El México imaginario

De acuerdo con Bonfil Batalla[1], en México convergen dos realidades: la del México profundo, integrado por las víctimas del sistema capitalista y colonial que se impuso con violencia tras la llegada de los europeos, y por otro lado el México imaginario integrado por todos los beneficiarios de ese régimen de castas y clases, una realidad donde es normal que haya divisiones entre pigmentos de piel y capacidad adquisitiva de bienes, servicios, para esta visión lo que te distingue es la cantidad de privilegios a los que tienes acceso.

Esta ambivalencia entre dos visiones de país, está tan naturalizada porque quienes integran el México imaginario ha sido capaces de controlar las instituciones que explican la realidad: a lo largo y ancho del país son quienes controlan a las universidades públicas y privadas y poseen el 90% de los consorcios de comunicación masiva. 

Este sector de la vida pública del país, se ha consolidado como un poder fáctico, hasta 2018 tenía el control de los 3 poderes formales y también de los organismos “autónomos” que conforme avanzó la lucha por la democratización del país ellos mismos crearon para “vigilar” al Poder Ejecutivo y en menor medida al Legislativo, casualmente los dos poderes que se eligen democráticamente.

Una muestra de la forma clasista y racista con la que este grupo nacional opera es que el Instituto Nacional Electoral con los miles de millones que gasta anualmente, jamás ha hecho nada concreto para erradicar el voto por hambre, hasta hoy a quienes han tenido el control de este organismo no les ha interesado que la gente más empobrecida y marginada del país goce de plena democracia, total, los beneficiarios de la compra del voto siempre son los mismos integrantes de ese México de ficción.

El México imaginario tiene un sector popular que hace militancia activa por las causas y mecanismos que lo hacen viable, este sector se identifica como “clase media” aunque no se sostenga con su realidad económica concreta[2], para ellas y ellos es un timbre de orgullo que su identidad la determinen sus pertenencias y estatus y lo mueva su eterna aspiración a pertenecer a la casta del 1% de la sociedad mexicana.

El pasado jueves 20 de abril, un grupo de parlamentarios invitó al mandatario ucraniano Volodimir Zelensky a dar una charla virtual, la Junta de Coordinación Política aclaró que este no era un evento oficial, que podía ir cualquier diputado en lo particular, pero esta decisión no le impidió al diputado Santiago Creel pronunciarse en su carácter presidente de la cámara y dar un posicionamiento a nombre del Estado mexicano, acto a todas luces inconstitucional porque en México el único representante del Estado es el Presidente de la República.

Ese mismo día el Instituto Electoral del Estado de México organizó el primer debate entre las dos aspirantes a la gubernatura mexiquense, la maestra Delfina Gómez de Morena y la representante del Grupo Atlacomulco, que busca alcanzar 100 años de control y desgobierno. En este debate la nota no fueron las propuestas sino la forma en la que la institución, que debería ser incuestionablemente imparcial fue parte de la estrategia de golpeteo contra de la maestra Delfina, con una moderadora que de entrada se posicionó en contra de la supuesta polarización, que todo el tiempo interrumpió e interpeló a la maestra, mientras que a la aspirante de Acción Nacional le dio tiempo de más, todo ello a sabiendas que el país entero estaba pendiente de la transmisión. 

Tal vez el ejemplo actual más escandaloso de la forma en la que este segmento de la población ha utilizado una institución, es el caso de Lorenzo Córdoba, Ciro Murayama y Edmundo Jacobo, que durante años usaron los recursos que la federación destinaba al Instituto Electoral y lo hicieron siempre con pleno respaldo del México Imaginario, al grado de llenar el zócalo para defender los privilegios de éstos consejeros.

Este comportamiento, el de utilizar a las instituciones del Estado a placer para beneficiar a su segmento, tiene su origen en que ellos se asumen México, para ellos es legítimo manipular a las instituciones, doblar la ley, usar los presupuestos de la nación para vivir como burgueses, porque México son ellos y nadie más, ellos son el parámetro del buen ciudadano y por eso implementan candados a la democracia, estructuras paralelas al Poder Ejecutivo que sirven para vigilar las decisiones que toma el pueblo, el soberano. Ellos son México y si ellos se sienten agraviados entonces presentan en sus múltiples espacios una misma editorial: “México está dividido, confrontado, destruido por la tiranía popular”.

Eso es el México Imaginario, un proyecto oligarca, compuesto por un grupo que se asume la nueva aristocracia mexicana, que se nutre masivamente de quienes se identifican como clase media y que siempre se opondrá a que en México tengamos cada día más y mejor democracia. 

Ese es el verdadero proyecto opositor a la Cuarta Transformación Nacional.

[1] México Profundo, una civilización negada. Guillermo Bonfil Batalla, FCE, 2019.

[2] No, no eres clase media - The New York Times (nytimes.com)