Hace unos días, en medio de las tensiones arancelarias entre China y Estados Unidos, se popularizó la noticia de la puesta en funcionamiento de un sistema de pagos internacionales de China, el cual está basado en su moneda digital el yuan digital (e-CNY); dicho sistema tiene el potencial de ser una alternativa mundial al sistema de pagos internacionales de Estados Unidos, mejor conocido como SWIFT, una vez que sea implementado y masificado por más países. En este punto seguramente te preguntarás qué implicaciones tiene esto a nivel internacional, así como cuál puede ser su impacto al equilibrio de poder mundial y al sistema financiero, por lo que en este escrito te lo explicaré.
La reciente activación del sistema de pagos transfronterizos de China no es solo un avance técnico que se refleja en la mejora de la eficiencia y el costo de las transferencias internacionales, sino que es un acto político en sí mismo, el cual subyace en una estrategia para reconfigurar el orden mundial. A través de esta red China no solo propone una alternativa más rápida, barata y trazable que el tradicional sistema bancario basado en SWIFT, sino que además crea su propio canal de influencia, una autopista financiera digital inmune al poder de sanción por desconexión de Estados Unidos.
Esta iniciativa no surge en el vacío, sino que es parte de una estrategia que China ha delineado por años: la necesidad de romper con la dependencia de un sistema liderado por Estados Unidos y respaldado por una moneda que, más allá de su valor económico, es una herramienta de control geopolítico. Para lograr su estrategia, China está explotando los beneficios que brinda su sistema tecnológico, así como sus crecientes capacidades de innovación y adaptación tecnológica, lo que sitúa a Pekín en la posibilidad no sólo de evadir el dominio estadounidense, sino de competir con él y establecer nuevas reglas del juego bajo la forma de estándares.
La necesidad de China se deriva del hecho que la política exterior estadounidense ha demostrado con Irán, Rusia, Venezuela o Cuba, que el acceso al sistema financiero global puede ser utilizado como castigo o como palanca, por lo que el partido comunista chino sabe que debe romper con tal dependencia para minimizar la vulnerabilidad que tiene su país. Además, con el yuan digital —y plataformas como el Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos (CIPS) o el proyecto mBridge—, Pekín no solo garantiza su autonomía financiera, sino que ofrece a otros países un camino alternativo, especialmente atractivo para aquellos que han estado o temen estar en la mira de las sanciones occidentales.
Cabe añadir que el alcance inmediato de este nuevo sistema es aún limitado, ya que la mayoría de los países conectados (16 países asiáticos y medio orientales) apenas exploran su funcionamiento en pilotos o pruebas técnicas, aunque el mensaje ya fue enviado en medio del caos desatado por Trump: existe una red de pagos alternativa cuya arquitectura financiera no depende del dólar; además, tal red no solo es más barata, sino más eficiente (mientras SWIFT tarda días en hacer las transferencias, el sistema chino lo hace en segundos y sin intermediarios).
Lo notable en este hecho es que la apuesta china no se queda en lo técnico, sino que viene acompañada de una narrativa de inclusión y neutralidad política que contrasta con la percepción de que el SWIFT y las estructuras del FMI y el Banco Mundial responden, directa o indirectamente, a intereses occidentales, especialmente a Estados Unidos; esto resulta muy relevante si tenemos en cuenta el movimiento sísmico del comercio mundial desatado por el trumpismo. En este contexto la moneda china y su infraestructura financiera se presentan como la promesa de una nueva neutralidad y la continuación del libre mercado, aunque en el fondo no es más que la competición por reemplazar una hegemonía por otra.
Lo que emerge a partir de este movimiento es una tendencia más profunda: la fragmentación del internet financiero global, la cual viene acompañada de la propia ruptura del sistema tecnológico mundial. Esta tendencia no es casual ni puramente técnica, sino que responde a una lógica de soberanía digital cada vez más dominante, en donde la ciberseguridad, el control de datos, el temor al espionaje financiero o a ser expulsado del sistema por motivos políticos, están llevando a los Estados a blindar sus redes y perseguir la soberanía tecnológica y comercial.
El resultado de todo este movimiento podría desembocar en un mundo financiero donde las reglas ya no son globales, sino regionales; donde los sistemas no se hablan entre sí porque no son interoperativos y en donde las monedas digitales de bancos centrales se integran dentro de bloques políticos o ideológicos. En este panorama, las transacciones internacionales podrían volverse más costosas, lentas, difíciles y hasta inseguras, ya que la interdependencia ha sido durante años un inhibidor de acciones hostiles por el riesgo al efecto dominó.
Lo más preocupante es que esta fragmentación puede endurecerse con el tiempo, reforzada por el desacoplamiento tecnológico, la rivalidad estratégica y la imposibilidad de construir estándares comunes en un mundo dividido por la desconfianza. En este nuevo orden, la tecnología ya no es un simple instrumento, sino un vector de poder, una dimensión más de la geopolítica.
Así como el control de los mares definió el poder en el siglo XIX, y el control del petróleo en el XX, hoy el control de las infraestructuras tecnológicas digitales —y entre ellas, la infraestructura financiera— se vuelve determinante. El Estado que dicte las reglas de la circulación del dinero digital imponiendo sus estándares y logrando que su moneda sea ampliamente usada, no solo cosechará beneficios económicos, sino que definirá las condiciones de la soberanía financiera y tecnológica de los demás.
Frente a esto, la respuesta occidental aún parece fragmentada. Estados Unidos debate internamente sobre los riesgos del control estatal en una moneda digital de banco central (CBDC), mientras que Europa avanza más firmemente en el desarrollo del euro digital, pero sin romper con el esquema de intermediación bancaria y la crónica dependencia hacia Washington.
En conclusión, la competencia ya no es solo por los mercados, sino por los protocolos, las normas, los flujos de datos y los estándares tecnológicos, los cuales dictarán las características de los sistemas tecnológicos del mañana, en este punto cabe preguntarse ¿cómo va México en el desarrollo del peso digital; qué tanto sus desarrolladores van a hacer que la moneda dependa del sistema estadounidense y qué tanto van a adoptar o rechazar a otros sistemas financieros y tecnológicos como el de China?