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  • 20 Mar 2023
  • 08:03
  • SPR Informa 6 min

Violencia contemporánea

Violencia contemporánea

Por Anaís Pereda .

Damián suspiró profundamente y se dejó caer en el respaldo de la silla de su oficina, aún faltaban quince minutos para la hora de salida. “Quince minutos para la salida más los quince extra de ley para que no te tilden de huevón, media hora más de esta mierda”, pensó. Tomó su celular y sin pensarlo abrió su instagram, pasó de foto en foto casi sin prestar atención, deteniéndose ocasionalmente en alguna en que se mostraran culos o tetas para darle like. A las ocho y cuarto en punto apagó su computadora y caminó a la oficina de su jefa. “Solo falta que ahorita se le ocurra pedirme el informe para la reunión del jueves”. Tocó cautelosamente y abrió lentamente la puerta:

—Buenas noches, Mtra., ¿puedo ayudar con algo más…?

— Puedes retirarte Damián. Buenas noches.

Damián prendió un cigarrillo y meditó sobre sus posibilidades, si no hubiera tanto tráfico podría llegar a su departamento en cuarenta y cinco minutos, pero lo más probable es que tardara hora y media. Si iba a hacer ejercicio podría tomar camino más tarde y evitar el tráfico. “Pero el gimnasio seguro estará hasta su madre, plagado de Godínez”. Decidió ir a casa.

Beth terminó de impartir su clase de yoga.

—Namasté. Gracias por venir hermosas, nos vemos en la próxima sesión, recuerden guardar su mat. 

—La clase de hoy estuvo fantástica. ¿Nos tomamos una foto para el insta? Oye, luego me cuentas cómo vas con tu dieta vegana.

—¡Claro, guapa! Cuando quieras. — “Mierda, ¿ésta es la que se llama Zoe o es Mariana? Todas se ven malditamente iguales”, pensó mientras sonreía para la foto.

Terminó de guardar el equipo que había utilizado y pasó por la administración del estudio para cobrar sus ganancias. “Solo cuatro alumnas en esta sesión, si sigue así ni de chiste voy a alcanzar para la renta de este mes. Ni para mi puto Starbucks me va a alcanzar esta semana. Seguro me toca vender mi bici”, meditaba mientras contaba su dinero.

Con la música a todo volumen, atorado en el tráfico como lo había previsto, Damián intentaba distraerse para no caer en la tentación de mentarle la madre al del coche de enfrente, al de al lado y al que se cruzara en su camino. El semáforo estaba en verde pero los coches permanecían estáticos. Finalmente avanzó. “Sí paso, sí paso”.

— ¡Apúrate, cabrón!—Le gritó al de enfrente sabiendo perfectamente que no podía escucharlo.

Rojo de nuevo.

— ¡Mierda! — “Y además me quedé en el pasó cebra, carajo”. Echó un vistazo para ver si se podía hacer para atrás, nada, tenía otro coche pegado.

Con su mat en la espalda, Beth caminaba automáticamente mientras revisaba la historia de instagram que había subido su alumna. “Me veo gorda y cansada, a ver si no pierdo seguidores”, pensó mientras le daba like y respondía con un emoji sonriente. Bajó el celular justo antes de chocar con un coche a medio paso cebra.

—¡Fíjate pendejo, no dejas pasar! Sé más consciente.

— No lo hice a propósito, estúpida —replicó Damián.

— Ah, ¿te vas a poner machito? Repítemelo que te tomo un video y lo subo a redes.

— Sube lo que quieras, pinche influencer sin vida.

Hashtag #LordCruceCebra. Para que te busques, idiota.

— Vete a la mierda.

Semáforo verde.

Si la posmodernidad puede definirse muy sintéticamente, entre otras cosas, por la desaparición de las fronteras, la violencia coetánea a este tiempo sigue ese destino. Ya no podemos localizarla, pulula en todos lados, se expande locamente. La mayoría de las veces irrumpe sin estrategia, navega desmadrada. Desprovista de encuadres ideológicos, sin los antiguos marcos que podrían imaginariamente darle una razón, da lugar al dicho corriente de “la violencia por la violencia misma”.

(Silvia Ons, Violencia/s, 2009)