La marcha convocada por el Presidente Andrés Manuel Lopez Obrador lleva consigo distintas estrategias que van mucho más allá de un mero asunto de egos, orgullos o revanchas.
Uno de los escenarios más importantes es poner en la mesa la percepción ciudadana que refiere lo que será la disputa por la Ciudad de México. Es importante el mensaje que se dé para seguir mostrando que la capital continúe siendo un bastión obradorista.
Por otra parte, se pretende alimentar la tesis de que el “lopezobradorismo” está en uno de sus puntos más álgidos y que cuenta con el respaldo mayoritario en las entidades federativas, abonando a la continuación del proyecto de nación y desechando la percepción de que en el país hay polarización.
Es importante destacar que a López Obrador le causa conflicto la palabra “polarización”, aunque no por las razones que uno pensaría, el primer mandatario no tiene ningún problema en asumir que la sociedad está frontalmente dividida en 2 proyectos distintos y que ambos se disputan el control del sistema político y económico mexicano.
Esto es alentado porque con esa narrativa el Presidente sabe que expone lo que siempre ha dicho, “en el país sólo hay 2 sopas, la conservadora y la transformadora”.
La marcha de este domingo, en palabras del Presidente, “no se trata de defender la reforma electoral propuesta por el ejecutivo, es para resaltar los logros de la cuarta transformación de México a lo largo de estos 4 años”.
En realidad, ese es el mensaje político más grande, ya que las marchas no llevan consigo la defensa de lo electoral, sino más bien las percepciones de los 2 proyectos que han mostrado intercambios de narrativas, apoyados también por los medios masivos de comunicación.
No estamos seguros de que el presidente haya creído que tenía una oportunidad real de que su iniciativa fuera a ser aprobada, (aunque en este sexenio nada se sabe).
López Obrador sabía que conseguir dos tercios en el legislativo era poco menos que imposible, porque a diferencia de la militarización de la seguridad pública, que las y los priistas terminaron apoyando, la reforma electoral iba en contra de los intereses puntuales del PRI, de sus dirigentes y de sus legisladores y aún más, tomando en cuenta que el Senador Ricardo Monreal parece estar cada vez más lejos del ideal de la transformación, asumiendo que será parte en un corto tiempo de aquella alianza.
Hay que dejar claro que la bancada priísta puede entregar su voto a cambio de una negociación atractiva, pero jamás a costa de su propia supervivencia. La reducción de senadurías, diputaciones, regidurías, sindicaturas y partidas presupuestales habría dejado a muchos de ellos sin empleo y a su partido sin una abismal fuente de recursos.
Pero el debate sobre la reforma electoral, incluso si no fuera a pasar, le da herramientas al presidente para denunciar, a los órganos electorales como un instrumento de sus adversarios y una expresión más del dispendio irresponsable que caracteriza al antiguo régimen en el que siguen enquistadas muchas viejas prácticas.
Estas estrategias son una parte valiosa para que la política diseñada de AMLO llamada la “revolución de las conciencias” siga nutriendo su movimiento más allá de su sexenio.
Ahora bien, la tesis central es que la correlación de fuerzas resulta muy desfavorable al gobierno del cambio: las élites políticas, económicas, eclesiásticas, académicas y los medios de comunicación están en su contra.
El desenvolvimiento, el carisma y la aceptación de AMLO, le han permitido neutralizar enemigos potenciales como los gobernadores o la super élite empresarial y convertir en compañeros de viaje a los mandos castrenses.
Aunque para nadie es nuevo que su verdadera fuerza reside en el apoyo popular desplegado a lo largo de 25 entidades donde incluso, tiene más aceptación que las y los diferentes gobernadores.
Es aquí donde entra la batalla por la capital. Si bien AMLO seguirá haciendo el trabajo político necesario para garantizar el triunfo de su movimiento en las presidenciales de 2024, ese arroz parecería estar medio guisado. No importando si fuera una presidencial llamada Claudia, Marcelo o Adan Augusto.
No así la disputa por la Ciudad de México. Las elecciones intermedias del 2021, desnudaron a la izquierda y la oposición compuesta por el PRI-PAN-PRD, ganaron varias alcaldías encontrando un resultado que jamás pensaron pero que ahora se ha convertido en una estrategia efectiva.
La Ciudad de México, antes Distrito Federal, fue el bastión histórico de la izquierda en términos electorales y lo ha seguido siendo durante casi 30 años.
Sin embargo, el oeste de la ciudad, la parte más avanzada en términos monetarios, atendió el llamado al “voto de castigo” para Morena y mostró que las clases medias capitalinas habían votado en contra de la izquierda.
No olvidemos que las primeras declaraciones de López Obrador a esa derrota fueron de reclamo y que en semanas enteras les dejó claro que habían votado por más de los mismo, pero que también se habían convertido en personas con actitudes “aspiracionistas”.
Semanas después se difuminaría los mensajes. Es importante analizar el movimiento de la capital como núcleo político y territorio donde se conglomeran los poderes de la unión, por todo eso su alto valor que actores como Claudia Sheinbaum, no pueden perder de vista.
En suma, la pregunta que muchas y muchos analistas, comentaristas y expertos ponen en la mesa es: ¿Vale la pena que AMLO demuestre su poderío en las calles?
Pero la respuesta real sólo la tiene el pueblo de México. El cual decidirá si continúa con la transformación o regresa al viejo régimen que se enquistó en el país durante más de 36 años.
El domingo 27 se tendrán las respuestas ante las cuestiones e incertidumbres que hoy se tienen a menos de 2 años de pasar a un capítulo más en la historia de México.