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  • 10 Jan 2023
  • 19:01
  • SPR Informa 6 min

El capital y su relación con la ultra derecha y el neo-fascismo

El capital y su relación con la ultra derecha y el neo-fascismo

Por Ernesto Ángeles .

El sábado pasado Brasil fue escenario de la repetición de un acto anti democrático que ya había ocurrido en otras latitudes del continente americano, específicamente en Estados Unidos, tan sólo un par de años antes: la intención de grupos y personas de derecha y extrema derecha de tomar el congreso y otras sedes administrativas al no reconocer los resultados electorales por no favorecer a su candidato,  en medio de un proceso electoral fuertemente disputado. Sin embargo, este suceso es todo menos un hecho aislado, sino que forma parte de una preocupante tendencia que se ejemplifica con el drama que en este momento siguen viviendo en Perú, con la presidencia usurpada y el aparato de seguridad en plena masacre de la población, dicha tendencia radica en: el ascenso del neo-fascismo y el secuestro de instituciones por grupos de ultra derecha.

Esta tendencia hace evidente una serie de preguntas tales como: ¿Aquello que se conoce como “democracia” está en peligro? ¿Cómo llegamos a este nivel de polarización? ¿Qué significa este suceso para otras democracias y cuál es el riesgo que estas prácticas se extiendan en otros países? ¿Es posible identificar culpables o responsables? ¿Qué desenlace puede tener esto en Brasil, América o a nivel mundial? ¿Qué riesgo le podría avecinar a México, sobre todo con el reagrupamiento de la extrema derecha al auspicio de la CPAC?

Para comenzar, es importante señalar que nos encontramos en medio de un proceso de “desorden” mundial, el cual se caracteriza por una profunda trasformación en la correlación de fuerzas y capacidades a nivel internacional, en donde prácticamente el epicentro de actividad económico-productiva y financiera está migrando de Occidente hacia Oriente; este evento es provocado por factores tales como las ventajas competitivas de sociedades más numerosas, educadas, jóvenes y mal pagadas; vastos territorios ricos en recursos naturales; proyectos productivos a mediano y largo plazo devenidos de sistemas políticos más estables; una fuerte capacidad industrial; mercados internos  numerosos y con más capacidad adquisitiva que en el pasado; nuevas alianzas político-económicas entre diferentes países; en fin,  los factores de competición y cambio son muchos; sin embargo, a nivel general caracterizan por una tendencia de transición de capacidades de poder entre países.

Tal tendencia no ha pasado desapercibida para Occidente, sino que los principales centros de decisión ya han empezado a tomar cartas en el asunto, la más conocida hasta el momento es en Ucrania y la firme decisión de debilitar a Rusia y, de ser posible, generar un cambio de régimen o, según los más osados, hasta la disolución de Rusia en Estados más pequeños. Y no sólo Ucrania, sino que también Taiwán ya está en movimiento como otro escenario más en esta competencia entre Occidente y Oriente, en donde no sólo se está armando a Taiwán, sino que paralelamente se está librando una guerra comercial entre Estados Unidos y China.

Y uno pensará: ¿qué tiene que ver la transición de poder entre Oriente y Occidente con el ascenso del neo-fascismo y la extrema derecha? La respuesta más rápida y simple: el capital/dinero y su interés en generar una continuidad artificial en medio del cambio.

El dinero ejerce un rol determinante en la sociedad, ya sea para bien o para mal; las motivaciones económicas han subyacido una gran cantidad de movimientos y eventos sociales a lo largo de la historia y este no parece ser la excepción, lo importante es identificar los intereses que se intentan proteger, los medios/herramientas para lograr tal protección, así como las redes de interacciones entre actores específicos. Además, es importante hacer una separación entre las élites y las masas, ya que éstos no sólo tienen diferentes intereses, objetivos, estrategias y herramientas a su disposición, sino que también han experimentado las consecuencias del neoliberalismo y la globalización de modos distintos, lo que evidentemente impacta en las aspiraciones de cada bando.

Es innegable que el neoliberalismo (usualmente promovido por gobiernos de derecha y globalistas) dejó muchos pobres y mucha desigualdad, lo que se tradujo en las elecciones de gobiernos de izquierda y progresistas en diferentes momentos, así como un anhelo popular por la justicia social y la suspicacia ante la globalización; mientras que de la parte de la élite eso ocasionó un desequilibrio entre beneficios y obligaciones sociales, volviéndolos aún más ambiciosos, avariciosos e individualistas, al punto de ver al Estado y la gobernabilidad como obstáculos a sus intereses y objetivos, antes que como elementos necesarios para el buen funcionamiento social. Irónicamente, en el caso de estratos sociales con más privilegios, como la clase media, este sistema generó una falsa sensación de pertenecer a la élite, tal sensación ha sido cuidadosamente alimentada por el individualismo sistémico y sus voceros culturales,  como los medios o los “intelectuales”.

