En estas épocas de buenos deseos, de sentimientos a flor de piel por cerrar un año y en la víspera de comenzar uno nuevo, como posibilidad encendida de empezar lo que sea que no se haya hecho. En estas épocas de apariencias benévolas posnavideñas y la sonrisa macabra del Santa en los anuncios publicitarios. En esta época de cobijo familiar para algunos y de frialdad para otros. Alejados un poquito, aunque sea por unos bendecidos días, de la insalubre y frenética exigencia de productividad y eficacia, dentro de las normas de la carnicería humana a la que somos proclives todos y cada uno, en el gran mercado de la “producción en serie” como mero destino de vida. Épocas que, aunque no dejan de ser impuestas por un marketing de consumismo voraz, apelando a saciar los vacíos existenciales en los aparadores de los centros comerciales, tiendas departamentales y venta de corazones sonrientes. Hay un elemento humano que nos ayuda a valorar la vida. Y es quizá, el amor por la vida de los otros, y de lo otro que respira.
Es verdad que cuando hablamos de amor podríamos tener entendimientos muy diversos, sentires y experiencias. Ha sido tan prostituido en la imagen sobreexpuesta de la bebida negra edulcorada y adictiva, trastocado por la industria publicitaria y abusado por los capataces en su insaciable afición por esclavos necesitados de amor, consumidos a su servicio. Es evidente que ninguna forma vinculatoria escapa de la lógica del capitalismo. Impregna sin decoro todas las esferas de la vida íntima y social.
Aquí, me permito para mis amados lectores, hablar del amor como una necesidad humana. ¡Sí, “all you need is love”, cuánta razón tenían los Beatles! Hablaremos del amor como algo esencial a nuestra especie, algo que nos impulsa a querer entender y ser entendidos en una perfecta reciprocidad, una simbiosis con el universo, un deseo de existir en lo otro, más allá de uno mismo. O como lo sabían los mayas en su sabiduría ancestral “In'Lak ech, Hala Ken”: Yo soy otro tú y tú eres otro yo. Defínase el amor como pulsión de vida que necesita existir con la otredad. Por supuesto existen múltiples formas de amor, amar y ser amado. Como diversas posibilidades tenemos de relacionarnos y construirnos.i Pero el amor es quizá, un acto de fe en el otro, el más sublime.
En estos párrafos omitiré hablar del tan de moda concepto de “amor propio”, lo daré por sentado al asumir la existencia del amor por el otro. Dicha acotación es necesaria para evitar el eco propagandístico hacia ese mal nombrado, que refiere a uno narcisista, egoísta y sumamente individualista. Ese que incentiva la idea de que no necesitas de nadie más para brillar tú y sólo tú. Ese que te vende cursos de Mindfulness, o de cómo volverte un influencer de prestigio y ese mismo que convierte
en culpa todos los problemas que te aquejan, para que no se te vaya a ocurrir mirar más allá de ti mismo o señalar las fallas estructurales.
Lo que aquí interesa es delinear el carácter activo del amor, que es profundamente vital, social y político. El acto de amor es un verbo: amar. Se acciona casi por instinto y apela al deseo de bienestar. El que ama anhela justicia, el que ama tiene encendida la llama de esperanza.
Política del amor
Estamos haciendo política en el momento en el que nos relacionamos socialmente con el otro, con los otros. Cuando decidimos vincularnos, generar tejido en nuestras relaciones, son formas también en las que estamos construyendo un tipo de política. Lo que somos, se pone de manifiesto. Decidir esas formas afectivas de relacionarse, generando vínculos, son a través de las cuales vamos construyendo nuestra subjetividad, en gran medida a partir de los otros, y revelan el carácter político en el que como individuos nos construimos socialmente.
Aunque el amor es un acto político en sí mismo, tomar conciencia de ello implica cuestionar las formas en las que nuestras relaciones y vínculos afectivos se construyen. Sobre todo, asumir la responsabilidad política que se tiene, es decir, revisar si a través de nuestros vínculos con los otros, estamos verdaderamente edificando el tipo de sujetos sociales que queremos ser, el tipo de amor que anhelamos para el mundo, y el tipo de humanidad que estamos cimentando. Porque absolutamente toda relación en el terreno del amor (sea amistosa, filial o erótica) tiene una dimensión y repercusión política.
Nuestra era es dada a fomentar la frivolidad en las relaciones, en medio del bombardeo ininterrumpido por un consumismo apabullante a todos los niveles, se tiende a reproducir las leyes del mercado en las relaciones interpersonales, consumir y desechar, como meras mercancías.
Sin embargo, el amor no entra en esta lógica. Va contra toda inercia mercantil que impide la escucha activa, mirada sincera y empática para con el otro. El amor también es rebeldía. Amar en medio de la barbarie, contra todo un sistema que se opone a los vínculos reales, profundos, honestos y fuera de las normas de la oferta y la demanda.
Es cierto que en medio de la guerra resulta complicado ejercer la actividad del amor, incluso se puede decir que estamos viviendo una de las crisis más catastróficos de la humanidad, que es la falta de amor. Como ya se ha señalado aquí, es evidentemente un problema social. Imagínense que una sociedad entera deja de sentir esa pulsión vital, deja de ejercer esa acción, quizá penosamente haya sido tan domesticada que se ha dado por vencida y, por adelantado, perdido la batalla. Aunque el amor también
ha demostrado ser como la “hierba mala” que aún, cuando no hay condiciones, lucha por existir.
Amar es un verbo activo, vital, no puede ser pasivo. Amar requiere cierta dosis de pasión, es un acto confianza, de valentía, de insubordinación y de esperanza.
Es necesario replantear las formas del amor, es decir, las formas de vincularnos en las relaciones afectivas, algunas veces contra nosotros mismos para reaprender o reinventar mejores, y aventajar al sistema patriarcal opresor. Tengo la percepción que generacionalmente, ya se viene practicando. Como diría Erich Fromm: “El que ama se transforma constantemente”, “el amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias." Finalmente “amar es un arte que requiere cultivarse.”ii
Conjuguemos pues, juntos este verbo, porque cuando tú amas, yo amo, él ama, ella ama, ellos aman, aquellas aman, ustedes aman y nosotros amamos, no hay duda de que los fuegos se encienden y cualquier revolución es posible. Porque la revolución será amorosa y necesita de muchos corazones.
Deseando a mis queridos lectores, sea un feliz y amoroso año 2026.
¡Que vivan los amores rebeldes!
i Podríamos discutir ampliamente sobre los niveles del amor, o a qué clase de amor se alude, pero para ello recomiendo leer las clasificaciones de amor, a las que hace referencia el maestro Erich Fromm en su libro El arte de amar, que por cierto es una verdadera joya.
ii El arte de amar, Erich Fromm; Ed. Paidós.