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  • 31 Jan 2024
  • 10:01
  • SPR Informa 6 min

El T-MEC y maíz

El T-MEC y maíz

Por Ricardo Balderas

México, Estados Unidos y Canadá discutirán en poco tiempo el destino del campo mexicano. Esto se debe a que el pasado 18 de octubre, Canadá y Estados Unidos solicitaron al Gobierno de México constituir un Panel de Solución de Controversias para el capítulo que refiere a la importación del maíz transgénico dentro del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). El llamamiento es la respuesta internacional al decreto obradorista, publicado el 13 de enero de 2023 en el Diario Oficial de la Federación (DOF), que entre otras cosas, limita la importación de maíz genéticamente modificado a territorio nacional. 

            Una controversia que se alarga. De la llegada de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) o transgénicos, a la fecha, han transcurrido tres largas décadas y centenares de juicios de amparo promovidos, principalmente, por violaciones a derechos humanos de los y las campesinas de un país que no ha logrado otorgar tierras a quienes las trabajan, que no procuró atención hospitalaria para sus comunidades y que arroja al abandono todo aquello que no milite en el tan aclamado “progreso”. Las denuncias recaen principalmente en cuestiones de salud. Pero no son las únicas (ni somos el único país). 

            En México tenemos una variedad tan amplia de problemas derivados del uso del paquete tecnológico de la “extinta” empresa Monsanto que sobre la discusión resulta imposible no mencionarlos. Infancias orinando glifosato en Jalisco. Enfermedades crónico-degenerativas en cada zona de cultivo transgénico. Campesinos Mayas en la península inhalando el veneno que les vendieron como la solución a un problema de maqueta “la autonomía alimentaria” cuando históricamente sus pueblos jamás padecieron hambre. Así como comunidades ancestrales como los Wixárikas en San Luis Potosi, desplazadas por la siembra y dispersión de estos productos.

            En otras naciones el problema es el mismo pero sus autoridades insisten en apostar por un químico fracasado. Por ejemplo, el caso colombiano que con el gobierno de Iván Duque cuando intentó en 2021 repetir una estrategia de combate al narcotráfico que llevaba, al menos, 20 décadas de usar al glifosato en su protocolo de control a sembradíos ilícitos realizando aspersión aérea con agrotóxicos esperando terminar con ellos, sobra decirlo, fueron 20 años sin ningún éxito. Por eso cita el dicho popular: “la locura es repetir el mismo procedimiento, una y otra vez, y esperar diferentes resultados”.

            Y pongo como ejemplo a Colombia porque con ellos compartimos mucho en común, no sólo las crisis sanitarias derivadas del uso del agrotóxico conocido como glifosato. También tenemos un problema de inseguridad que poco a poco se incrusta en nuestra cotidianidad, haciéndonos creer que somos más eso, la violencia, que lo otro, un país obligado en gran medida a la costumbre.

 

La ruta legal internacional abre las puertas

En el proceso por constituir un Panel de Solución de Controversias, por primera vez en la historia del T-MEC, las autoridades tanto en el gobierno de Estados Unidos como el de Canadá abrirán un espacio de discusión en el que advierten que México debería revisar sus políticas de importación de maíz transgénico apegue a criterios estrictamente científicos. 

            La buena noticia es que como parte del proceso de resolución de conflicto, las autoridades internacionales han considerado la participación de la sociedad civil mediante la aceptación de notas de opinión de no más de 10 cuartillas, cuya argumentación debe proveer de información legítima al panel para que su fallo proteja los intereses de las partes firmantes.

            Después de 20 años, que entró en vigor el primer tratado de libre comercio entre estos países (TLCAN), presenciaremos un fallo que pretende considerar la opinión de algunas de las comunidades productoras y consumidoras de maíz. Así como uno de los primeros mecanismos que pueden ser tomados en cuenta abordando la agenda de los derechos humanos como criterio válido al interior de un tratado cuya lógica ha sido, desde sus inicios, meramente comercial y económica, así lo explica por ejemplo Óscar Pineda de la organización PODER.

            Aunque para cantar victoria, aún nos faltaría asegurar que la conversación entorno al caso sea realmente pública y que sean las comunidades indígenas y campesinas, históricamente defensoras del patrimonio cultural y gastronómico, quienes encabecen estas discusiones. De otro modo, el desnivel de fuerzas que existe entorno a la discusión, puede abrir espacio a simulaciones y veredictos a favor de empresas de las que sabemos a ciencia cierta, nos contaminan. 

            Lo que queda claro es que nos queda, como sociedad, un camino enorme por recorrer, donde  nuestras comunidades que concentran saberes puedan y deban formar parte de todas las discusiones que les impactan. Un mundo donde todas las voces y no sólo las de los poderosos, puedan decidir. Es decir, un destino colectivo. 

El arte de comer

El problema se vuelve redondo. Y es que el T-MEC se encuentra presionando para que en el mercado nacional aparezcan productos derivados de la experimentación genética, la guerra y la contaminación. En un país que cimentó su gastronomía en una sola semilla y a la que le debemos la conexión de nuestros pueblos. Esa es la semilla  que ahora nos quieren cambiar por una genéticamente modificada y que requiere de veneno para existir. La del oro mexicano. El maíz. 

            Esta semilla para México, a diferencia de otras culturas, resulta parte primordial de nuestra alimentación y no sólo para quienes vivimos en las grandes urbes o en aquellas bellas ciudades horizontales con estilo neoclásico que tanto retratamos en redes sociales, no. 

            El maíz en sus 59 variedades que se conocen, son nuestra base alimentaria y espiritual, es decir la médula, de aquellas culturas ancestrales de las que somos indignos herederos. Existe desde tiempos inmemoriales y sobrevivió a la modernidad. Tan sólo la producción nacional de 2021 alcanzó las 27.8 millones de toneladas, se cultiva en 32 de los 34 estados que comprenden el país y, en pocas palabras, resulta parte de nuestra Sagrada Trinidad alimentaria, Maíz, frijol y chiles. Que la fila de las tortillas nos agarre confesados si le damos la espalda.

            No extraña entonces, que para Estados Unidos, una nación que decidió alimentar a su ganado con aquella preciosísima semilla dorada, a veces roja a veces morada, cuestione su relevancia histórica, cultural y social. Maíz blanco o amarillo, ¡he ahí el dilema! o That is the question para que entiendan también los anglófilos.

            El invierno del año pasado, platicaba con Verónica Villa del el Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC Group por sus siglas en inglés) quien mencionó una frase que me parece concentra esta discusión: “Si los transgénicos fueran cultivados en Central Park, no estaríamos teniendo está discusión”, sabia como siempre se despidió con un abrazo.