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  • 01 Aug 2024
  • 09:08
  • SPR Informa 6 min

Elon Musk y su intervencionismo político: ¿X se ha convertido en un riesgo?

Elon Musk y su intervencionismo político: ¿X se ha convertido en un riesgo?

Por Ernesto Ángeles .

Más allá del proceso, desenlace y resultado de las elecciones presidenciales en Venezuela, llama la atención que este caso mostró una nueva cara del riesgo y problemas asociados a las redes sociales, el cual consiste en: la influencia político-digital que puede ejercer un director de una red social; ya que no fue cualquier posicionamiento, sino que consistió en una abierta intromisión al proceso electoral venezonalo, lo que terminó en un pleito personal entre Elon Musk y el presidente venezolano, Nicolás Maduro. 

Y aunque Musk ya había mostrado una actitud injerencista con el expresidente de Bolivia, Evo Morales, por el golpe de Estado en ese país; sorprende el intervencionismo político que Musk está desplegando a lo largo y ancho de X, tanto dentro como fuera de Estados Unidos; ya que éste no sólo ha promovido noticias falsas en contra de figuras como Kamala Harris o Nicolás Maduro, sino que también ha fomentado su ideología política aprovechando la estructura y funcionamiento de la red social que dirige, todo bajo el argumento de la irrestricta libertad de expresión.

Lo anterior implica un nuevo estadio en la capacidad de influencia del capital y los empresarios, especialmente los empresarios tecnológicos, los cuales no sólo se limitan a influenciar políticamente a través del dinero, relaciones personales e inversiones, sino también se están convirtiendo en figuras con influencia política por sí mismos, tal como sucede con Musk, Bill Gates o Jack Ma, el cual fue perseguido a raíz de sus posicionamientos políticos en público. 

Además, la tecnología y sus productos ejercen una influencia política por sí mismos, algo que vuelve a la tecnología digital un elemento riesgoso para el funcionamiento y orden democrático. En general, el potencial de influencia política de esta tecnología depende de factores externos e internos tales como:

Los factores externos incluyen el sistema político y económico; la localidad; la población; la cultura; los usos y costumbres; el tipo de consumo; el sistema y prácticas de comunicación; el compendio legislativo nacional; entre muchos otros. En cuanto que los factores internos pueden incluir los códigos; algoritmos; lógica de funcionamiento; permisos administrativos; procesos de producción y entrenamiento; personal y lugar de producción; cultura laboral; administración empresarial y demás. 

Ante esta situación resalta la pregunta ¿cómo llegamos aquí? Y más aún, ¿qué se puede hacer? 

Desde hace más de una década las plataformas de redes sociales y otros negocios digitales nos han vendido la idea de que, en parte, gracias a ellos y a la tecnología digital las sociedades son potencialmente más libres, más informadas, más conectadas, más transparentes y hasta más democráticas; dicho argumento no sólo ha sido promocionado por el marketing empresarial, sino que está íntimamente relacionado a la política exterior de Estados Unidos y sus intereses globales. 

La asociación del potencial democrático de internet y del sistema digital está fuertemente arraigada en la política exterior estadounidense, con Bill Clinton como uno de sus fundadores desde hace más de 25 años; por lo que todo suceso internacional que refuerce la idea del matrimonio entre tecnología y valores liberales, según los intereses de Washington, recibe una fuerte promoción a nivel mundial, tal como pasó con las Primaveras Árabes, los intentos de Revoluciones de Colores o cualquier otro evento que sea de interés geopolítico para Estados Unidos.

Entonces, para Washington (y para otros países) la tecnología no sólo sirve para la promoción y adopción de valores afines a sus intereses, sino también es útil para la consecución de objetivos geopolíticos. Por tanto, cualquier cambio o alteración a las estructuras y funcionamiento del sistema tecnológico internacional enfrentará una oposición directa de Estados Unidos, aún se trate de países que quieren reclamar su soberanía digital. 

A su vez, la posición política de magnates de la tecnología se debe a condiciones como el desarrollo del capitalismo y su fase neoliberalista, en donde el Estado está reducido, en algunos casos al punto que sólo se limita a regular, ya que carece de capacidad para proveer servicios y alternativas públicas y propias[1],  así que muchas figuras políticas se han dedicado a ser meros administradores y voceros de intereses; mientras que, paralelamente existen empresas con poder cuasi monopólico.

Otros factores confluyentes son la nivelación comunicativa que trajeron internet y las redes sociales; la tendencia mediática estadounidense a convertir a algunos de sus empresarios en figuras públicas, tal como pasó con Donald Trump, Bill Gates o Elon Musk; así como la cultura laboral impulsada por Estados Unidos, en donde la preponderancia de la figura gerencial se convirtió en un paradigma de organización laboral. 

Un elemento en torno al cual gira recurrentemente esta conversación es la debilidad estatal para hacer valer su peso y lugar en el sistema tecnológico, tanto a nivel nacional como internacional, especialmente en el caso de países de desarrollo medio y bajo. Esto trae consigo una serie de implicaciones, ya que un ciberestado no sólo estaría conformado de infraestructuras y un uso de tecnologías apropiadas a su realidad y necesidades, sino también por el desarrollo de opciones digitales, instituciones y procesos administrativos adhoc, además de una función pública y clase política más receptiva y crítica ante la adopción tecnológica. 

Igualmente, existen límites a las aspiraciones cibersoberanas y ciberestatales, ya que diversos negocios digitales están apoyados (y hasta financiados) por poderes imperialistas, por lo que éstos cuentan con protección político, legal, financiera y comercial a nivel internacional, tal como en el T-MEC, en donde hay una sección dedicada a proteger el poder y las capacidades de las empresas estadounidenses.

En conclusión, más allá del proceso electoral y su legitimidad, esta operación política mediático-digital debería ser interpretada como una llamada de atención a países como México, ya que este tratamiento no es nuevo, pero si está cada vez más coordinado; por lo que nada asegura que en el futuro otros países no pasen por el mismo tratamiento, especialmente ahora cuando el imperialismo estadounidense está en decadencia y busca afianzarse por otros medios, especialmente en su región geográfica.

 


 

[1] En el caso de la tecnología esto es bastante evidente, ya que las infraestructuras y otros elementos de las empresas tecnológicas son bastante caros de construir, administrar y mantener a lo largo del tiempo; ni se diga del tema de la mano de obra.