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  • 16 Jun 2022
  • 12:06
  • SPR Informa 6 min

La cómoda neutralidad neoliberal

La cómoda neutralidad neoliberal

Por Karla Motte .

El 15 de junio la Dra. Fausta Gantús publicó un artículo en La Silla Rota acerca del monero Helguera. En resumen, la autora habla de la añoranza por el caricaturista, hacia quien emite halago tras halago. “Talentoso, ingenioso e incisivo fustigador” son adjetivos que se leen en la reseña de su trabajo como “crítico impecable ajeno a las seducciones del poder”.

Sin embargo, el nudo de su texto va más allá del reconocimiento póstumo, pues el objetivo es describir que, a su parecer, el prolífico monero se convirtió en un caricaturista orgánico. Lo que de inicio parecía ser un sentido reconocimiento, se convierte rápidamente en un amargo lamento por el “uso faccioso de su talento” corrompido por el poder. En el texto se intuye que la brillantez descrita, entonces, no era tal y quedó en un “oprobio” por alinearse con la autoridad.

De acuerdo con la autora, se intuye, la simpatía o militancia con un proyecto político llega al grado de oprobiosa y, de esta forma, nos ilustra acerca de cómo pervive una noción de que es siquiera posible enajenarse de nuestras filias o fobias al opinar, escribir o, para el caso del monero, dibujar. Esta aseveración ha transcurrido en diversos espacios de la tecnocracia neoliberal, incluida, por supuesto, la academia mexicana. 

La academia mexicana, tal como se desenvuelve mayoritariamente, lleva en la médula los principios culturales del neoliberalismo. Reproduce la tecnocracia que en políticas públicas e instituciones apela a ejercer saberes especializados con poca o nula política; asume que todo puede cuantificarse y responde a la dictadura de los índices y números; está inmersa en una dinámica que promueve el desarrollo individual por encima del colectivo, y todo ello con un enfoque meritocrático cuya falsedad es fácilmente evidenciable. 

En la academia mexicana se observa con nitidez un elemento que también se introdujo en la prensa: el encumbramiento de una supuesta neutralidad o (para los más moderados) búsqueda de imparcialidad como un valor que denotaba independencia, autonomía y confiabilidad. La ciencia se encumbró como si fuera un saber apolítico, ajeno a su tiempo, impoluto y, por lo tanto, trascendente. 

Pero si históricamente las “ciencias duras” no pasan la prueba de neutralidad al responder a necesidades, intereses, contextos y financiamientos concretos, tampoco lo hacen las ciencias sociales. Por supuesto, mucho menos la prensa. Las ciencias sociales, por su parte, se encuentran indefectiblemente inmersas en el “horizonte de interpretación” del investigador, quien expresa (quiera o no) sus filias y fobias al interpretar lo que observa a través de cualquier medio. En el caso de la Historia, una de las disciplinas de las Humanidades y Ciencias Sociales (me atengo a la adscripción más abierta de esta disciplina), esta conciencia del nivel interpretativo de los hechos en sí, es uno de los planteamientos más básicos de quienes nos profesionalizamos en la materia. 

Resulta por lo menos curioso que la autora asuma cierta indignidad en el ejercicio abierto, transparente, recurrente, explícito y hasta obvio del monero en su simpatía hacia la trayectoria y gobierno de AMLO. En su texto cargado de una indignación soporífera, se intuye que la contraparte de la crítica hacia el monero es la adulación de una supuesta neutralidad en los periodistas, moneros y quizá hasta en la academia. La añoranza, entonces, no transcurre hacia el “talento crítico” de Helguera, sino hacia el tiempo en que la máscara falaz de neutralidad era asumida sin tapujos en la ciencia o el periodismo (y hasta en la academia), sumidos en la lógica tecnócrata consentida por las arcas públicas y ajenas a punta de dádivas (o estímulos) de la realidad nacional.