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  • 15 Aug 2023
  • 12:08
  • SPR Informa 6 min

Las huellas del colonialismo en África

Las huellas del colonialismo en África

Por Erick Calderón .

Es evidente que las cicatrices dejadas por el colonialismo europeo en África continúan latentes, revelando un profundo rechazo histórico hacia Occidente que perdura y se manifiesta con mayor contundencia en nuestros días.

En ese sentido, el actual conflicto en la región del Sahel plantea múltiples interrogantes acerca del papel histórico desempeñado por las potencias occidentales y el legado de su influencia real. En concreto, el reciente golpe militar en Níger, respaldado por naciones vecinas, ha asestado un contundente golpe a la presencia internacional de las fuerzas occidentales, dando lugar a un reacomodo en el tablero geopolítico que favorece la emergente cohesión de los BRICS. Este acontecimiento, sin duda, recalca la creciente necesidad de revisar y cuestionar la relación entre África y Occidente en el contexto contemporáneo.

Resulta impactante, por ejemplo, observar la gran cantidad de banderas rusas ondeando en diversos puntos de Níger, así como el enérgico lema "somos Putin" proclamado por el nuevo líder africano. Sin lugar a dudas, esta situación ha generado un sentimiento de satisfacción en los círculos del Kremlin, ya que a pesar del enfoque occidental que ha intentado aislar a Rusia en el contexto del conflicto ucraniano, la intervención decidida de esta nación en el panorama nigerino subraya la persistente y multifacética influencia rusa en la esfera internacional. En este contexto, cabe también resaltar el significativo hecho de cómo la economía africana en general, ha optado por sumarse al grupo de potencias emergentes del BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.

Este movimiento adquiere un énfasis particular al considerar cómo la decisión de distanciarse de las relaciones occidentales ha aproximado a las naciones africanas a Rusia y, consecuentemente, al círculo de los BRICS. Algo que no debería de sorprendernos del todo ya que sencillamente han tenido un trato históricamente injusto por parte de los colonizadores.

Estas naciones del BRICS, que en conjunto abarcan aproximadamente un tercio de la población mundial y controlan casi una cuarta parte de la superficie terrestre global, se encuentran en una posición ventajosa de cara al futuro. Además, ostentan una riqueza considerable en recursos naturales, particularmente en minería y combustibles fósiles, que conforman una porción sustancial de las reservas mundiales. Con la incorporación prácticamente total de la economía africana, los porcentajes de territorio, población e ingresos experimentarán un evidente aumento, consolidando aún más su influencia global.

Es en este contexto que la entrada de Rusia adquiere una relevancia excepcional en esta turbulenta historia política, ya que la solicitud de respaldo al grupo Wagner como respuesta a una potencial incursión de naciones vecinas, pertenecientes a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, en respuesta al golpe de Estado, genera una dinámica de gran intriga.

Se sugiere que Francia podría haber incentivado a naciones como Nigeria y Ghana para que intervengan en la región. Sin embargo, este escenario ha culminado en la formación de al menos dos facciones definidas: aquellos que respaldan el cambio de régimen en Níger y aquellos que se oponen. Esta encrucijada política y estratégica reconfigura las relaciones y alianzas en la región, marcando un giro significativo en la narrativa geopolítica.

No obstante, aconteció que en los últimos días, el Senado de Nigeria ha rechazado la aprobación del despliegue militar con fines de invasión en Níger. Además, otras naciones parecen titubear al asumir una postura definida, temerosas de quedar abandonadas a su suerte por las mismas potencias que, en las sombras de este conflicto, podrían repetir el patrón observado en Ucrania. La incertidumbre de su destino, en caso de comprometerse, ejerce una influencia notable en su toma de decisiones.

Por otro lado, los golpes de estado no son algo nuevo en la región del Sahel, ya que, desde que naciones como Chad, Níger, Malí, entre otros, obtuvieron su independencia de Francia en la década de los sesenta, la inestabilidad política ha persistido. El Sahel, es una vasta franja de territorio que se extiende a lo largo del borde sur del desierto del Sahara, y este ha sido testigo de una serie de cambios de liderazgo por la fuerza en las décadas posteriores a la emancipación colonial. Los golpes de estado a menudo han sido desencadenados por tensiones étnicas, rivalidades políticas y desafíos económicos, factores que se han entrelazado en la dinámica social de la región. 

