La dificultad de entonar a Chico Che

DISCULPE LAS MOLESTIAS

Debe ser muy complicado asimilar el nuevo entendimiento y reestructura de prioridades que supone la propuesta presidencial frente al tema de la histórica relación entre Estados Unidos y América Latina y su aproximación al tema migratorio, cuando se viene de un escenario dominado por el debate de una cultura beligerante, imperialista y fuertemente marcada por intereses económicos de quienes son los verdaderos dueños de las definiciones políticas en Estados Unidos. ¿Cómo se come un discurso cargado de sentido común, pero que tiene por consecuencia acciones y sentimientos verdaderamente revolucionarios para una población y una clase política acostumbrada a odiar, despreciar o temer al de al lado y a responder con violencia frente a todo conflicto de interés? ¿Cómo se incorpora en ese contexto el mensaje de fraternidad y de empatía, de colaboración con respeto en razón, también, del reconocimiento de la necesidad mutua y de la fortaleza colectiva inherente a la unión? ¿Cómo, cuando en tu historia te has dedicado a atomizar a la población en pequeños guetos para hacer prevalecer a un sector sobre el resto?     

Pero aunque se antoja complicado, existe la oferta de una salida moralmente indiscutible y económicamente pragmática a problemas comunes que se ha puesto sobre la mesa desde una figura que tiene en su favor, tanto la legitimidad política que brinda un mayoritario respaldo social, como la autoridad moral derivada de una serie de acciones innegables, como la aplicación en suelo propio de una política dirigida a atender las causas, el éxito económico de sus fórmulas, la no persecución de adversarios políticos, el respeto a los derechos humanos y a la libertad de expresión desde el Estado, así como la promoción y aplicación, en cada caso, de la solución pacífica de controversias. Otra cultura pues, que en ocasiones cuesta trabajo hasta para sectores afines al proyecto que encabeza López Obrador.

La legitimidad de este discurso ha trascendido fronteras en un contexto en el que, por otro lado, la intención de continuar justificando políticas punitivas, y recargadas en el uso de las armas y la fuerza al interior de Estados Unidos y hacia afuera, se ha estrellado con el espejo de una trágica realidad reconocida hoy entre propios y extraños, a grado tal que inusuales eventos han concurrido en el marco de la Cumbre de las Américas: el cuestionamiento de la prensa a distintos liderazgos por la no regulación de las armas y el financiamiento de su industria a grupos políticos en medio de matanzas colectivas. También por las dobles agendas con las que se defiende discrecionalmente el respeto a los derechos humanos fuera de ese país. Esto, al tiempo en que otras naciones se apropiaron del reclamo por la exclusión de algunos del continente a una Cumbre que, entonces, terminó celebrándose entre pocos mandatarios afines y un par de representantes, con un discurso señalado por su falta de sustancia.

Más que un fiasco de la Cumbre, lo que atestiguamos es el zarandeo del relato, las formas y los grupos que por tanto tiempo han prevalecido allá, acá y en el continente, en un horizonte que resulta incierto. No sabemos, por ejemplo, si el simbólico y ya internacionalizado mensaje de Chico Che de tráiganme todas las manos, logrará traducirse en un escenario de colaboración que derive nuevos valores, o continuará topando con la enorme pared de intereses afectados. Lo que sí se puede ver, es que la justificación del statu quo, ha dejado de resultar sencilla para una población transnacional más amplia que busca abrirse camino, y eso hace de este, un momento histórico.