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  • 29 Apr 2024
  • 09:04
  • SPR Informa 6 min

Demasiado tarde, Xóchitl Gálvez

Demasiado tarde, Xóchitl Gálvez

Por Diego Regalado

La bravuconería es la herramienta más valiosa de la derecha contemporánea. Los modelos por excelencia son estadounidenses: Ben Shapiro, Andrew Tate y Steven Crowder (el del famoso meme “Change my mind”). El contenido que catapultó a estos personajes varía en la forma, pero es idéntico en el fondo. Discusiones en universidades, en videollamadas o en la calle, respectivamente. El modus operandi: atacar, mentir y ridiculizar a decenas de personas hasta tener la respuesta adecuada. A veces, las víctimas se enfurecen; otras, quedan congeladas. Incluso, cuando una persona responde con firmeza y contundentemente, se ve minimizado por el aura hostil y violenta que brota de estos personajes.

Todos hemos visto esos videos. El título dice algo como: “socialista queda ridiculizado en público” o “progre totalmente destrozada en conferencia”. El libreto es el mismo. Un personaje, usualmente blanco y masculino, increpa a un simpatizante de la izquierda. Ocurre, entonces, un despliegue de falacias, descalificaciones, malinterpretaciones, desinformación y, en general, argumentos deshonestos por parte del protagonista. De esta forma, llegamos a una situación asimétrica, donde una persona que no sabía que entraría en una discusión espontánea tiene la responsabilidad de cargar con las creencias de millones de personas en sus hombros, mientras el atacante no tiene nada que perder porque cuenta con el control absoluto de la exposición: si queda en ridículo, no sube el video. Es un juego que, sencillamente, no se puede ganar.

Xóchitl tardó mucho en entender el poder de este formato. El objetivo no es salir con la mejor propuesta o el mejor argumento. Es permear en el imaginario colectivo. Los humanos somos animales muy sencillos, por eso los debates suelen ser un despropósito. Cuando terminemos de discutir las minucias de las palabras en el último debate presidencial, solo quedarán sensaciones. La sonrisa de Máynez,  la ridiculez de Gálvez y el aplomo de Sheinbaum son lo único que recordamos del primer debate. Imágenes, no palabras. Porque las palabras son imágenes. En el segundo debate, recordaremos la pertinencia de Jorge, la imperturbabilidad de Claudia y la bravuconería de Xóchitl. 

En uno de los preámbulos del debate, la candidata del PRIAN declaró que dejaría la educación a un lado y se desataría de convencionalismos. Es evidente que no está acostumbrada a ello. Su personaje de luchona echeleganista es naturalmente contrario a las estrategias de acoso y agresión que mostró el día de ayer. Por eso parece que “la gelatina no cuaja”. Esto quedó bastante claro cuando Gálvez acusó a Sheinbaum de narcocandidata. Lo dijo de la nada, sin contexto, con un tonto furioso y titubeante. En vez de dar la imagen de “chingona”, más bien parecía “ardida”. La cúspide de su nueva estrategia se dio poco después, donde dedicó varios segundos para recapitular todas las acusaciones que ha hecho desde el debate anterior. El ataque surtió efecto de manera parcial, Sheinbaum no tomó la palabra y dejó que Álvarez Máynez siguiera.

Por desgracia para Gálvez, ya es demasiado tarde. Incluso si logra consolidar un discurso todavía más violento y hostil, los errores de su campaña ya son irreversibles. Los asesores de la hidalguense la volvieron una trotskista, una vendedora de gelatinas, una empresaria católica y hasta neocardenista. Ahora la vuelven a transformar es una Donald Trump con huipil y, aunque esta sea forma definitiva, no la va a salvar políticamente.

¿Qué debería hacer Sheinbaum en el próximo debate? Hablarle a la cámara. La bravuconería es como una telaraña. Entrar en controversia es una derrota automática, por lo que solo queda hablarle al espectador y recalcar el patetismo del adversario. A fin de cuentas, la estrategia de Gálvez es el equivalente electoral al bullying de la secundaria. Quiere que en el recreo todos digan tsss por gritarle a la compañera. Claudia solo tiene que responder: no le hagan caso, es que sus papás se divorciaron.