Por tercera vez en la historia, México será sede mundialista. No hay país en el mundo que haya albergado tres copas mundiales de fútbol de la FIFA. El Estadio Azteca -templo del fútbol mexicano- será el recinto donde se inaugurará el torneo de fútbol de mayor relevancia sobre la faz de la tierra. El jueves 11 de junio del 2026 rodará el balón en el coloso de Santa Úrsula, tal como sucedió en los torneos de 1970 y 1986. Otros estadios que también serán sedes mexicanas durante este magno evento serán: el estadio Akron de Zapopan, Jalisco y el estadio BBVA en Guadalupe, Nuevo León.
El pueblo de México es totalmente futbolero. Este deporte-espectáculo es practicado y seguido por decenas de millones de personas en todo el territorio nacional; en 14 de las 32 entidades federativas existe al menos un club de fútbol profesional que participa de la Liga MX, el máximo circuito del balompié mexicano. Y, desde 2017, la Federación Mexicana de Fútbol ha impulsado la liga femenil, rompiendo una barrera que nunca debió existir para que las mujeres mexicanas tengan la oportunidad de jugar fútbol profesional.
A pesar del fervor que históricamente ha provocado el fútbol en nuestro país, en los últimos años, este deporte como industria entró en una crisis que pareciera no tener fin. La falta de talentos jóvenes; el mal diseño del sistema de competencia que estimula la mediocridad y que no permite el descenso y ascenso de equipos; el exceso de jugadores extranjeros; entre otros factores, han generado un eminente retroceso en el nivel de nuestro fútbol. El punto de quiebre fue el lamentable papel de la selección mexicana de fútbol en el pasado mundial de Qatar, donde fue eliminada en la fase de grupos.
Este oscuro panorama detonó cambios en la estructura de los hombres de pantalón largo que manejan este negocio. Por ahora, los cambios sólo han sido de nombre y de estrategias comerciales, en lo sustantivo, sigue predominando el interés de los amos y señores del balón que no permiten que nuestro fútbol sea más democrático en sus decisiones ejecutivas y en el alcance para construir un fútbol más popular y de mayor dimensión social. No se han dado cuenta que, de continuar por el camino de la autocomplacencia, se les acabará la gallina de los huevos de oro, tal como hemos observado en varias jornadas del torneo en curso, donde los estadios lucen prácticamente vacíos.
La designación de México como sede mundialista nos pone en una vitrina inigualable. En lo que va del siglo XXI, nuestro país no ha tenido un evento de tal envergadura. La gran relación y el intenso cabildeo de los operadores del principal consorcio televisivo mexicano con la FIFA empujaron a que tuviéramos una buena parte de este gran acontecimiento deportivo. Desde ya, los ojos del mundo están puestos en nuestro país, y no se puede soslayar esta gran plataforma para agregar valor a la nueva apuesta en materia económica: la prosperidad compartida.
Más allá de las razones discrecionales y presuntos cochupos que forman parte de los criterios de selección del comité de la FIFA, encargado de decidir qué países serán sede del torneo, lo que se ha observado en la última década es que se han decantado por la razón geopolítica de los BRICS y por Qatar (2022) como representante de la región que concentra la mayor cantidad de recursos energéticos en el mundo. Prueba de ello es que el mundial de 2010 fue en Sudáfrica, el de 2014 en Brasil y el de 2018 en Rusia.
La designación de México, Estados Unidos y Canadá como países anfitriones del mundial de fútbol 2026 también obedece a criterios de carácter económico-comercial. La región de Norteamérica es una de las regiones económicas más dinámicas y competitivas del mundo. Como nunca antes, esta región tendrá la posibilidad de desarrollarse exponencialmente y consolidarse como un bloque económico de alto impacto a escala global.
Es prácticamente imposible que México vuelva a tener un evento de estas características tan favorables. Las personas de la administración pública que estén involucradas en la organización del próximo mundial de fútbol de la FIFA -además de las actividades logísticas inherentes al mismo- tendrán en sus manos la enorme responsabilidad de gestionar dos grandes tareas: 1) posicionar a nuestro país como un gran polo de desarrollo geoestratégico donde se puede invertir y generar empleos bien remunerados, y 2) hacer del fútbol -y del deporte en general- un poderoso instrumento de transformación social y de bienestar, promoviéndolo en todas las colonias y barrios de México.