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  • 02 Jul 2025
  • 19:07
  • SPR Informa 6 min

De Silicon Valley al campo de batalla

De Silicon Valley al campo de batalla

Por Ernesto Ángeles .

Hace una semana se dio a conocer la noticia que Daniel Ek, el CEO de Spotify, la aplicación de música más famosa a nivel mundial, había decidido invertir alrededor de 600 millones de euros en una empresa alemana llamada Helsing, la cual se dedica nada menos que a la seguridad y el desarrollo de inteligencia artificial militar, lo que causó diversas críticas e indignación por parte de sus clientes y algunos artistas; sin embargo, más allá de sorprender, esta inversión está en línea con una tendencia cada vez más extendida, promocionada y cínicamente celebrada: la fusión del mercado tecnológico con los aparatos militares de sus respectivos países, especialmente en Estados Unidos y Europa, en donde la supuesta separación privado-militar era motivo de promoción y garantía de privacidad y estabilidad.


Si bien con las administraciones anteriores a Donald Trump el gobierno estadounidense y las empresas tenían una relación bastante cercana, el segundo mandato de Trump se está caracterizando por una fuerte mancomunión de intereses y proyectos bajo la lógica de un gobierno que promueve la no regulación y la protección de intereses empresariales a cambio del acceso a capacidades tecnológicas para usarlas en sus proyectos políticos e idea de nación, con todo lo malo que esto conlleva.


A lo anterior se suma el hecho que al día de hoy Estados Unidos no puede prescindir de las grandes empresas de tecnología en su complejo militar y de seguridad nacional, ya que estas empresas controlan infraestructuras y herramientas cruciales —computación en la nube, algoritmos de inteligencia artificial para reconocimiento de imágenes/sonidos, análisis de comportamientos y selección de blancos y hasta armamento—, las cuales resultan esenciales para la vigilancia de adversarios (e incluso de aliados), así como para prepararse para diferentes escenarios bélicos y de seguridad. A su vez, las grandes plataformas de redes sociales y mediáticas sirven para moldear el consenso político e influir en la opinión pública dentro y fuera de Estados Unidos, convirtiéndose en aparatos de propaganda favorables al régimen y su agenda económica, política y cultural.


Por tanto, la colusión entre el régimen trumpista (populismo autoritario) junto con los empresarios de la tecnología (oligopolio tecnológico) representa una amenaza histórica, ya que nunca en la historia ninguna empresa había controlado simultáneamente los flujos de información, las infraestructuras digitales, diversos elementos de las cadenas de producción y las palancas del poder político en Washington, minando en el proceso a la separación de poderes y el orden democrático en sí mismo.


En esta alianza el presidente Trump ha desarrollado una estrategia que consiste en premiar a sus benefactores corporativos y castigar a los reguladores, no importa si están dentro o fuera de Estados Unidos; mientras que los oligarcas tecnológicos utilizan sus plataformas globales para reforzar las capacidades militares estadounidenses y promover la agenda trumpista, todo ello en nombre de la “eficiencia” y la “libertad de expresión”. Este proceso genera un circulo vicioso peligroso para la democracia: mientras más influencia política obtienen los oligarcas de la tecnología, menos controles democráticos e institucionales quedan para limitarlos; y mientras más favores obtienen de la administración de Trump, más se alinean con su proyecto de nación y su permanencia en el poder.


Dicho pacto beneficia a ambos a corto plazo: Trump obtiene una plataforma mediática insuperable, financiamiento casi ilimitado e incluso la posibilidad de espiar a todos los ciudadanos gracias a la infraestructura de vigilancia corporativa; por su parte, las tecnológicas consiguen un gobierno cómplice que mira hacia otro lado y les garantiza impunidad regulatoria, socavando a la democracia en el proceso.


Sin embargo, la amenaza de esta relación no sólo es un problema interno en Estados Unidos, sino que supone una amenaza de alcance global, ya que en primera instancia aumenta el riesgo de tensiones y conflictos internacionales, tal como pasó con Canadá apenas una semana atrás, en donde un impuesto digital propuesto por Ottawa ocasionó que Trump amenazara con una guerra comercial contra Canadá, sepultando en el proceso el tratado de libre comercio (T-MEC) que tienen junto a México. La misma historia se repite en el caso de la Unión Europea, la cual se ha caracterizado por ser una opción regulatoria internacional frente al desproporcionado poder de las empresas de tecnología, tanto de Estados Unidos como de China, lo que le ha ocasionado el ataque frontal de Trump, pese a que se supone que se trata de aliados estratégicos.


Por otra parte, la doctrina belicista de la actual elite tecno-militar glorifica la violencia preventiva y el castigo ejemplar, lo que podría traducirse en intervenciones más agresivas contra países considerados hostiles, así como pasa con Israel en la región de Medio Oriente, en donde su ejército cuenta con el apoyo constante de las empresas de tecnología y cuyo primer ministro goza de la protección directa de Trump.


Además, el amasiato de Trump con la oligarquía tecnológica pone en riesgo la soberanía y privacidad de los demás países, ya que es en Estados Unidos en donde operan físicamente las diversas empresas esenciales de internet y el ciberespacio, por lo que esto le da a Washington la posibilidad de ejercer control y vigilancia más allá de sus fronteras, pero en su propio territorio.


Ya desde 2013 las revelaciones de Edward Snowden mostraron programas como PRISM mediante los cuales la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) accedía directamente a servidores de Google, Facebook, Apple y otros para recopilar comunicaciones privadas a gran escala; ahora, con la fusión abierta entre inteligencia y Big Tech, esa intrusión puede volverse aún más extensa y legitimada desde la cúpula del poder.


Por último, la unión entre el militarismo, la oligarquía tecnológica y el trumpismo dificultará la cooperación internacional en problemas comunes, ya que, en lugar de colaborar para regular la inteligencia artificial, las interfases neuronales o evitar una carrera armamentista fuera de control, las potencias pueden entrar en dinámicas de suma cero, alentadas por sus sectores corporativo-militares.


En conclusión, estamos viviendo tiempos convulsos, en donde el poder y las capacidades de algunas empresas no sólo han creado poblaciones y gobiernos dependientes, sino que ahora que el capitalismo occidental y el imperialismo estadounidense están en una fase de declive, llega el momento en el que las élites buscan salvaguardar sus intereses a costa de la población en general; por lo que en este proceso la tecnología y los oligarcas tecnológicos tendrán un papel cada vez más preponderante, en medio de un sistema político cada vez más autoritario, violento y represor.