SPR Informa || El Legado de Guadalupe-Hidalgo, 175 Años después

El Legado de Guadalupe-Hidalgo, 175 Años después

Por Emiliano Alfonse Vera Eddington

El 2 de febrero de 2023 marcó el 175 aniversario del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, firmado en 1848 como la conclusión de la guerra entre Estados Unidos y México. Aquí se recuerda la guerra por haber quitado más de la mitad del territorio nacional mientras el ejército estadounidense llegaba a ocupar hasta el corazón del país, tomando el castillo de Chapultepec. La humillación de la completa derrota solamente se alivió en el imaginario nacional con la construcción de mitos de resistencia valiente frente a la invasión, como el de los Niños Héroes. Pero las consecuencias de esa derrota reverberan hasta hoy, no solo para México sino para toda América.

En 1846, la cuestión de la expansión territorial de los Estados Unidos, justificado por el “destino manifiesto” de extenderse por todo el continente norteamericano, fue intrínsecamente enlazada con la esclavitud. Los grandes latifundistas del Sur requerían más y más territorio fértil para expandir sus plantaciones de algodón que representaban una gran parte de la economía total de los Estados Unidos. La rentabilidad de este modelo de producción de materias primas agrícolas para exportación hacia las nuevas fábricas textiles de Inglaterra dependía de las altísimas ganancias extraídas por la explotación del trabajo de millones de afroamericanos esclavizados.

Impidiendo esta visión de una república continental para blancos protestantes, enriquecida por la esclavitud negra y construida sobre tierras genocidas de sus habitantes nativos, fue la inconveniente república mestiza, católica y libre de México que ocupaba la mitad oeste de Norteamérica. La invasión de México primero fue encabezada no por el ejercito estadounidense sino “filibusteros”, o ejércitos privados de los latifundistas del sur para expandir la esclavitud hacia las repúblicas de Latinoamérica. Junto con ellos vinieron miles de lo que hoy llamaríamos inmigrantes ilegales, sobre todo al estado de Tejas. Estos latifundistas y aventureros se levantarían en armas en 1835, declarándo la independencia de la República de Texas junto con la restauración de la esclavitud.

Pero los intereses esclavistas querían más. Agitaban en el congreso por la anexión de Texas y una guerra para apoderarse de Nuevo México y Alta California. Con esta plataforma fue electo el latifundista esclavista James K. Polk como presidente en 1845, y pronto logró cumplir con sus promesas, anexando a Texas en 1846 y ese mismo año lanzando la invasión de México.

Hasta hoy en los Estados Unidos, esta conquista está a la vez justificada (sea por discursos nacionalistas-blancas como el destino manifiesto, o liberales económicos como de la subpoblación y subexplotación de los recursos del territorio) y también denegada, repitiendo que los 15 millones de dólares pagados a México en el tratado lo hacía una compra, no una conquista (We take nothing by conquest, thank God.) [1]

Esta dualidad de justificación con negación formaría un patrón para las acciones de los Estados Unidos en el resto del continente americano para los próximos casi dos siglos. Del vocero derecho escuchamos de la tiranía de las miserables “dictaduras” que se atreven a imponerse entre sus pueblos y la expansión ilimitada del capital estadounidense; que lo que necesitan es la democracia, libertad, y civilización; y que la intervención gringa se hace por su propio bien. [2, 3] Del lado izquierdo se niega la existencia de la intervención; que tal protesta fue orgánica, no organizada y financiada por la CIA [4]; que tal cambio de gobierno forzado fue una acción legítima para la protección de la democracia, y solo fue una coincidencia que la embajadora estadounidense se reunió con el ministro de defensa un dia antes de arrestar el presidente.

Y esta dualidad de discurso se sigue aplicando a las poblaciones bajo el dominio colonial dentro de las mismas fronteras de los Estados Unidos. El mexicano, sea migrante o descendiente de familias que habitaban en esas tierras desde mucho antes de la conquista estadounidense, es a la vez el flojo aprovechador de asistencia pública, el delincuente narcotraficante violador, o la ola sin rostro de pobres llegando a la frontera para robar la chamba de un obrador blanco.

El creciente supremacismo blanco violento en los Estados Unidos se alimenta de narrativas del “reemplazo” de la población blanca con personas de piel morena, una pesadilla para ellos que se confirma con el dato de que los “latinos” ya forman otra vez el grupo étnico más grande en California, Texas y Nuevo México, y representan más que 20% de la población en otro 4 estados. [5] Varios atentados masivos han sido inspirados por esta ideología, incluso el ataque en un Walmart en Texas en 2019 en donde un terrorista supremacista mató a 22 personas de ascendencia mexicana. [6]

Como con los filibusteros, la acción violenta de aventureros privados tiene como respaldo la violencia del estado, con los latinos representando una tasa desproporcionada de personas arrestadas, encarceladas, y matadas por la policía. [7] La violencia de la frontera se extiende a todo el país con el expansivo poder de la Migra, que persigue, detiene y deporte hasta ciudadanos estadounidenses de piel morena. [8]

Los 175 años desde la derrota en la guerra entre Estados Unidos y México han llevado a una conquista y saqueo del continente americano más grande aún que en la primera conquista por los españoles. Esta experiencia enseña que cuando estamos divididos por la resistencia de élites locales a las reformas necesarias para el desarrollo equitativo de nuestros países, quedamos indefensas contra los ataques a la soberanía y la libertad de nuestros pueblos. Pero el lado contrario también es cierto - unidos en una visión de justicia, los pueblos de las Américas pueden resistir el neocolonialismo. Hoy, México se encuentra junto con los países hermanos del continente en la construcción de ese futuro alternativo. [9]