En este punto es importante añadir que aunado al proceso de transición de poder también están sucediendo a nivel mundial otros dos procesos de tránsito, los cuales marcarán las pulsiones conflictivas del futuro: la desglobalización y el tránsito hacia el regionalismo, así como el fin del neoliberalismo y el inicio de una economía de corte más neo-keynesianista. En este proceso los anteriores ganadores de la globalización y el neoliberalismo están desesperados por mantener algo de esas viejas glorias, sobre todo en un escenario tan convulso, por lo que básicamente muchos miembros de las élites están enfocados en generar cambios para que nada cambie o, en el mejor de los casos, para que los cambios mundiales les sean benéficos.

En este contexto se sitúan las múltiples estrategias y operaciones político-sociales al amparo del capital, las cuales tienen múltiples manifestaciones en prácticamente toda América Latina (y en el mundo):

Por una parte está la conquista del capital político y la lucha por las simpatías, en donde los grupos poderosos cuentan con un histórico y poderoso aliado que a la vez sirve de poder en sí mismo y a la vez se erige como mera herramienta: Los medios masivos, los cuales amparados por la libertad de expresión y  la propiedad privada, se lanzan para engañar, manipular, desinformar y, en casos extremos, mentir y falsificar. Y es que los medios masivos (y el aparato informativo en general), antes que verse suplantados por las redes sociales, se han adaptado bastante bien a esta nueva tecnología, al punto que  no sólo es el libelo del mercado de la desinformación digital, sino también las sinergias que éstos han establecido con los medios masivos tradicionales y los personajes de la vida pública en cada país, es por eso que los medios masivos tradicionales le lavaron la cara al que intentó asesinar a la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández; protegen y premian a un mitómano como Loret en México o encubren los asesinatos del ejército y la policía en las protestas en Perú.

En esta lógica también están las conquistas del capital político-institucional, en donde la clase política se ve cooptada y comprada por dinero de diversas élites a modo de contribuciones, cabildeo, becas y otras formas que adoptan las prácticas de corrupción y nepotismo, es así como muchas personalidades políticas han hecho carrera al amparo del dinero y sin contar con el voto popular (para no ir más lejos, sólo basta con ver el caso de los “plurinominales” en el congreso mexicano, en donde gente que nunca ha obtenido un voto lleva años cobrando y decidiendo en nombre de la población).

El anterior argumento se ve reforzado si tenemos en cuenta lo que ha estado viviendo el continente americano en los últimos años, en donde gobiernos de izquierda elegidos democráticamente han sido víctimas de los intereses elitistas representados y enquistados en sectores de poder más allá del ejecutivo: el poder legislativo y judicial, los cuales escapan a los procedimientos democráticos y permiten la creación de grupos de poder personalizados, criminales y corruptos al amparo del dinero y sus atribuciones.

La búsqueda por hacerse de capital político, mediático, social e institucional tiene un claro objetivo que usualmente pasa de lado por la enajenación e ignorancia devenidos de discursos pro digitales y virtuales: los recursos naturales. En Bolivia iban tras el litio; en Argentina tras sus tierras cultivables, el litio y otros recursos; en México sobre el petróleo y los recursos mineros; en Brasil tras los recursos del Amazonas...

Y es que contrario al discurso del foro económico mundial, en tiempos en donde te venden la fantasía de lo virtual y lo incorpóreo, lo que sostiene ese mundo son los recursos naturales físicos, tangibles y localizables: Agua, hidrocarburos, litio, oro, cobalto, silicio, circonio, tierras raras, entre muchos otros.

No hay que olvidar que pese al expolio que hemos vivido durante décadas, América Latina sigue siendo una región con muchos recursos naturales y sociales, mismos que  serán el centro de pugnas entre distintos actores, sobre todo entre China y Estados Unidos. Y es que mientras que un país apoya el cambio, el otro está aferrado para que nada cambie, ya que el cambio beneficia a uno y la continuación a otro; además, al interior de estos países también hay debates en el tipo de cambio o continuidad que se desea apoyar, con los demócratas y los republicanos como los casos más evidentes.

En conclusión: fenómenos sociales como el ascenso del neo-fascismo y la ultra derecha no suceden en un vacío y no se generan de la nada, sino que han requerido de dinero, figuras centrales, medios y canales para propagar sus voces, intereses e ideas. Tal como lo dijo el gran intelectual marxista, Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.