Por ejemplo, en Malí, un país que se encuentra en gran parte dentro del Sahel, múltiples golpes de estado han marcado su historia posterior a la independencia. El país experimentó su primer golpe militar en 1968, liderado por Moussa Traoré, lo que estableció un patrón de inestabilidad política. En Níger, otro país saheliano, la historia no ha sido diferente, con una serie de golpes militares que interrumpieron la estabilidad política y la gobernanza democrática. Chad, una nación central en la región, también ha sido escenario de varios golpes de estado desde su independencia, lo que ha contribuido a una historia tumultuosa de cambios de liderazgo forzados.

Esta historia de golpes de estado en la región del Sahel ha tenido un impacto profundo en la dinámica política y social, a menudo exacerbando problemas preexistentes y dificultando la consolidación de sistemas democráticos sólidos. Además, la interacción de estos eventos con otros desafíos, como insurgencias y conflictos étnicos, ha contribuido a la complejidad de la situación en el Sahel, planteando desafíos significativos para la estabilidad y el desarrollo sostenible en la región.

La región noroccidente emerge así como un foco crucial de atención para las naciones occidentales debido a una intersección de factores geopolíticos, económicos y de seguridad que exigen mantener una presencia sólida en esta zona estratégica. Con una geografía en la encrucijada de caminos entre África del Norte y África subsahariana, el Sahel es un vínculo vital para garantizar la estabilidad y la seguridad en toda la región. Sin embargo, la opción militar por parte de alguna potencia sería muy mal vista, por el ejemplo que tenemos de Libia, país que aún no supera las crisis posteriores a la invasión del 2011 y la confederación regional de países africanos involucrados también toma esto en cuenta.

La importancia de este enclave se vuelve aún más patente al considerar su aporte significativo al suministro energético global. Tomemos como ejemplo el caso de Níger, donde se extrae un porcentaje sustancial de uranio, un recurso vital para la generación de energía nuclear. Sorprendentemente, este uranio alimenta aproximadamente el 40% de la electricidad en Francia, una nación situada a miles de kilómetros de distancia, mientras que en Níger mismo, casi el 90% de la población carece de acceso a energía eléctrica. Este marcado contraste expone la paradoja de los recursos naturales, donde la explotación beneficia en gran medida a las naciones extranjeras, mientras que las comunidades locales enfrentan la falta de infraestructuras básicas.

Sin embargo, esta importancia estratégica también ha sido el blanco de desafíos. La inestabilidad política, las luchas étnicas y la insurgencia de grupos extremistas han socavado la estabilidad en la región, poniendo en peligro los esfuerzos por mantener la influencia occidental desde tiempo atrás. Las tensiones internas, agravadas por la pobreza y la falta de oportunidades, han brindado terreno fértil para que actores no estatales, como los yihadistas, tomen ventaja de la fragilidad institucional y crezcan. Este escenario ha exacerbado la competencia por la influencia en el Sahel, en el cual las naciones del BRICS también buscan aumentar su presencia y aprovechar los recursos estratégicos disponibles.

Asimismo la pérdida de influencia en el Sahel no solo amenaza los intereses geopolíticos y económicos de Occidente, sino que también puede llevar a un mayor vacío de poder y desestabilización en una región ya vulnerable. Como resultado, la región emerge como un campo de juego crítico en la lucha por la influencia global, que requiere una respuesta coordinada y equilibrada para abordar tanto los desafíos internos como las dinámicas de rivalidad entre actores internacionales.

En última instancia, la importancia de la región del Sahel para Occidente es un recordatorio de la complejidad de la dinámica geopolítica y la interconexión global. La competencia por influencia en la región no solo se centra en los recursos y la seguridad, sino también en la capacidad de moldear la trayectoria política y económica de la región y el desafío radica en encontrar un equilibrio que promueva la estabilidad, la prosperidad y la equidad para todos los actores involucrados, mientras se evitan las trampas de la explotación unilateral y la inestabilidad que pueden llevar a la pérdida de esta región clave.

Por otro lado, quizá esta decisión de acercarse al BRICS no debe considerarse un rechazo total de Occidente, sino más bien una respuesta a la necesidad de relaciones internacionales más colaborativas y mutuamente beneficiosas. A medida que las naciones del Sahel buscan forjar alianzas que satisfagan sus necesidades y objetivos, Occidente se enfrenta al desafío de reevaluar sus enfoques y políticas para garantizar relaciones genuinamente colaborativas y equitativas que sí contribuyan al progreso sostenible y al bienestar en la región.