El mal es el desprecio por el ser humano. Es la inconciencia de un hombre (o mujer) cuando se trata de pensar en los demás. Es la indiferencia al sufrimiento, a la necesidad o al dolor. También lo es cuando se actúa con el objetivo de perjudicar a otros o cuando, por omisión, infringimos daño en los demás.
Maldad, es no hacer lo que está en nuestras manos cuando podemos. Voltear la mirada al lado contrario de quien solicita nuestra ayuda. Es aún más grave cuando se puede, pero no se quiere.
El sentimiento de superioridad es el camino seguro a la maldad. La falta de empatía es uno de los orígenes principales del mal en el mundo. No se puede actuar con amor al prójimo cuando no lo percibes como alguien igual que tú, con el mismo valor, con la misma importancia, con el mismo derecho a tener sueños y la posibilidad de cumplirlos, a disfrutar de una vida digna y a tener la oportunidad para ser feliz.
Todos los días acontecen situaciones que giran en torno a esta falta de conciencia de la que hablamos. Hace unos días, dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados en la Sierra Tarahumara, en donde viven los más pobres, en donde de verdad hace falta la ayuda porque no llegan, incluso, los programas sociales.
Fue un hombre de mediana edad quien los asesinó. Después de consumar el acto, no huyó ni escapó corriendo, por el contrario, se mantuvo en la parroquia y habló con un padre que no había sido ejecutado por él. Le pidió disculpas e incluso le solicitó la confesión (según el testimonio del padre Javier Ávila, quien trabaja en la región).
Esa es la banalidad del mal. Es reflejo de una descomposición social que se lleva gestando durante muchos años. Si bien, podemos hablar de causas filosóficas muy profundas y universales, no podemos negar que nuestro país ha sido caldo de cultivo para que grandes grupos antisociales se fortalezcan y expandan.
El modelo económico neoliberal es responsable, en gran medida, de esta degradación social. También, las acciones concretas de gobiernos pasados han contribuido a que se agrave el problema. Uno de los puntos de inflexión más recientes, es la llegada a la presidencia de Felipe Calderón a través de un fraude. Esta ilegitimidad lo llevó a tratar de buscar la misma mediante una declaración de guerra insensata al crimen organizado (al menos a una parte del mismo).
Esta política gubernamental, lejos de resolver el problema de la inseguridad, causó una multiplicación de la violencia en el tejido social. No se puede enfrentar a la violencia con la violencia, las guerras internacionales son el más claro ejemplo de ello.
Por eso, es importantísimo el cambio de paradigma de Andrés Manuel López Obrador en lo referente a la seguridad. Este giro en la estrategia se enfoca en atender a las causas, más que en enfrentar las consecuencias.
Los programas sociales implementados por la actual administración, nos hablan de una dignificación del ser humano. Adultos mayores que antes eran vistos como una carga, ahora ya aportan a sus familias gracias al programa del gobierno federal. El mismo caso se da con las personas con alguna discapacidad, antes ni siquiera eran representadas en los censos poblacionales porque a sus familias les daba por ocultarlos (todo esto es sin generalizar). Ahora que ya hay una pensión dedicada a ese sector, se está dignificando su condición.
La dignificación del ser humano es la base de toda reestructuración del tejido social. Es la base de la felicidad de las sociedades también. Todo lo contrario a lo que desde los gobiernos neoliberales se permitió, es lo que hay que hacer.
Sin caer en religiosidad. Cristo hombre fue el primero —quizás el más grande— de los luchadores sociales en la historia. Los principios sobre los que fundamentó su doctrina tienen que ver con la dignidad de la persona, la familia, la comunidad, los derechos del ser humano, trabajar para el bien común, ocuparse de los pobres y desterrar el individualismo.
Por eso incomodó a los poderosos de su época. Profesó un profundo amor a los pobres y a los marginados. Si todos aplicáramos estos valores sociales, el mundo sería un lugar mejor, La violencia disminuiría, el mal se reduciría a lo mínimo y la felicidad, que debe ser el objetivo final de la existencia, se esparciría sin distinción de castas o nacionalidades.