo”. Su muerte, aunque trágica, lo convirtió en un mártir de su propia causa y, para muchos, en un inmortal y un verdadero guerrillero heroico.
¡Hasta la victoria siempre!